martes, 27 de junio de 2017

PSICOLOGÍAS SIN ALMA

Lo que diferencia a los románticos de 1800 de los millenials del 2000 es que los segundos, bajo una influencia totalitaria, me atrevería a decir, del materialismo científico, son la primera generación que tiene una psicología perfectamente inanimada o sin alma y que, por tanto, imaginan el mundo que los rodea sin esta ominosa presencia. O con esta inquietante ausencia, según se mire. Antes de seguir convenga que te diga lo que entiendo por cuerpo y alma. De forma resumida, cuerpo es todo aquello que es susceptible de ser medido o contabilizado o demostrado. El cuerpo es algo susceptible de ser siempre problematizado, lo que lo hace susceptible, a su vez, de llevar incorporada una solución, sino no es un cuerpo. Llegados hasta aquí, entonces ¿qué es? Nada. No en el sentido metafísico del término, o nada cómo frontera entre lo pensado y lo que queda por pensar, o entre lo que se ve y lo que no se ve, sino nada referida, como no puede ser de otra manera, a lo que no puede ser medido ni contado ni demostrado. Ergo, nada como algo no visible, como algo donde no es posible usar el metro o la calculadora o los últimos artilugios tecnológicos o las fórmulas de la lógica dominante, la físico matemática. El cuerpo, por tanto, es y representa la atalaya desde donde vemos y sentimos con los cinco sentidos que lleva incorporado todo aquello que es visible en tanto en cuanto pueda ser a nivel micro o macro medible, contable o demostrable. El alma no es lo opuesto al cuerpo, ni pertenece o está subsumida en su ámbito de percepción, es más bien su cómplice más sincero. Que estará más cerca o más lejos, o no comparecerá, dependiendo de como aquel maneje la complicidad que ésta le ofrece.  Dicho de otra manera, el cuerpo es a la vida como el alma es al mundo. Heredamos el alma eterna del mundo, pero estrenamos en propiedad un cuerpo con vida finita, llena de contrariedades y puntos ciegos. Vivir con ese cuerpo es estar en conflicto permanente con aquel alma, porque de lo que se trata mientras dura la vida del cuerpo es decidir qué hacer con el alma del  mundo. 


Los románticos fueron los que llevaron más lejos y con más audacia la aventura consciente de salir con sus cuerpos mortales a buscar el alma eterna del mundo. La imágenes portentosas que recabaron quedaron en sus relatos, sus cuadros y sus sinfonías para goce y disfrute de sus herederos. Lo que no podían imaginar es que, doscientos años después, el mundo dejado por ellos no lo quieran heredar, más bien abominen de él en su totalidad, los cuerpos sin alma de sus tataranietos, los millenials, Ya que para estos no hay alma del mundo, sino sólo sus vidas que las sienten desde sus cuerpos que creen inmortales, debido a la constante persuasión exterior de formas manifiestamente materiales. No tienen la posibilidad de imaginar alguna forma de paraíso inmaterial o no visible, pues ellos ya han franqueado las puertas en el que ellos son reyes. Cabe sospechar, cuando el espejo o los selfies les recuerden que son mortales, que se den cuenta, demasiado tarde, de que las puertas que han franqueado son realmente las del infierno. Pero, cuando llegué ese momento, ya no quedará nadie, si no se reparan los destrozos causados en la cadena hereditaria, para recordarles las palabras que Carl Jung dejó escritas al respecto cincuenta años antes de que los millenials nacieran, a saber, “estos dos conceptos, espíritu y materia (cuyo conocimiento cabe esperar de todo contemporáneo culto), no son sino símbolos notables de factores desconocidos, cuya existencia es abolida y proclamada según los humores, los temperamentos individuales y los altibajos del espíritu  de la época. Nada impide a la especulación intelectual ver en la psique un fenómeno bioquímico complejo, reduciéndola así, en último término, a un juego de electrones, o, por el contrario, que es vida espiritual la aparente ausencia de toda norma que reina en el centro del átomo”.