martes, 28 de noviembre de 2017

ENMIENDA A NUESTRA INMORTALIDAD

Como nos enseña Sócrates con sus diálogos, una de las razones de renovación creativa de nuestra prosa habitual es defendernos de los sofistas, que siempre quieren ganar nuestra confianza diciéndonos que somos inmortales y merecedores de todas las glorias divinas. Los diálogos de Sócrates nos enseñan a ser mortales, o dicho en plan administrativo para que siente mejor, a poner enmiendas a nuestra inmortalidad habitual, lo cual, a pesar de nuestras ensoñaciones y delirios, no ha dejado ser vigente desde entonces. Sin embargo, cuando vi a Duarte alejarse para ver la última instalación que tenía anotada en su guia, de nada me sirvió el optimismo renovador del sabio griego, pues me entró de repente una sensación de nada o de vacío, como si ahora fuese el mundo el que se hubiera derrumbado y aquel contenedor de mercancías que tenía enfrente fuera su última imagen, lo que también significaba su imposible recuperación. Probablemente, pensé, este fuera el postrer mensaje del arte contemporáneo: que ya no hay mundo en el que acogerse, pues la mayoría somos víctimas de nuestras máscaras, siendo el contenedor la última máscara o la síntesis de todas las máscaras con que hemos ocultado nuestra condición de seres mortales. En fin, que todo es nada y vacío, y algún claro del bosque, si aún perdura en uno el impulso invisible de la búsqueda, donde encontrarse de forma provisional con este tipo de supervivientes. Me pareció una imagen aceptable, esta del claro del bosque, para discernir sobre las veleidades que me habían salido al paso en la visita a Documenta. Se podría resumir como una danza continua de máscaras fuera de cualquier ritualización carnavalesca, entretejida o salpimentada con algún claro del bosque donde todavía era posible tener algún criterio del mundo. Y de nada valía enfadarme por la falta de Exaltación Vertical que todo aquello respiraba - y que sin saber por qué yo estaba reclamando desde que vi por primera vez el Parlamento de los libros prohibidos -, por la vulgaridad horizontal a que me sometían la mayoría de las instalaciones - y que tampoco sin saber por qué, si exceptuo esa nostalgia por lo divino, me acompañaba desde el principio. Pues de nada valía, al fin me dije, esa nostalgia por las grandes creaciones del pasado en beneficio y gloria de una divinidad que se ha ido para siempre. El mundo en el que vivía con Duarte y con todos los que nos acompañaron en los dos días de vista en Kassel era, ni más ni menos, como lo mostraba Documenta. Humano demasiado humano. ¿Era ese exceso de humanidad lo que lo había derrumbado ante mis sentidos? ¿Ese exceso de humanidad, o ausencia total de divinidad, era sinónimo de la nada y el vacío? Entonces, ¿son los claros del bosque las catedrales actuales de esta apabullante humanidad? 

Por lo demás, la actitud creativa frente a nuestra prosa, frente a la renovación en el uso de nuestras palabras, es decir, el ser capaces de conversar de otra manera que la habitual (profesional, familiar, social,...) es relativamente asequible para todo quien se lo proponga, pues además de ser lo único que tenemos y nos constituye, es lo único en realidad que intensifica el sentimiento de estar vivo. Y es que lo que nos pasa a los de la clase media urbana occidental acomodada, o a los llamase como se quiera, no tiene ninguna relevancia si nos comparamos con lo que les ocurre a los habitantes en otros lugares del planeta: lo nuestro es la mascarada del progreso occidental, encuadrada en los sistemas de los nuevos sofistas y alentada por el virtuosismo u optimización de los expertos. Sofistas y expertos que, estos sí, renuevan de forma constante su lenguaje de persuasión. ¿Hasta cuándo seguiremos saliendo al mundo como consumidores en  semejantes pesebres? ¿Parece ser el único destino que nos han reservado, por mucho que experimentemos cada día que nuestra naturaleza humana no es sistémica, sino contradictoria, ni es virtuosa, sino defectuosa e inacabada? Somos perfectamente imperfectos y limitados y mortales, valgan todas las paradojas que quepa imaginar. De otra manera, debemos salir al mundo para aprender a relacionarnos con todas ellas. Lo demás es autoengaño. Y así como nadie es capaz a de engañar a un otro de forma ilimitada, uno mismo tampoco se puede engañar a sí mismo sin que hagas pagar a los otros las consecuencias de semejante insolencia, y cuyos efectos más notorios se hacen notar en los estragos que se dan en la polis. ¿Vamos a seguir educando a nuestros descendientes en ese fracaso: un mundo de perfección y progreso que no existe, porque sencillamente no es posible. Cuando hoy alguien habla de revolución, ¿no te parece que esta hablando de aburrimiento? No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compense con la garantía de morir de aburrimiento, no dejó como legado los tumultos de Mayo del 68, que parece quiere volver, ante la ausencia de la imaginación adulta, con su jolgorio de patio de colegio.

Ya en el tren que nos llevaba a Frankfurt de Meno, Duarte me dio a leer las notas que había tomado sobre su vista a la última instalación, mientras yo me quedé cuidando las alforjas sentado en la cafetería de la estación, contemplando a los espectadores que hacían fila delante del contenedor de mercancías, a través del cual bajarían a la instalación de la haima. Dicen así: 

“Temprano levantados y preparándonos para el viaje, de nuevo un café con panecillo al lado de la estación y vamos a buscar una taquilla para dejar las alforjas, no hay, todos los huecos llenos, dice la señora. Bueno. Aún así me voy a buscar la última instantánea a la Tofufabrik, un recinto abandonado ya en zona fabril, al lado de una gasolinera, muy alternativo. Dentro una primera visión emite unas imágenes de una familia japonesa de vacaciones quizás, dos niños en la playa recogiendo conchas. Se ven con dificultad las imágenes. En la sala del costado dos filas de butacas miran una gran pantalla, donde se ve una mano pasar las hojas de un cómic, según avanzan hablan de un manga, y las imágenes son algo desgarradoras, cortes de miembros, amputaciones de partes, exhibición de órganos sexuales, etc…. Y la voz que traduce, que no sabe cómo dibujó aquello, que no puede seguir viéndolo,… y se cierra el cuento y aparece un japonés con un parche cuadrado en el ojo izquierdo que habla con otro que parece tumbado agonizante, y hasta aquí mi interés, ¿más allá quizás el horror, aún más?”.