jueves, 21 de febrero de 2019

FAKE NEWS

¿Piensas que hoy hay motivos para tanto escándalo por el caso del falso periodista del Der Spiegel? No olvides que esa forma de contar vigésimononica, llamada periodismo, relevó en sus funciones a la novela decimonónica, que no era contar la verdad sino hacer lo real, visible más invisible, verosímil. ¿Hay algún ser humano que puede contar la verdad aunque tenga lo real delante de las narices? O preguntado de otra manera, ¿la verdad es sinónimo de cercanía? Recordémoslo juntos otra vez, el periodismo sustituyó la función de la novela, es decir, no para contar la verdad (algo inhumano, por eso no le interesa a nadie, pues nadie enciende la radio o la tele o lee un periódico o un libro para que le cuenten la verdad a secas, como algo ajeno a su vida cotidiana), sino para hacer verosímiles en esa vida particular los acontecimientos propios del siglo XX que, como dijo Einstein, después de las bombas atómicas lo cambiaron todo menos nuestra forma de pensar. Aquí radica una parte del problema, que la tentación de la inocencia vigesimononica ha crecido en nuestra conciencia de adultos en la misma proporción que el periodismo ha puesto luz sobre los asuntos decimonónicamente oscuros. Y la otra que la llamada objetividad del periodismo da para poco, una noticia es un dato. Así que solo hay una manera de sustituir el largo aliento de la novela del XIX, y, claro está, hacer grandes negocios, otra variante del siglo XX de masas: con el reporterismo narrativo folletinesco o seriado. O dicho de otra manera, no me “Cuentes lo que es” (palabras profesionales del fundador de Der Spiegel, como algo concluido), sino “Cuéntame como pasó” (palabras existenciales de los pasados inconclusos, que pueden volver a pasar). Pues de lo que se trata, al fin y al cabo, es saber de cuánta esperanza (o confianza) disponemos para llegar al final de nuestros días, y cuánta desesperación (o desconfianza) le vamos a dejar en herencia a nuestros vástagos. No hay más historia (o verdad) que esa. La que se escribe con el corazón, no con los ojos. Ya lo anticipó el Ciudadano Kane, que la realidad no me estropee una buena noticia.
El relato de Ifigenia (Janet Malcolm) o el de Eichmann en Jerusalén (Hanna Arendt) ¿son más verosímiles por qué las autoras estaban en la misma sala del juicio donde estaban los acusados y no en el lugar de los hechos por los qué se los acusaba, o por qué cambiaron su forma de pensar al relatar el testimonio que escucharon de todos los protagonistas? ¿Escribieron con la vista o de oídas? ¿Qué les dictó las palabras de forma más fiable, el ojo en directo o el entendiendo de la imaginación? Si todos hacemos lo mismo, lo sepamos o no, porque no podemos ir en contra de nuestra naturaleza humana, ¿a cuento de qué, y a cuenta de quien, va esta escandalera de Der Spigel y las fake news? Esa es otra historia que nadie cuenta. El caso fue que el periodista Moreno (freelance inmigrante español en el Der Spiegel) al destapar el lío nada más trató de proteger sus intereses laborales contra Relotius (el ario bonito de la prensa alemana), que se inventó sus historias movido por “el miedo al fracaso y porque la presión para no fallar fue creciendo a medida que iba teniendo más éxito”. Esa sí que es una buena historia. ¿No crees que lo que es inverosímil, sin embargo, es que sigamos jugando a ser mogigatos decimonónicos en la segunda década del siglo XXI? El guión de la puesta en escena quedaría como sigue. Por un lado, Der Spiegel (o el Pais o le Monde, etc.) continúan aparentando ser los tribunales honorables de la VERDAD FARO (según el estilo decimonónico colonial), y, por otro, sus lectores multitareas y multipantallas se cubren con una moral aldeana gritando indignados, “mira que me escandalizo, que me escandalizo, mira que lo hago si no me cuentas esa VERDAD de verdad, quiero decir, de verdad sin rastro de mentiras.” 

En fin, como sabes todo empezó cuando nuestros antepasados decidieron “asesinar” la función de Dios como la verdad indiscutible que daba sentido a sus vidas. Desde entonces, esa es nuestra herencia, nos tenemos que medir con la verdad de nuestros semejantes, periodistas incluidos. Y no nos salen las cuentas, a saber, que fieles a aquella herencia continuamos sin creer en Dios, pero hemos descubierto que todos podemos creer en cualquier cosa. Internet no tiene otra función que ser el gran facilitador de este fiasco en nuestra intima cuenta final de resultados. Y en esas perseveramos, sin atrevernos a cambiar nuestra forma de pensar. Entre la nostalgia de la verdad divina (dejar que otros piensen por mi) y la cobarde pereza que nos da la raquítica verdad humana (atreverme a pensar por mí mismo).