martes, 9 de julio de 2019

TÚNEL

La especulaciones no dejaron de cundir entre los vecinos de la ciudad de abajo, una vez que se corrió la voz de que una pedigüeña está sentada practicando su oficio en el monumento en honor de los defensores del castillo, que se encontraba ubicado en el camino de ronda del mismo. Un dato geográfico que, gracias a las habladurías, también muchos vecinos descubrieron su existencia por primera vez, después de tantos años viviendo en el mismo sitio. La ocasión la aprovechó el cronista local para escribir un titular en el periódico mediante el que sugería, solo sugería, la existencia de un túnel que comunicaba por debajo de la tierra las dependencias de los Amigos del Castillo con algún lugar desconocido de la ciudad. Era más que probable, decía con énfasis al final de su escrito, que la salida del túnel se encuentre en alguna propiedad privada. No se refería, no obstante, a la categoría que tenía tal propiedad en el catastro municipal, lo cual despertó aún más las suspicacias de los lectores. Aparentemente no había ninguna relación entre la pedigüeña y el túnel, al menos el artículo del periodista local no lo hacía, pero el hecho de que los dos acontecimientos coincidieran en el tiempo del calendario, disparó su relación en el tiempo de la imaginación de cada vecino, como el agujero que deja la extracción de una muela se relaciona con la muela misma en la boca de quien acaba de salir de la consulta del dentista que se la ha extraído. En este caso la muela ya no está, ni se la espera, pero la lengua no deja de explorar las irregularidades que la mutilación ha dejado a su paso, hasta el punto de que el paciente puede llegar a imaginar, todavía bajo los efectos de la anestesia, verse tragado hasta las profundidades de ese agujero en su afán desesperado por ver si la pieza dental se encontrara allí abajo. En el caso de la pedigüeña y el túnel, por razones similares pensó MG, lo que produjo fue una inmediata peregrinación del vecindario hacia el monumento en honor de los defensores del castillo, que alteró la habitual tranquilidad del camino de ronda. MG lo detectó por primera vez, cuando una mañana vio un número mayor de coches aparcados en las afueras del castillo. Primero le produjo la extrañeza propia de quien estaba acostumbrado a ver aquel descampado casi vacío, todo lo más solía haber dos o tres caravanas forasteras cuyos dueños habían subido hasta allí para pasar la noche. Luego se fijó en que de los coches se bajaban personas que no le resultaban del todo desconocidas, pues sus caras le resultaban familiares al haberla visto en las calles de la ciudad de abajo, incluso distinguió a alguna con la que había coincidido más de una mañana en la cantina del castillo. Por contra, sin embargo, desde que apareció el titular en el diario local, MG no había detectado movimiento alguno ni en la cantina ni en los mentideros de la ciudad de abajo, que justificara esa anormal algarabía en los extramuros del castillo. Cuando llegó al monumento a los defensores del castillo la pedigüeña no estaba, aunque lo que sí observó fue una pequeña cola de personas variopintas alineadas de una en una enfrente del monumento, respetando el lugar que venía ocupando la pedigüeña desde que se instaló allí. Al pasar cerca de la fila, MG oyó una voz que decía que el túnel se comunicaba directamente con el despacho del alcalde. MG soltó una carcajada que trató de amortiguar poniéndose las manos sobre la boca. No sabía qué tipo de anestesia había conducido a tantas personas hasta allí arriba, pero en ningún caso tenía la suficiente influencia sobre la imaginación de quien así había hablado como para evitar que siguiera diciendo las obviedades propias de quien está sobrio. Al oírle a nadie se le ocurrió romper la fila y hacer corrillos para comentar lo que habían escuchado. Indiferentes todos permanecieron perfectamente alineados mirando fijamente al monumento, como si de ahí hubiera de surgir la explicación que los mantenía allí tiesos como el propio monumento.