martes, 5 de febrero de 2019

SUPREMACISMO

En las horas precedentes al examen fin de curso que había puesto a sus alumnos, Ernesto Arozamena volvió a leer el libro Los adioses, de Juan Carlos Onetti, antes de leer los apuntes que habían cogido cuando estuvo en la universidad y de los que no se acordaba. Era el 13 de junio de 2016. Se dio cuenta que la lucha contra esa imagen del narrador sabelotodo no cesaba, continuando en ese momento que leía el relato en quienes han cogido su herencia de una forma más entusiasta, a saber, sus propios alumnos avalados enteramente por sus progenitores. Y es que el almacenero, narrador a la sazón de la novela del escritor uruguayo, le volvió a hacer creer, durante muchas páginas (como cada día hacen sus alumnos, compañeros profesores y progenitores) que es un tipo de observador honesto, reforzando su honestidad cuando confiesa muy en voz alta que está solo “descubriendo la invariable desdicha de mis quince años en el pueblo, el arrepentimiento de haber pagado como precio la soledad, el almacén, está manera de no ser nada”, únicamente desvelado su fracaso cuando al final descubre que la mujer joven es la hija del jugador de baloncesto. Ergo, se preguntó, Arozamena, ¿el almacenero (trasunto a su entender de todos los que piensan que estar solo es un problema que se debe resolver de forma tecnológica) no sabe estar solos y recurre a contar para llenar ese vacío? ¿Es suficiente? ¿De donde saca el almacenero (y por extensión, todos los que como sus alumnos y sus aduladores pagan con la soledad frente a la pantalla esa forma de no ser nada ni nadie) la inconmensurable fuerza, el coraje, el valor, en fin, el talento para contar lo que cuenta y, sobre todo, de la forma como lo cuenta? ¿De la necesidad de llenar ese vacío existencial? ¿Una botella güisqui (o un canuto en el caso de sus alumnos) no bastaría, como han hecho siempre los borrachos o drogadictos que en el mundo han sido? ¿Este almacenero es alguien más que un almacenero? ¿Quien es? Y lo más importante, ¿en que se convertía quien lo escuchara hasta el final?  (¿ en que me convierto yo al escuchar a mis alumnos y sus aduladores cada día?, se preguntó Arozamena). Las conclusiones que Arozamena sacó en el lado de la vida, se podrían resumir en que en esta última lectura, hecha en el límite o paralela al examen preuniversitario de sus alumnos, lo que sí he apreciado de forma más consciente es el carácter altamente persuasivo que tienen estas posturas falsamente victimistas, tan en boga hoy en día, desvelando a quienes las practican como realmente se sienten ocultos ahí dentro: superiores a los demá. Lo cual Arozamena criticó no moralmente, sino como éticamente engañosas y perjudiciales para la conversación pública, de la que la conversación educativa es una parte fundacional y seminal al mismo tiempo. Arozamena se refería, como no, al íntimo supremacismo oculto de quien confiesa que es un don Nadie, o un marginal, y de quienes quieren redimirlo públicamente en otro lugar inexistente (utopía). Es la persuasión irresistible de la idea de cambio a toda costa (todos lo días oída hasta la saciedad en los claustros del instituto de Arozamena) que no llega, pero que  lleva alimentando este sentimiento supremacista occidental más de doscientos años. En el lado propio de la ficción narrativa o literaria de semejante supremacismo existencial las conclusiones de Arozamena las proyectó, por ejemplo, en el ámbito de las formas de aprendizaje de sus alumnos en el aula. Ahí sería deseable el término medio, que, como dijo Sócrates, se encuentra en el “Saber del No Saber”. Pero tal recomendación vive con mucha dificultad entre dos arrogancias intratables, pues quieren tener siempre la última palabra, apuntó Arozamena en su libreta. La del lector experto funcionario del sistema al que  pertenece (la mayoría de los compañero suyos en las batallas diarias por el aprendizaje) y la del lector experto en la espuma de las cosas virtuales de las redes sociales (todos los alumnos que tiene cabida en las aulas de instituto donde trabaja). Ambos dos fantasmas, cada uno a su manera, llegaran siempre a la misma conclusión, que lo que representa el almacenero en cuestión aparece en su vida, como casi todo lo demás, para ponerse enteramente al servicio de su sistema y de su espuma. Y es que el misterio de la existencia humana no tiene que ver con como se manifiesta la rigidez del sistema ni como sube la emulsión coyuntural de la espuma, concluyó Arozamena la crítica de “los Adioses” antes de incorporarse al aula. Como dijo, son fantasmas que luchan denodadamente para no comprender que el almacenero son ellos mismos.