Uno de los problemas más comunes en el trato con la literatura en su vertiente lectora, pero más aún en lo que respecta a la escritura, es como hacerlo compatible con la vida. Porque es un hecho inexorable que hagamos lo que hagamos al tratar con la literatura, no nos exime de seguir viviendo. Únicamente en el caso de leer o escribir para olvidarse de los problemas de la vida, se puede dar la situación de que cada una vaya por su lado.
No digo nada nuevo al afirmar que si a la literatura la vida le importa así, a la vida la literatura le importa una higa. Esa falta de correspondencia, que recuerda a la de muchos amores desgraciados, es justamente lo que da forma a la pregunta: ¿cómo soy y por qué soy así? Pregunta que no tiene respuesta porque entonces seríamos patatas, tornillos o bits, pero que si dejamos de buscarla es bastante probable que nos acabemos convirtiendo en patatas, tornillos o bits.
Como todo el mundo sabe, no hay manual o guión previos donde se fije un canon de comportamiento. Cada persona vive como puede la vida que le dejan tener. Cada lector, entonces, ignora o se acerca a la literatura a partir de esa determinación vital ineludible. Uno se acerca, o ignora, a la literatura porque vive de una manera y no de otra. Nunca al revés. La vida es mas grande que la literatura y, si no decidimos lo contrario, repito, el imperativo es inapelable: hay que vivirla.
Es decir, ¿podemos imaginar y vivir al mismo tiempo? Con toda seguridad no podemos evitarlo. Pero, ¿podemos dejar constancia por escrito de lo imaginado, sin que se altere lo que hemos de seguir viviendo? Con toda seguridad es imposible. Tendríamos que suspender el tiempo de la vida e inmiscuirnos en el tiempo de la creación, durante el que no podríamos vivir. Al final he llegado a la gran exigencia que la literatura le pide a la vida, siempre reacia a normas y controles, siempre desordenada e imprevisible. No es que nos falte tiempo de nuestra vida para leer o escribir, lo que nos cuesta es encontrar la manera de instalarnos en el tiempo de la literatura. Lo que nos da vértigo, a diferencia de Alicia, es atravesar el espejo y poner los dos pies al otro lado. Cuando lo que hacemos normalmente es leer, o escribir, con un pie a cada lado del azogue. Uno en la vida y el otro en la literatura. Así - queriendo o sin querer, es difícil saberlo - matamos dos pájaros de un tiro. Nos distraemos de los malestares que nos producen los hechos y la palabrería de la vida, y evitamos que la literatura nos interpele directamente con la fuerza apabullante de sus palabras.