MIL QUESOS
En la tertulia de lectura a la que asisto una vez al mes, hay una compañera que le gusta mucho el feminismo. Digo le gusta porque pienso que su experiencia con la palabra y lo que significa es gastronómica. Cada vez que habla del asunto literalmente se lo come. Y cuidadin con pedirle un trozo para catarlo. Me he acordado de ella al leer las peripecias de Ifemelu, pues mi compañera lectora, al igual que la protagonista de Americanah, sueña con la posibilidad de elegir entre todos los feminismos que en un momento concreto estén a su disposición. Yo siempre le canto la misma canción que el narrador de Americanah le canta a Ifemelu, Natalia ¡no te pierdas, no te disfraces, no te olvides!, mira las distancias de medio palmo que hay en tu entorno. Lo mismo que el narrador de Americanah le sugiere a Ifemelu, aunque bien es verdad que el narrador habla, digamos, lo que Ifemelu le cuenta al oído. Esa otra forma de nombrar lo que se conoce como narrador apoyado. Toda la energía de Natalia, al igual que la de Ifemelu, ¿no estará destinada a hallar su lugar en un orden que ha sido alterado por la locura de poder elegirlo todo, de tenerlo todo al alcance de la mano? Da igual que sea el queso, los mil quesos franceses, o los movimientos transversales que proliferan en los últimos tiempos. Temo que Natalia, el día de la cita para comentar el libro de Chimamanda Adichie, venga a desahogarse porque no haya sido capaz de poder elegir todos los feminismos en el acto de su lectura, y le eche la culpa de ello a los masculinos que corren por la novela, Obinze será, con toda seguridad, el que recibirá más reproches por parte de Natalia, pues no admitirá que Ifemelu vuelva por Obinze, tal y como ella misma confiesa a los lectores en las páginas del capítulo primero de la novela. Yo no le diré a Natalia, por eso lo escribo, que tal vez lo que sus feminismos no alcancen a leer es lo que transporta el tándem femenino-masculino sobre el que pedalea Ifemelu, lo que convierte a aquella (persona de carne y hueso) en un ser más irreal que ésta (personaje de ficción indudable). No se lo diré para no recibir uno de sus reproches, y porque es más que probable que abriría una grieta en el sólido edificio de sus convicciones cuya reacción la imagino muy desagradable. Tengamos la fiesta en paz. Es evidente que Natalia no respetará las distancia de medio palmo que hay en el entorno de su existencia, y más en concreto no la respetará en ese momento especial de su existencia, como es el encuentro con otros lectores para compartir el mismo libro. Ya he dicho en alguna ocasión que las palabras del libro que leemos cada mes, mientras esperamos a compartirlo, deberían ser la más importantes de las que podamos decir o escuchar en nuestro trabajo, con nuestra familia o con nuestros amigos. Natalia, al contrario que Ifemelu, ha puesto las expectativas de su máxima elección a años luz de su existencia real. Natalia pone en marcha, en esa decisión de alejamiento, el principio masculino que la constituye, mientras que Ifemelu es, para entendernos, un personaje transexual pero no en su aspecto visible, corporal y corporativo, sino en el de ser un personaje de ficción de alma transversal. Todo los movimientos identitarios actuales, sean del signo o color o género que sean, activan para moverse, por tanto son activistas, el principio masculino de sus protagonistas. Su lenguaje es inequívoco, lógica determinista del poder, forma de mirar literalista, medible, contable, etc., por ello son tan queridos por los otros movimientos de las pantallas, que corren detrás de aquellos como la presa más preciada de la era digital. Sin embargo, aunque el impulso de abandonar Nigeria por parte de Ifemelu está determinado, también, por el atractivo de las promesas del principio masculino, no puede evitar que aparezca el principio femenino de vuelta a casa, de volver a recuperar el orden perdido por la ambición masculina de querer poder elegirlo todo, de desear conquistarlo todo. Ifemelu le viene a decir a Natalia que ha pensado su humanidad, esa es su experiencia, fuera de la categoría de la plenitud, un afuera que no ha supuesto una expulsión de Estados Unidos, pues Ifemelu recordemos que tiene el pasaporte norteamericano, sino el descubrimiento de la vuelta a Nigeria. Yo solo creo en la democracia de Chéjov, añadiría yo. La metáfora de los Mil quesos franceses, que he mencionado antes, me parece una imagen cabal de lo que le pasa a Ifemelu y de lo que la ceguera de Natalia le impide ver. El otro día me invitaron a un Buffett de comida en un restaurante francés. Como no podía ser de otra manera la máxima posibilidad de elección estaba en el escaparate de los quesos. Digo que había mil quesos porque me parecen una cifra de esas que, como el número los soldados en un ejército, paraliza o alienta al que tiene enfrente. Tener mil posibilidades de elegir quesos, literalmente me paralizó. Al final, tuve que pedir consejo al camarero para que me dijera por dónde empezar. Eligió seis quesos y me dijo el orden, de mas suave a más fuerte, en que era conveniente comerlos. Un clásico.
