Al salir del andén de las vías muertas no lo hicimos, volviendo sobre nuestros pasos, a través del contenedor por el que habíamos entrado desde la plaza que está justamente arriba, sino que los organizadores sugerían salir al exterior sencillamente siguiendo el curso de las vías muertas. Nuestro siguiente destino era la Nueva Galería instalada en lo que anteriormente fue una central de correos. De nuevo Documenta se colaba donde sus más firmes seguidores juran y perjuran que no debe estar, si seguimos su catecismo de lo último del arte actual al que pretende acoger quinquenalmente y que recuerdo es: nada de museos, nada de paredes, en fin, nada que recuerde la separación del arte y de la vida mediante sofisticadas distancias estéticas hechas por sofisticados artistas que nada tienen que ver con la sensibilidad y la vida de las personas que acuden a la llamada de eventos como Documenta. Y, sin embargo, esas mismas personan que parecieran defender, o al menos agradecer, que cuando miran la televisión o van al cine el último cartelito de los títulos de crédito sea el eslogan preferido de los vanguardistas: basado en hechos reales, o cuando participan en las actividades sociales o familiares parecieran defender, o al menos agradecer, que nadie rompa el guión de lo que los ha reunido allí y que recuerdo es: la celebración de verse otra vez juntos que es lo mismo que la celebración de la felicidad, esas mismas personas, digo, llegado el momento de ponerse delante de una obra contemporánea parecieran comportarse de un manera inapropiada para la ocasión. Es como si faltasen deliberadamente al reglamento del evento que los ha convocado. Lo que no les impide cuando acuden a eventos como Documenta, defender al mismo tiempo una relación muy querida, y que está conseguida a base de eliminar esa distancia estética que he aludido, entre basado en hechos reales y la celebración de la felicidad que emana por el hecho de estar una vez más todos juntos. Pareciera que así se hubiera cumplido él sueño de los vanguardistas de unir arte y vida, vida y política, eliminando los intermediarios que son los que a parte de ser expertos en crear problemas donde no los hay siempre acaban por llevarse una comisión por semejante incompetencia. Es decir, eliminado a los artistas y a los políticos. Sin embargo, aunque el sueño de los artistas vanguardistas a muchos les gusta creer que se ha cumplido, por el solo hecho de que se celebren acontecimientos como Documenta, no siendo yo quien participe de esas creencias, en el caso de las personas a quien se dirigen no dejan esperar que se manifiesten las rupturas o las grietas en su forma de percibir o sentir.
Efectivamente, cuando nos dirigíamos a la Nueva Galeria, Duarte reclamó mi atención respecto a una conversación que mantenía un grupo de cuatro personas, entre treinta y cuarenta años, que delante de nosotros y en voz más bien alta se preguntaban, medio en broma medio en serio, si lo que acababan de ver y contemplar desde que entraron por el contenedor hasta que salieron al exterior siguiendo el curso de las vías muertas, era o no era arte. Y eso que todo lo que habíamos visto, digamos, estaba dentro del ámbito que dibujaba sin alteraciones remarcables el basado en hechos reales y la celebración de la felicidad por estar juntos. Dicho de otra manera, esas cuatro personas, que por supuesto hacían ostentación sin tapujos de sus teléfonos móviles y su voluntad expresa de estar conectados con otros que no eran quienes en ese momento felizmente les acompañaban, estaban pidiendo o necesitando algo pareció a esa distancia estética a la que me he referido, y que al parecer el contenedor y la instalación de la haima itinerante se la negaban. Cierto era que lo basado en hechos reales se lo proporcionaba su conexión permanente a través de su teléfono móvil y que la celebración de la felicidad les venía del hecho de estar juntos aunque cada uno a lo suyo, se escucharan mas o menos, lo cual no restaba importancia, a mi entender, a la pregunta que en el seno de esas invariables vitales surgió, pues de una u otra manera todos se sintieron interpelados. Una interpelación que yo no la imagino como la habían pensado los organizadores o los artistas de la instalación y, por extensión, los creadores de las otras instalaciones que habíamos visto y las que todavía nos quedaban por ver, en la más conspicua tradición vanguardística, a saber, que la pregunta ¿es arte?, como dice Jose Luis Pardo al respecto, “es una pregunta equivocada pues (que no la hacemos nosotros, sino la capa de prejuicios ancestrales que todavía arrastramos con nuestra mirada, y que es preciso deshacerse de todos ellos para entender la obra) o, al contrario, que la intención de la obra es justamente que no podamos responderla.” Como si en el fondo preguntar si el contenedor y la haima son arte es como si fueran preguntas sin respuesta. Pardo apunta que el fin último de este tipo de interrogantes, que son herederas de la que planteó Duchamp cuando mostró su Fuente hace ahora cien años, “no es plantear ese problema (como hace el Arte Moderno) ni resolverlo (como hace la Estética Moderna) sino disolverlo definitivamente.” Es decir que no se hagan preguntas ni dentro ni fuera de eventos como Documenta, que quedaría así reducida a menos que un partido de fútbol.