lunes, 4 de marzo de 2019

EXISTIR LEYENDO

Como se vive lo que se lee, y como se sigue viviendo después de haberlo leído. Ninguno de esos dos movimientos tienen que ver con que previamente, o después, el lector compruebe lo que dicen los expertos sobre eso que está leyendo o ya ha leído. Valga está breve introducción para indicar que nada de este juego de tendencias e inclinaciones, propias del existir y del leer, afectaron o interpelaron en ningún momento a los lectores que habían sido convocados por el narrador de la novela “La Venus de las pieles”, de Leopold Sacher Masoch. Muy al contrario mantuvieron su habitual estampa de altivez, que se desprende de quien se sabe protegido por la rigidez de la coraza que ha construido alrededor de su alma. Aunque desde el principio el narrador interpeló al alma de los lectores, dejando bien claro en su presentación que para escuchar sus palabras tenían que inclinarse en una u otra dirección, la coraza se interpuso impidiendo cualquier movimiento en los lectores que no fuera mantenerse tiesos como un palo y vigilantes respecto a cualquier palabra amenazante que pudiera acercarse en forma por ellos no prevista. En cierta manera la relación de los lectores con las palabras del narrador de “la Venus de las pieles” recordaba al militar de la novela de “el desierto de los tártaros” que, protegido detrás de las almenas de la fortaleza amurallada donde vive acuartelado, espera impaciente el ataque del enemigo (quede claro que para el militar, al igual que para los lectores, el enemigo siempre son los bárbaros) que ha de surgir de un horizonte nebuloso e impreciso. Un  enemigo que nunca llega a aparecer lo que, sin embargo, no le hace bajar la guardia durante la interminable espera, que es en lo que, al fin y al cabo, acaba convirtiéndose su vida. Igualmente durante las casi tres horas de vida en común los lectores del club de lectura no dejaron de sospechar, manteniendo su guardia en alto, tanto del narrador de “la Venus de las pieles” como de los otros lectores. Fue de esta manera como la resistencia de los lectores a entrar en la habitación sin vistas que proponía el narrador (no otra cosa significa el inicio de cualquier lectura narrativa), se apoderó, una vez más, del protagonismo de este tipo de encuentros, pensados, todo sea dicho, con la mejor intención comunicativa (pues la lectura narrativa es comunicación o nos es nada) por parte de quienes los organizan. Cuando digo que la resistencia se hizo protagonista del encuentro me refiero a que todo giró, a partir de entonces, hacia dos tipos de relatos (que convivieron  paradójicamente junto al que había convocado a los lectores), a saber, uno, como se reforzaban las posibles grietas o imperfecciones de la coraza de cada lector y, dos, como se construye un caballo (en este caso un caballo de Troya) para colarse en tales fortalezas en las que se esconde el militar a costa del lector. Este último relato pretendió, sin conseguirlo, que el alma del lector pudiera respirar, no tanto con la demolición de la muralla, sino a través de aquellas grietas o imperfecciones, impidiendo, por tanto, que la lectura no fuera una disculpa par su urgente restauración. Lo que al final se reprodujo alrededor de la mesa donde se habían sentado los lectores, fue la banalidad que los acompañaba desde la calle, como si la lectura de la obra de Sacher Masoch no les hubiera afectado en nada. Por un lado, el narrador no aparecía ante sus corazas por un rechazo mecánico de todos los actos de referencia que llevaban sus palabras. Por otro, el lector se desvaneció detrás de sus obstinada apariencias justamente por lo contrario. Todo lo que decía el narrador remitía, directa o vicariamente, a sus vidas, pero ellos nunca empezaron a existir como lectores por encogimiento ante esta avalancha de referencias. Así que al final solo aparecía su imagen acorazada, bien es verdad que degradada respecto a las expectativas que ella misma se había forjado respecto al encuentro. Lo cual puede ser considerado con un éxito, el único éxito posible. Y es que el no saber expresar lo que sienten, que es la principal enfermedad (pues es algo más que una simple carencia o capricho de su voluntad) que se pone de manifiesto en los lectores frente a su lectura, al chocar contra las palabras del narrador que, al contrario, lo que hacen desde la primera línea de la novela es sentir el sentido de lo que siente, también llamado sentimiento, produce un efecto de derrumbamiento inminente de aquella muralla que solo lo evita, en última instancia, la necedad indignada de quien la defiende