miércoles, 13 de marzo de 2019

LA CUCARACHA BLANCA

“Antoinette vuelve a recorrer con su mente la paupérrima hacienda de Colibrí, buscando reconstruir su historia y descubrir las razones de su compleja existencia y su incierto destino: el de una mujer nacida en el limbo creado por el desprecio de los antiguos colonizadores ingleses y el hermético mundo de los esclavos negros liberados.”
Me llama la atención este párrafo final que pertenece a lo primero que el lector se encuentra al abrir la novela de Jean Rhys “Ancho mar de los sargazos”. Digo lo primero de forma literal pues no se como denominarlo, no tiene titulo, ni quien lo escribe se presenta, ni lo firma. Son las primeras palabras no identificadas de la creación de un mundo identificado, cuya voz protagonista, Antoinette Cosway, toma el mando en lo que viene de inmediato a continuación y que se titula primera parte. Digo que me llama la atención porque sin saber quién hay detrás de esas palabras parece que conoce muy bien el destino de la protagonista y el mundo que nos va a contar, dándonos en bandeja, no precisamente de plata, la hoja de ruta de la lectura: Antoinette tratará de reconstruir su vida con su mente (alma) desde el espacio (limbo) en que nació encerrado su cuerpo (coraza) por el desprecio de los suyos (colonizadores) y el odio de los otros (esclavos liberados), a cual más feroz e implacable. Algo me dejan claro estas primeras palabras sin identificar, primero que las palabras identificadas de la narradora están escritas desde el alma, luego me interpelan a que convoque la mía para no ser menos y estar a esa temblorosa y misteriosa altura, segundo que su camino está plagado de las minas del desprecio y el odio ajeno, luego también tendré que saber cuales son y donde se encuentra hoy esas minas que cada día me acechan y me explotan en los morros sin enterarme. En la segunda parte hay cambio de narrador, ahora nos habla el marido de Antoinette. La antigua criada negra se quiere ir de la casa porque el nuevo amo no la quiere y ella tampoco lo quiere a él. 
“El ruido me impidió oír la llegada de Christophine, pero Antoinette la había oído.
—¿Te vas? —preguntó.
—Sí.
—¿Y qué será de mí?
—Levántate, muchacha, y vístete. La mujer ha de ser valiente para vivir en este mundo de maldad.”
No dice en esta casa, ni en Jamaica, ni en la Martinica, dice en el mundo. ¿El alma de la negra de vestido negro y cofia amarilla ha aprendido, a través de la densa oscuridad de la piel de su cuerpo dolorido, lo que mueve el mundo, y que va más allá de la maldad colonial de las cucarachas blancas? Si es así, la pregunta, entonces, cae del lado de los lectores de hoy, ¿aceptamos que ese más allá no es otro que el que ocupan los famosos escarabajos kafkianos, o sea, nosotros mismos? Ahora empieza a cobrar sentido el limbo desde donde nos habla la protagonista Antoinette, al que hace referencia la voz no identificada del principio. Y la intuición kafkiana, con carácter anticipatorio, de los esclavos negros liberados al llamar a Antoinette la cucaracha blanca. 

Leibniz dijo que el problema del mal en el mejor de los mundos posibles, como es el nuestro, tiene que ver con la visión egocéntrica del mismo. Identificamos el mal con quien no es o no piensa como Yo que, como no puede ser de otra manera, represento el bien. Visto así, dice Leibniz, ¿cómo sería un mundo solo habitado por el bien, es decir, solo habitado por tipos que pensaran y actuarán como el Yo y sus cuates? Sin duda, concluye, no sería el mejor de los mundos posibles. Claro está que Leibniz sabía de que hablaba, porque no en balde era el contable y el abogado del Dios Gerente en la Tierra. El caso es que hoy en día no hay gerente ni contable ni abogado celestiales que valgan, pero si somos herederos de la colosal rapiña colonial del siglo XIX y de las inimaginables barbaridades del siglo XX. Aún así, como si viviéramos en la época de Leibniz, como si hubiera gerente, contable y abogado celestiales, como si hubiera colonizadores y esclavos como los de antaño ¿por qué nuestra mente se empeña en seguir apuntándose al BIEN, a sabiendas, hoy ya no hay disculpas, de que con el mismo impulso así construimos el MAL en el otro? ¿A cuento de quien y a cuentas de qué saldamos esta perversa y oscura autosatisfacción que se ha apoderado del mundo? ¿La esperanza de que Yo es el Otro, se ha transfigurado en que el Diablo soy Yo? No el mejor de los mundos posibles, así construimos un mundo inhabitable, ¿el que intuyen Antoinette y Christophine?  ¿O es que no lo sabemos? Peor que malos, aún, ¿es que jugamos a ser ignorantes con todos lo datos a nuestro alcance? Mientras tanto, ¿solo nos queda hablar desde algún tipo de limbo, entre los odios de unos y los desprecios de los otros, el limbo desde donde hablan la cucaracha blanca o el escarabajo kafkiano? El limbo, entonces, ¿es hoy ese lugar que no es el cielo donde van los buenos, ni el infierno donde van los malos, sino desde donde toman y piensan la palabra, no sin dolor y tristeza, la “pureza infantil” de seres como Antoinette, al socaire de los odios y desprecios con se atizan sin parar los buenos y los malos? En el fondo, “¿el leer adulto no es leer como si fuéramos un niño, libres de la influencia de los odios explícitos y los mudos resentimientos que nos depara la lucha por la supervivencia?”