Cuatro grupos de la renovación pedagógica fijaron la fecha del Día Internacional de la Educación para entregar a las autoridades educativas un manifiesto mediante el que, apoyado por dos mil abajo firmantes, por un lado reconocían su incompetencia para seguir impartiendo la docencia en las circunstancias actuales y, por otro, reclamaban con carácter de urgencia su reciclaje o su reeducación para poder seguir cumpliendo con su misión vocacional o, en su defecto, su jubilación anticipada. Uno de los grupos, la liga por la paideia griega en la era digital, cuyo presidente es Ernesto Arozamena, público en un diario local al día siguiente de la entrega del documento conjunto, un libelo en el que denunciaba con pelos y señales la ingobernabilidad del modelo actual educativo inspirado en los presupuestos ilustrados de los pensadores del siglo XVIII. El texto, que estaba firmado por Arozamena como presidente de la liga educativa a la que pertenece desde que empezó a dar clases, hace incapié en un hecho muy incómodo por su carácter firmemente impugnatorio del presente educativo. La ilustración, venía a decir, no dejó de ser un movimiento reactivo contra la visión teologal del Vaticano, que en su momento fue también una reacción reactiva (o una asimilación interesada) contra las formas de pensamiento educativo antiguas, digámoslo así para abreviar, a saber, la herencia grecolatina y hebrea fundamentalmente. Como toda reacción reactiva, los dictados de la ilustración han acabado siendo reaccionarios, pareciéndose cada vez más en la práctica a todo aquello que quiso combatir y hacer desaparecer de las formas educativas vaticanas. Iniciar al ser humano en el camino de la mayoría de edad, tal y como teorizó Kant, ha acabado siendo, gracias a la colaboración inestimable que ha proporcionado la tecnología digital a los protagonistas educativos, una vuelta sobre los tímidos pasos adultos dados desde entonces a la perezosa y cobarde minoría de edad original. Como todo el mundo debería saber, continua Arozamena en su libelo, la minoría de edad significa, según Kant, la incapacidad del ser humano de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Kant lo resumió en su famosa invitación: Sapere aude!, es decir, atrévete a pensar por ti mismo. Siguiendo la estela del pensador alemán, dice Arozamena, la culpa de la catastrófica situación educativa actual no la tiene, como argumentan la mayoría de los docentes y de los padres, la irrupción despiadada y acelerada de las nuevas tecnologías digitales y sus plataformas afines, ni el temor que les embarga por no saber estar a la altura de los tiempos si llevan la contraria a sus alumnos e hijos, sino la incapacidad de aquellos de servirse de su propio entendimiento, más abundante y diverso que nunca antes en la historia de la humanidad, sin la guía o las muletillas ajenas (pedagogos, psicólogos, coach,...) para saber cómo encauzar la educación de quienes están a su cargo en el hogar o en el aula. Pereza y cobardía son los atributos vitales de un don Nadie, que es como nosotros, desde la liga por la paideia griega en la era digital, llamamos a los menores de edad que hoy dominan la vida educativa dentro y fuera de las escuelas, institutos y universidad. Unos don Nadie que prefieren No Ser a No Vivir. Lo que paradójicamente no les impide, a esos don Nadie, primero seguir postulándose como miembros de la comunidad educativa y, segundo, una vez dentro, cuando se encuentran a solas, o tejiendo sus chácharas en las tribus digitales a las que pertenecen, considerarse superior a los demás. Hay un regodeo, un resentimiento mudo en ese no ser nada de un don Nadie que, como la lava de un volcán en erupción, ha acabado por cubrir todo lo que se ve y se toca. Como dijimos anteriormente no solo la pereza y la cobardía mantienen intacta la minoría de edad desde hace doscientos años, haciendo estéril la sugerencia de Kant y de todo el proyecto ilustrado, que no era otro que aprendiéramos a pensar por nosotros mismos, sino que hemos hecho de la ignorancia resultante el más prestigioso y benefactor de los placeres. Sucede, entonces, que en la época de la máxima información disponible, de la liberación de la servidumbre diaria por la supervivencia, el ser humano ha decidió seguir apegado a su minoría de edad; así se siente feliz, se siente bien, pues todos piensan por él y el no tiene que pensar, no necesita esforzarse, pues con solo pagar otros asumirán por él la fastidiosa tarea, o también otros asumirán tareas para mantener a punto y en perfecto estado de revista el círculo intoxicante de la ignorancia. Desde la liga por la paideia griega en la era digital queremos denunciar, de manera inaplazable, el engaño consciente, hoy no puede ser calificado de otra manera, de los que perseveran en su minoría de edad sin renunciar a los cuidados y parabienes que todo menor de edad verdadero tiene derecho. El auto engaño individual no es un asunto que tenga repercusiones solo en el ámbito privado, muy al contrario, su práctica institucionalizada como una cultura de progreso ilustrado, o sea, que la minoría de edad consentida es un instrumento que nos hace avanzar más y mejor que las disquisiciones y dilaciones adultas (lo que, de acuerdo con los postulados ilustrados, se convierte de inmediato en una cultura de máximo prestigio), rebasa ese ámbito e infecta de lleno a todo el cuerpo social y político, que de esta manera acaba siendo un menor de edad, para entendernos, una inmensa e ingobernable guardería. Desde la liga por la paideia en la era digital recordamos, una vez más, que nadie ha demostrado que la parsimonia de la primera no se avenga perfectamente con la velocidad de la segunda. O mejor dicho, que lo digital solo encontrará su destino, es decir, sus formas y posibilidades en las preguntas y perspectivas que surgan desde la paideia, donde el que más sabe es el profesor y el progenitor, porque son los primeros que no tiene rubor en reconocer ante sus alumnos e hijos que no saben nada, principio irrenunciable de todo aprendizaje. Ese matrimonio bien avenido entre el “Saber del no saber” entrelazado con “Toda la información a la mano” debe de producir los mejores logros en beneficio de la sabiduría individual y colectiva.