jueves, 4 de julio de 2019

ATASCO

Cuando MG se dispuso a subir lo que el denominaba, en su particular mapa del camino de ronda del castillo, como la cuesta K7, divisó a lo lejos algo inaudito, al menos a esas horas tan tempranas de la mañana, una fila de paseantes en ambas direcciones que trataban de dejarse el paso sin conseguirlo. Divisó, en fin, un monumental atasco en el camino de ronda del castillo, más exactamente en la vuelta conocida en su mapa como V9, que lo llevó a compararlo con el atasco que, según las últimas noticias, se había formado en la subida al monte Everest, y del que era único testimonio una foto que había hecho un alpinista nepalí, que quedó atrapado entre el gentío que trataba de subir y bajar del techo del mundo. La foto, ni que decir tiene, había dado varias veces la vuelta al mundo en los últimos días, desde que su autor la dio a conocer por primera vez a un periódico de la ciudad de Nueva York. Las fortalezas inexpugnables, pensó MG, siempre son una fuente de creación del misterio que mantiene alerta de una forma desasosegada a los seres humanos. Paradójicamente los propios seres humanos siempre han tratado de auparse o conquistar las fuentes de tal misterio, mediante una fórmula combinatoria, que da carácter a los métodos empleados, y que se encuadraba entre la clara sencillez y el dogmatismo cortante, creyendo con ello que sin misterio el mundo era más habitable. ¿Que parte del mundo podían divisar desde la cima del Everest quienes formaban esas largas colas, tal y como mostraba la fotografía del alpinista nepalí, que no se pudiera ver desde cualquier otro lugar del planeta? Solo había una ilusión posible no ver toda la obra Dios, sino ver a Dios mismo, pero de eso hasta ahora no había habido ni foto ni noticia. Lo que más inquietó a MG de la noticia en el periódico neoyorkino fue la muerte de más de una docena de escaladores, que se habían despeñado o congelado en las últimas semanas debido a ese toma y daca de ver quien pasa primero, si el que está subiendo o el que está bajando. Lo que más le extrañó a MG, mientras se acercaba a las cordadas, digámoslo así, que aquella mañana habían decidido asaltar el misterio del castillo, fue comprobar que no había corrido la voz sobre tan inusual acontecimiento ni por los mentideros de la ciudad de abajo, ni en los corrillos de la cantina, ni en los tablones de propaganda del ayuntamiento o de las entidades ciudadanas. Nada. La propia aparición de las cordadas, aquella mañana dando la vuelta al camino de ronda del castillo, era en sí mismo un hecho misterioso. Lo que, a continuación, le vino a la cabeza a MG fue imaginar que todo aquel guirigay fuera el último intento publicitario, por parte de los Amigos del Castillo, de poner el misterio de su fortaleza en el mapa de las empresas turísticas, aprovechando el aniversario de la llegada del hombre a la luna. Ese intento de hacer coincidir la caída del velo misterioso de las grandes cimas naturales, el techo del Everest y la otra cara de la luna, con el reforzamiento del misterio de un castillo de procedencia medieval no dejó de resultarle apasionante en el momento que se juntaron en su mente. Luego le surgió la inquietud, al comprobar que aquel engrudo quería buscar autonomía fuera de donde había nacido no como una proyección psicológica de su propietario, sino como una imagen propia del mundo. A MG no le preocupaba, en el momento que tuviera que cruzarse con la horda de turistas, lo que pudiera haber de decadente en la conducta de los alpinistas del Everest o la de los astronautas del Apolo XIII. No había tal decadencia en los hechos humanos, lo que sí existía, había leído recientemente, eran grandes dosis de imaginación oculta tras esos trazos de objetividad aparentemente inamovibles. Mas bien lo que le preocupaba, cuánto se cruzase con la horda de turistas que venían a su encuentro, era averiguar cuántos elementos de la época en que se construyó el castillo liberarían aquellos paseantes al paso firme de su voluntad turística actual. Cuando llegó ese momento, pocos minutos después, MG no notó nada especial, bien es verdad que se tuvo que apartar unos metros del camino para que pudieran pasar todos. Lo que si percibió en el guía, que iba por delante y que se acercó a él para saludarle, fue, cuando le dio la mano, que su temperatura corporal era más baja de la normal. Estaba frío, pero observó que, respecto a tal anomalía, nadie tenía una actitud que hiciera sospechar algún tipo de alarma en el grupo.