viernes, 20 de diciembre de 2019

INICIADOS Y POPULISTAS

Cuando el profesor de instituto se enfadó porque quien estaba a su lado le pidió que dejara de hacer alarde de lo que sabía, debido a la razón que le otorgaba la función que le habían encomendado, o había el elegido, de docente, no pudo por menos de pedir a continuación la palabra, lleno de ese buen derecho que menciona Tesson en la obra mencionada ayer, para reclamar a su interlocutor que no hacia falta que le dijera en público, o en voz alta, lo que él ya sabía desde hacía muchos años en privado. Esta anécdota, que me la contó un amigo que es coordinador de un club de lectura, me parece representativa de esa tensión que preside la vida cultural en general, que unos llaman enfáticamente democrática, pero que en la práctica no deja de ser lo único que puede ser, dada la experiencia de sus actores, a saber, cultura populista. Una cultura populista que, en su rancia inoperancia, no solo no evita, sino que enaltece su también rancia némesis, la cultura aristocrática o de los iniciados, tipo la del profesor de instituto de marras. Así que bajo el rótulo, vacío de significado aunque que apunte una salida o un destino, de cultura democrática, operan los dos significados añejos de toda la vida, cultura populista o baja cultura versus cultura aristocrática o alta cultura. Y de esa toponimia no salimos, más ahora, si cabe, aupados como estamos a la banda continua de era digital presente. Es como si lo digital (o lo tecnológico) y lo rancio se dieran la mano, contraviniendo por primera vez la dignidad humana que inauguró hace doscientos años la modernidad ilusionante y emancipadora. Si aceptamos que ese momento de la historia de la humanidad se fundó mediante la fusión ideal de educación, democracia y novela, cabe deducir que la autoridad en el aula, en la asamblea y en el relato es parte constitutiva de que se haga realidad. Es por ello, que la hybris rampante, o falta de esa autoridad en cada uno de los ámbitos mencionados, es igual a su decadencia y, en última instancia, a su acabamiento, para dar paso, como ya sabemos, a otra época, una más, de salvajismo y autodestrucción masiva que es de lo que estaba preñado originalmente aquel momento de la historia de la humanidad. ¿Hay que seguir contando en una sociedad democrática con los iniciados o con los populistas, como productores de saber de una función académica o de compra venta (¿relatos indignos, se le podían llamar? Un relato es democrático, o digno, no porque lo digan los iniciados o los populistas, sino porque el lector lo sabe habitar individualmente y compartir esa experiencia irreductible con los otros lectores, pues no admite estar de acuerdo, o no, con el iniciado o con la propaganda populista. Esa manera de leer es la que le otorga verdadera dignidad a la experiencia de quien la lleva a la práctica.