miércoles, 10 de julio de 2019

DIGNIDAD XXI

Con una diferencia de a penas veinticuatro horas vi dos vídeos en YouTube cuya intención no tenía por mi parte encontrar alguna relación de reconocimiento entre ellos, como al final así ha sido, lo que ha provocado la necesidad de este escrito. Uno de los vídeos lo protagonizaba Ignacio Echevarría, eminente crítico literario, quien durante poco más de una hora se aproximó a la obra narrativa y filosófica de la escritora irlandesa Iris Murdoch, en este año, 2019, que se cumple el primer centenario de su nacimiento en Dublín. Lo que más me ha llamado la atención de las palabras de Echevarría ha sido que señalaran el intento constante en la narrativa de Murdoch por rescatar y sacar a la luz la vida interior de los personajes, sus motivaciones invisibles e indeterminadas al realizar sus actos visibles y determinados, pues la autora irlandesa pensaba que eso constituía parte indiscutible de la ética de las personas y entre las personas. No solo la valoración social y política de sus hechos públicos. Murdoch también reflexiona sobre este asunto en su obra filosófica, a saber, “La soberanía del bien” y “el fuego y el sol” (donde expone su lectura de Platon)
El segundo vídeo es del filósofo Javier Gomá, que habla de la dignidad del ser humano moderno y la compara con la del ser humano teologal o premoderno. Si en este segundo, al entender de Gomá, la dignidad estaba en el majestuoso mundo y de ella se derivaba la que tenía el ser humano como parte inseparable de aquel, en la época moderna la dignidad es ya un atributo inmanente a los seres humanos, siendo estos los que se dan por mutuo acuerdo o convención los ámbitos de convivencia para que la inmanencia de esa dignidad humana nunca pueda ser violada,  ni por el propio acuerdo pactado. Como dije al principio, al verlos, uno a continuación del otro, me ha parecido que vida interior y dignidad dialogan de forma constante dentro de cada uno de nosotros, en ese lugar inmaterial que decimos alma o espíritu o como se llame, aunque la funcionalidad de nuestra actual vida material exterior, uncida a la urgencia de los imperativos del sistema al que está adscrita, nos impida reconocer su importancia y prestarle la necesaria atención que se merece. Pero ayer le comenté la experiencia a un amigo, vale decir más acertadamente un conocido, y me di cuenta de que mis palabras las percibía con incomodidad, quizás porque le hizo sentirse que sus certezas de tantos años le eran inútiles y que le obligaban, contra su voluntad, a ver el mundo con una ambigüedad que no le satisfacía y, por tanto, no quería. Entonces pensé: pasa el tiempo y da igual, nada mejora; cada día hay más dogmáticos, más tipos cargados de una seguridad en sí mismos construida por su propia estupidez o, peor aún, por ese tipo de necedad que hoy se puede adquirir a cualquier hora del día, de forma gratis y abundante.