jueves, 7 de febrero de 2019

CONECTADOS

Fue Aristóteles quien en el primer capítulo de su obra Etica para Nicómaco, que tituló Teoría del bien y de la felicidad, dejó escrito que “Todas las artes, todas las indagaciones metódicas del espíritu humano, lo mismo que todos nuestros actos y todas nuestras determinaciones morales tienen, al parecer, siempre por mira algún bien que deseamos conseguir; y por esta razón ha sido exactamente definido el bien cuando se ha dicho que es el objeto de nuestras aspiraciones.” Por su parte, muchos años después, Kant dijo, para definir el mal, que tenía que ver con todo aquello que no quieres que te hagan a ti. Pareciera, por tanto, que siendo tan fácilmente deducible que evitando el mal se logra alcanzar el bien, que cuando la historia empírica de la humanidad dice que no es así debe querer hacer una enmienda a la totalidad del objeto de nuestras aspiraciones, advirtiendo así se su extravío en algún punto de su recorrido. O dicho de otra manera, que, a fuerza de no tener los pies en la tierra, la cabeza de los humanos vive sumergida en una confusión perpetua. Y es que ninguna sociedad justa se puede vestir, al mismo tiempo y con orgulloso empeño, con el añadido de sociedad justa de la abundancia. Todo lo cual viene a demostrar que a parte de soñar a lo grande no está entre las virtudes del ser humano hacer propósito de enmienda de los destrozos de tales desvaríos. Sin embargo, nos gusta oír todas esas historias sobre el bien y la felicidad, la justicia y la abundancia - añadió Ernesto Arozamena en un momento de su conferencia en el centro de recursos educativos, ahora referiendose a  Sherry Turkey celebre investigadora norteamericana en defensa de la conversación - porque no solo no desalientan sino que adulan sin contención ni miramiento nuestra ambición de perseguir lo nuevo, nuestras nuevas comodidades, nuestras nuevas distracciones y nuestras nuevas formas de consumo, en fin, son historias que adulan y alientan nuestra ambición irresistible e insaciable de obtener no el gozo diferido, sino el bienestar inmediato en todo lo que nos propongamos, que es donde se concentran, digámoslo así, todas nuestra aspiraciones para obtener el bien y la felicidad, la justicia y la abundancia. Y nos gusta oírlas porque, si estas son las únicas historias relevantes, podemos evitar prestar atención a esos persistentes sentimientos que de algún modo nos dicen que estamos más solos que nunca, y que cada vez es más difícil mantener una conversación en familia y entre amigos, sin la mediación de los dispositivos que llevamos encima, que sustituyen así la falta de empatía entre los asistentes. Estamos tan habituados a estar conectados, insistió Arozamena, que nos parece que las consecuencias que se derivan y acontecen, sin previo aviso, al estar solos son un grave problema que la tecnología tiene que resolver. Igualmente estamos tan acostumbrados a perseguir el bienestar en la vida que llevamos, que nos parece que la muerte no es su último acontecimiento, sino un incómodo problema que la tecnología tiene que resolver, como al parecer están investigando a toda prisa en Silicon Valley.