viernes, 29 de marzo de 2019

JUICIO

Lo que no podía imaginar Aníbal Guevara es que su experiencia de dar una o dos vueltas al castillo cada mañana, tuviera que ver o pudiera alcanzar a las extravagancias propias de la justicia moderna. Como viéndolo desde el camino de ronda que lo circundaba, su imagen no dejaba de remitirle a un tiempo que ya no existía, pensaba que algo propio del tiempo actual, que él junto con los otros caminantes representaban a esa hora de la mañana, no podía producirse en sus alrededores. Al igual que cualquier actividad de ocio, parecía que caminar por donde lo hacía estaba libre de los avatares que la vida seguía teniendo allí abajo en la ciudad, o más cerca aún en la propia cantina donde tomaba café a veces. Además el castillo tenía su propia historia, que estaba fijada en los diferentes libros que se habían publicado al respecto, y no parecía que ello fuera a modificar la función lúdica y deportiva que ahora las autoridades competentes le habían otorgado en un tiempo en que la diferencia entre paz y guerra está más diluida que nunca. Sin embargo, Aníbal Guevara no creía del todo en esa imagen de cartón piedra que parecía transmitir la fortaleza. No en balde algunos directores de cine la eligieron como decorado de sus películas, así como, cuando llega el verano, los estudiantes de secundaria acampan entre sus murallas como una forma de despedir el curso fuera de las aulas donde había transcurrido. Aníbal Guevara estaba convencido, sin saber por qué, que el castillo continuaba siendo un organismo vivo, que proyectaba su influencia más allá de sus murallas sin saber, esto era lo que más lo inquietaba, cual era el verdadero alcance, aunque de ello no era ajeno aquella falta de distinción entre guerra y paz que vivimos en esta época de casi total tecnificación. El cantinero fue quien le contó a Guevara la historia que, a su vez, le había contado el cronista oficial de la ciudad, que suele dar la vuelta al castillo acompañado de dos galgos. Fue un juicio que se celebró en el interior del castillo no hace muchos años, el que acabó con esa imagen de cartón piedra con que se había cubierto el castillo ante el resto de los vecinos, que lo contemplaban sin distinción ni obstáculos desde la puerta de sus casas. Esta imagen a la que todos tenían acceso fue la que, al caérsele el velo de su falsedad, rompió la unanimidad y produjo a continuación las desavenencias que ahora atraviesan, de forma callada, la convivencia del vecindario. De repente, el castillo dejó de cumplir la función de tótem y las sospechas sobre lo que realmente ocultaba intramuros cundieron entre todas las conversaciones. El juicio de marras se hizo a puerta cerrada y en él se intentó dilucidar sobre la denuncia que uno de los trabajadores adscritos al mantenimiento de la fortaleza había puesto contra los Amigos del Castillo por incumplimiento de contrato. El denunciante había intentado en vano, antes de decidirse a ir a los tribunales, hablar con el presidente de los Amigos del Castillo, cuyo nombre era Kaplan, Ernesto Kaplan, un tipo de origen alemán o austriaco, la gente de la ciudad no se pone de acuerdo, que tiene a gala no dejarse ver con frecuencia. De hecho, hay muchos vecinos que si lo vieran por las calles de la ciudad no lo reconocerían. El caso fue que el trabajador, cansado de cumplir con todos los protocolos que le exigían en la puerta del castillo para tener la entrevista con Kaplan y no obtenerla, dicen, al menos fue en la cantina donde lo escuchó Guevara, que empezó a dar vueltas al castillo en señal de protesta. Guevara da fe que no lo ha visto todavía. Después del tiempo que ha pasado, nadie habla ni en la cantina ni en la calle de que en el juicio se haya cometido algún tipo de irregularidad, solo han traspasado las murallas las declaraciones finales de la abogada de oficio que representaba en ausencia al trabajador y que, más o menos, vinieron a decir que el representante de los Amigos del Castillo en el juicio había puesto el acento con demasiado dogmatismo en que prevaleciera la justicia, no tanto la bondad de lo que reclamaba su defendido.