En la tertulia de lectura a la que asisto una vez al mes, hay una compañera que le gusta mucho el feminismo. Digo le gusta porque pienso que su experiencia con la palabra y lo que significa es gastronómica. Cada vez que habla del asunto literalmente se lo come. Y cuidadin con pedirle un trozo para catarlo. Me he acordado de ella al leer las peripecias de Ifemelu, pues mi compañera lectora, al igual que la protagonista de Americanah, sueña con la posibilidad de elegir entre todos los feminismos que en un momento concreto estén a su disposición. Yo siempre le canto la misma canción que el narrador de Americanah le canta a Ifemelu, Natalia ¡no te pierdas, no te disfraces, no te olvides!, mira las distancias de medio palmo que hay en tu entorno. Lo mismo que el narrador de Americanah le sugiere a Ifemelu, aunque bien es verdad que el narrador habla, digamos, lo que Ifemelu le cuenta al oído. Esa otra forma de nombrar lo que se conoce como narrador apoyado. Toda la energía de Natalia, al igual que la de Ifemelu, ¿no estará destinada a hallar su lugar en un orden que ha sido alterado por la locura de poder elegirlo todo, de tenerlo todo al alcance de la mano? Da igual que sea el queso, los mil quesos franceses, o los movimientos transversales que proliferan en los últimos tiempos. Temo que Natalia, el día de la cita para comentar el libro de Chimamanda Adichie, venga a desahogarse porque no haya sido capaz de poder elegir todos los feminismos en el acto de su lectura, y le eche la culpa de ello a los masculinos que corren por la novela, Obinze será, con toda seguridad, el que recibirá más reproches por parte de Natalia, pues no admitirá que Ifemelu vuelva por Obinze, tal y como ella misma confiesa a los lectores en las páginas del capítulo primero de la novela. Yo no le diré a Natalia, por eso lo escribo, que tal vez lo que sus feminismos no alcancen a leer es lo que transporta el tándem femenino-masculino sobre el que pedalea Ifemelu, lo que convierte a aquella (persona de carne y hueso) en un ser más irreal que ésta (personaje de ficción indudable). No se lo diré para no recibir uno de sus reproches, y porque es más que probable que abriría una grieta en el sólido edificio de sus convicciones cuya reacción la imagino muy desagradable. Tengamos la fiesta en paz. Es evidente que Natalia no respetará las distancia de medio palmo que hay en el entorno de su existencia, y más en concreto no la respetará en ese momento especial de su existencia, como es el encuentro con otros lectores para compartir el mismo libro. Ya he dicho en alguna ocasión que las palabras del libro que leemos cada mes, mientras esperamos a compartirlo, deberían ser la más importantes de las que podamos decir o escuchar en nuestro trabajo, con nuestra familia o con nuestros amigos. Natalia, al contrario que Ifemelu, ha puesto las expectativas de su máxima elección a años luz de su existencia real. Natalia pone en marcha, en esa decisión de alejamiento, el principio masculino que la constituye, mientras que Ifemelu es, para entendernos, un personaje transexual pero no en su aspecto visible, corporal y corporativo, sino en el de ser un personaje de ficción de alma transversal. Todo los movimientos identitarios actuales, sean del signo o color o género que sean, activan para moverse, por tanto son activistas, el principio masculino de sus protagonistas. Su lenguaje es inequívoco, lógica determinista del poder, forma de mirar literalista, medible, contable, etc., por ello son tan queridos por los otros movimientos de las pantallas, que corren detrás de aquellos como la presa más preciada de la era digital. Sin embargo, aunque el impulso de abandonar Nigeria por parte de Ifemelu está determinado, también, por el atractivo de las promesas del principio masculino, no puede evitar que aparezca el principio femenino de vuelta a casa, de volver a recuperar el orden perdido por la ambición masculina de querer poder elegirlo todo, de desear conquistarlo todo. Ifemelu le viene a decir a Natalia que ha pensado su humanidad, esa es su experiencia, fuera de la categoría de la plenitud, un afuera que no ha supuesto una expulsión de Estados Unidos, pues Ifemelu recordemos que tiene el pasaporte norteamericano, sino el descubrimiento de la vuelta a Nigeria. Yo solo creo en la democracia de Chéjov, añadiría yo. La metáfora de los Mil quesos franceses, que he mencionado antes, me parece una imagen cabal de lo que le pasa a Ifemelu y de lo que la ceguera de Natalia le impide ver. El otro día me invitaron a un Buffett de comida en un restaurante francés. Como no podía ser de otra manera la máxima posibilidad de elección estaba en el escaparate de los quesos. Digo que había mil quesos porque me parecen una cifra de esas que, como el número los soldados en un ejército, paraliza o alienta al que tiene enfrente. Tener mil posibilidades de elegir quesos, literalmente me paralizó. Al final, tuve que pedir consejo al camarero para que me dijera por dónde empezar. Eligió seis quesos y me dijo el orden, de mas suave a más fuerte, en que era conveniente comerlos. Un clásico.