A mi como moderador de club de lectores adultos nunca se me ha ocurrido ver a los lectores que han asistido de otra manera que como lo que se les supone que son dentro de la "normalidad" vigente, a saber, adultos, inteligentes, sensibles y con una falta total, o casi total, de competencia para manejar sus sentimientos dentro del campo de la ficción donde entran. Ello les obliga a protegerse detrás de diferentes máscaras de altivez, soberbia y vanidad, que los alejan de continuo de la honestidad y la humildad necesaria que los coloque ante el dialogante "yo solo se que no se nada". Muy al contrario, se acaban regodeando con el duelista "yo se de que va esto". Lo que nunca se me ocurre pensar es que son adolescentes malcriados y consentidos, para entendernos, como alumnos de cuarto de Eso, aunque sus disfraces me inviten permanentemente a tratarlos así.
Un club de lectores adultos se puede concebir de dos maneras. Una, como el espacio de un evento, como ocurre en la mayoría de los casos. Dos, como un espacio de pensamiento, como sería deseable, a mi entender, que ocurriera. Quien asiste al evento no pierde un ápice de su autoconciencia de totalidad, de creer que no depende de nada ni de nadie, ni de estar adscrito a alguna idea de trascedencia, muy al contrario, el evento le refuerza aquella imagen que tiene de sí mismo. Doy fe de que, de una forma más esperpéntica que otra, casi todos lo lectores acaban poniendo sus reales sobre la mesa como estilo de esa autoconciencia respecto a lo que han leído. Quien asiste a un espacio de pensamiento, sin embargo, sabe que la experiencia le puede cambiar la vida. Y acepta el riesgo. Son dos maneras de ser y acontecer incompatibles. Sus diferencias no son de grado, sino de naturaleza. Del libro que nos convoca, hay tantos libros como lectores asistan si la convocatoria es a un evento, o hay tantas lecturas como lectores asistan si la convocatoria es a un espacio de pensamiento. En consecuencia el moderador debe saber, primero, como quiere concebir el club de lectores adultos que quiere moderar, y, segundo, que narradores pueden y deben visitarlo. La ilusión de que puedan convivir ambos modos de compartir la lectura, y, en consecuencia, que el moderador deba de tratar de elegir narradores que sirvan tanto para los lectores del evento, como para los lectores del pensamiento, es la traslación mecánica de los intereses de la industria editorial (modas, promociones, tendencias) a los del club de lectura, convirtiéndolo así en su apéndice. Sí coinciden de hecho en el caso de que el club de lectores de adultos se conciba como un evento (tantos libros como lectores de un mismo libro), pero no en el del club de lectores de adultos concebido como un espacio de pensamiento (tantas lecturas como lectores de un mismo libro). En el espacio de pensamiento se trata más con los libros necesarios, que nos hablan en voz baja desde tiempos inmemoriales. En el espacio del evento se trata más con los libros que determinan las modas, tendencias y promociones del presente en las campañas publicitarias.
A mi entender, para aprender a leer, para poner en práctica y desarrollar nuestro pensamiento narrativo, lo más idóneo es tratar, una y otra vez, con las obras narrativas clásicos, ya sea en formato corto o largo. Ahí está todo lo que hay que aprender y la brillantez del pensamiento que lo sustenta, que es lo que hemos heredado, que es lo que tiene todo el valor de las múltiples lecturas a lo largo de su historia, que es lo que no padece la servidumbre coyuntural del precio de las tendencias, modas o promociones del mercado. La fuerza que trasmiten y el misterio que nos embarga, sin abandonarnos, una vez leídas, forma parte de nuestra naturaleza como seres mortales. Eso es lo que significa la lectura adulta, hacer sensibles y visibles las distintas formas que nos consuelan y nos advierten del sentido de esa naturaleza nuestra. La función del moderador debe ser, por tanto, guiar sin adoctrinar a los lectores desde su opinión primera hacia la verdad oculta del relato, dándoles lo necesario para que esa transformación suceda, y sabiendo que los protagonistas de ese camino son ellos. Las innovaciones o las nuevas voces narrativas, poco a poco, y sin que nos hagan olvidar, o mejor dicho, siempre que nos vuelvan a recordar de forma renovada lo "poco" que somos y todo lo que ignoramos e ignoraremos siempre.
No se trata, como les complace a los sofistas y predicadores, de oponer en un cuadrilátero al púgil evento contra el púgil pensamiento. Ni de enfrentar a la supuesta alegría de vivir que tiene el espacio del evento contra el tufo funerario que despide el espacio de pensamiento. Todo, evento y pensamiento, se dan al mismo tiempo en la experiencia vital de cualquier ser humano actual. Se trata más bien de la ejemplaridad que de uno y el otro se desprende. El ejemplo supremo de una vida dedicada al evento es Donald Trump, que ha llegado a ser presidente de los Estados Unidos de América. Nadie quiere parecerse a Trump, pero todo el mundo vive como él, aunque con menos dinero, en la pomada del evento. Ejemplos de vidas dedicadas a la divulgación del pensamiento hay muchas, elijo una muy conocida por todos, Fernando Savater. Tiene muchos lectores porque su voluntad pedagógica trata de ponérselo fácil, pero luego casi todos - también doy fe sus palabras al respecto - siguen el ejemplo de Trump. Es decir, no quieren cambiar su vida pensando, sino sotbrevivir en "lo que hay" asistiendo, como saltimbanquis, de evento en evento. Lo cual me lleva a pensar que aprender no tiene que ver con lo fácil, sino con lo difícil y complejo. Y que lo difícil y complejo tiene que ver con el valor y el coraje que se ponga en el empeño, cualidades que no se necesitan para asistir a un evento y otro evento y otro evento, pero que son imprescindibles si queremos entrar y quedarnos y compartir y dialogar y escuchar y aprender a ser competentes con nuestros sentimientos y entre los sentimientos ajenos, en fin, en un espacio de pensamiento narrativo o de ficción.