lunes, 1 de julio de 2019

LO INADMISIBLE XXI

No se si te has fijado en lo que es inadmisible, y lo que no, en una sociedad que prima y premia la libertad de expresión sobre lo que hay, que es lo que todo el mundo maneja en cualquier momento y lugar, y con cualquier soporte, por encima de facilitar, o al menos no entorpecer, la posibilidad de compartir modos de pensamiento sobre lo que se ve y lo que no se ve, sobre lo que es y sobre lo que solo es una posibilidad de ser, sobre lo que está determinado y sobre lo que no lo está. En fin, sobre lo que sabemos y sobre lo que podremos saber nunca. Dicho de otra manera, para entendernos, supongo que has observado que siempre que preguntes a algún conocido, amigo o amante que le ha parecido este libro, o esa película o serie, o aquel suceso que corre por internet, lo primero y lo único que te van a contestar es lo mismo que tu has leído, visto o seguido. Hacer que te aparezca lo segundo y lo particular, seguro que ya lo has experimentado, es entrar en zona de alto riesgo, catalogada en el momento presente como lo inadmisible. Es una ley no escrita, en una época en la que todo quisque lo exhibe todo, que nadie debe indagar más allá de lo que pueda dar de sí semejante libertad de expresión individual, si el indagador no quiere que lo denuncien automáticamente ante un juzgado de guardia igualmente inexistente, de sospechoso de ir contra esa libertad de expresión, o lo que es lo mismo, que lo acusen de inadaptado verbal (aunque la expresión que mas se ajusta es la de terrorista mental) ante un juez sin estudios que, por tanto, nunca ha aprobado las pertinentes y exigentes oposiciones. Si esto ocurre en el estado actual de nuestra representación de la vida, debe ser porque la forma de vivir esa vida se atiene a otros mandatos o presupuestos. Nada de eso. Como decía al principio, por primera vez en la historia de la humanidad lo inadmisible en la vida, y en su representación, coinciden como los dedos de una mano lo hacen con el guante donde se alojan, como si buscaran juntas el calor que por separado, de repente, la esclavitud de la libertad de expresión, en que paradójicamente las dos militan, se lo negara a ambas, de común acuerdo y con el mismo acorde. Como si el tiempo de la vida y el de su representación fueran también lo mismo, lo que mejor se adapta a las exigencias de esa esclavitud de la libertad de expresión, el único tiempo medible y reconocible y entendible por todos (como lo son los libros que leemos y las series que vemos), el tiempo que verdaderamente se gasta y se consume y se puede reponer como si estuviera expuesto en una estantería, como lo está el tic tac del reloj en los móviles o los relojes. Hasta hace poco, la representación de la vida tenía el valor de uso de enfrentarnos al dolor que supone tener que seguir conviviendo con ideas y conductas inadmisibles, que provienen de quienes forman parte nuestro entorno más próximo, de quienes, vaya por dios, son los que oficialmente mas queremos. Nos resultaba tranquilizador disculparlos e incluso explicarlos cada día, y así directamente no tener que reconocerlos en los libros que leemos y en las películas que vemos. Sencillamente eso solo le ocurría a otros. Como con la muerte, los que se mueren son siempre los otros y los que están alrededor de los otros. Mis colegas de profesión, mis amigos, mi familia están hechos de otra pasta, están hechos de lo que ahora se conoce como supremacismo moral. Siempre los hemos absolvido de sus conductas y opiniones, que sin piedad sentenciamos en otros como inadmisibles en cuanto salimos de ese círculo de relaciones privadas que nos hemos construido. A veces es debido a la necesidad de que un sueño se cumpla, a esa necesidad que nos acucia, lo que nos lleva, a su vez, a pensar así y a comportarnos en consecuencia, aunque que la vida pasa delante de nosotros con toda su tropa de obviedades en fila de a uno en forma de rebaño. Pero más tarde que pronto nos damos cuenta de la estafa y, desde entonces, lo que ya únicamente nos impide denunciarlo es el miedo, la carencia y la tristeza, esos agujeros negros que, al fin y al cabo, son la verdadera pasta de que están hechos los placeres del resto de nuestros días. Y, como no, también la de nuestros colegas profesionales, nuestros amigos y familiares. En fin, después de lo experimentado, llamar a la vuelta de la separación del tiempo de la vida del de su representación, es otra manera de llamar a la felicidad. Seguir empecinados en que sigan juntos, como los dedos están en el guante, o que sean lo mismo hasta confundirlos, como la libertad de expresión y la manifestación del pensamiento propio, no aminorará el frío ni el desconcierto, aunque si nos mantendrá obsesionados con los impuestos.