miércoles, 27 de febrero de 2019

DISTRACCIONES

El pedagogo Gustavo Reig, presidente de la comisión parlamentaria que elaboraba la nueva ley Educativa, era firme partidario de “bombardear” (así le gustaba denominar) la proverbial distracción de los alumnos mediante la utilización intermitente de los dispositivos electrónicos en el aula. Era mayo de 2011. La periodista Rosa Cárdenas, directora de la revista especializada Educalia (dedicada a la investigación y divulgación de la educación en las bibliotecas y viceversa), respondió a las declaraciones de Reig al mes siguiente, en la editorial excepcionalmente extensa de la revista. Allí dijo que uno de los problemas que acarrea la digitalización de la experiencia es la fragmentación de la percepción sensorial de quienes viven pegados, como la uña a la carne, a sus dispositivos digitales, como era el caso de todos los adolescentes y jóvenes en edad educativa del momento presente. No se trataba de discutir de forma generalista, dijo Cárdenas en su artículo, si la gente puede prestar demasiada atención o demasiado poca, y si lo hace necesariamente a los aspectos correctos de la realidad que los rodea. No hay impugnación que valga contra el hecho de que nuestra atención puede verse voluntariamente distraída, sencillamente porque nuestra conciencia distraída encaja mejor en todo ese cúmulo de distracciones que pone a su servicio la vida en general y la cultura digital como su mejor representación en particular. En la práctica es lo que hacemos hoy cada día de una manera especialmente intensa, prestar más atención a todas esa distracciones digitales. Pero la educación publica no debe ser un reflejo de la urgencia con que reclaman nuestra atención tales distracciones, sino que fue imaginada como un espacio de aprendizaje y cuidado de la atención y la concentración sobre lo que es importante, lo cual interpela decididamente a padres y profesores en el cumplimiento de esta misión. La conciencia distraída que es natural al carácter de los pocos años que tienen los alumnos, no debe ser alentada desde el hogar y el aula por la consentida digitalización de su experiencia familiar y educativa, concluía Cárdenas su artículo. La respuesta de Reig y los de su gremio más psicólogos, economistas, coachs, y algún que otro ferviente historicista, no se hizo esperar y fue en la misma revista que dirigía Cárdenas. A ésta no le discutían el carácter popular que tenía la digitalización de la experiencia de los alumnos, ni tampoco su naturaleza propia hecha a base de lo que previamente le hayamos metido, pues un ordenador no nos devolverá nada que previamente no le hayan inyectado, como dicen los informáticos, a modo de chiste, tratar con un ordenador es como hacerlo con un miope, ve hasta donde puede, más allá todo es oscuridad. Lo que sí le discutían a Cárdenas era que la superación de la distracción natural de los alumnos, a base del aprendizaje forzoso de la atención y la concentración, fuera del ámbito donde tarde o temprano tendría que enfrentarse a todo tipo de distracciones y atenciones arbitrariamente entremezcladas (como antaño se pensaba y se cuidaba la virginidad de las mujeres o el honor de los hombres fuera de la promiscuidad y las traiciones mundanas que las rodeaban), era tan estéril como contraproducente. Para entendernos, decían Reig y los suyos, Cárdenas veía la educación desde una concepción absoluta de la relación entre sensibilidad y realidad, al igual que Newton concebía la relación del espacio y el tiempo, es decir, realidades no relacionales y, por tanto, sin ninguna posibilidad jamás de relacionarse. Era una evidencia que la distracción congénita de los niños y los adolescentes no se opone siempre a la necesidad de atención y concentración que deben aplicar en sus estudios, decían, otra cosa es que todavía no se haya encontrado la fórmula que los ponga en contacto de manera  interdependiente. Por eso pensaban que en la digitalización de la experiencia familiar y educativa, como nunca antes en la historia de la humanidad, se encontraba el mejor punto de encuentro, como los claros en el bosque, donde se producirá al fin la luz que todos, profesores, padres y alumnos, deseaban.