Carl Jung escribió: “Lo que llamamos símbolo es un término, un nombre o una imagen que puede resultar familiar en la vida diaria, pero que posee connotaciones adicionales a su significado obvio y convencional. Cuando la mente explora los símbolos, es conducida a ideas que están más allá de la comprensión.” Son esas connotaciones, si logramos prestarles nuestra atención, las que nos pondrán en contacto con la dimensión profunda que se oculta bajo la apariencia cotidiana. Gustave Flaubert lo dijo de otra manera, mucho antes de que apareciera el arte llamado contemporáneo: “si nos fijamos detenidamente en uno de los objetos que tenemos delante cada día, de repente se vuelve interesante.” Todo esto viene a cuento de la experiencia que tuve con la primera instalación que visitamos en el segundo de nuestra estancia en Kassel. Después de mirar el plano de Documenta, Duarte me dijo que lo más conveniente era volver a la estación de ferrocarril donde habíamos llegado el día anterior. De esta manera, continuó, podemos colocarnos en el sentido de la visita sugerido por los organizadores de Documenta, y que el día anterior, como ya he comentado, nos lo saltamos a la torera. A ver si así, concluyó Duarte, podemos adentrarnos en los contenidos de lo que vayamos encontrando, sino con más entusiasmo, si al menos habiéndonos desprendido de esa perplejidad paralizante que acabó por apoderarse de nosotros en el día anterior. Y es que, ciertamente, todavía prevalecía en nuestro ánimo parte de una fatiga mental, que todavía no se si tiene que ver con la resistencia que oponían los tópicos que rodeaban a nuestras miradas en el momento de observar minuciosamente la realidad que Documenta nos ofrecía. Soy consciente de que nunca nos hacemos cargo suficientemente de los efectos que producen esos tópicos de la información y la comunicación a la hora de enfrentarnos a los objetos que nos rodean o nos salen al paso, sean estos animados o inanimados. El más nocivo de ellos es lo bien visto que está decir en público aquello de no quiero pensar, por qué, y la respuesta es invariablemente a lo Bartleby: prefiero no hacerlo. La cosa no iría a más si el sujeto en cuestión fuera un firme defensor, en consecuencia, de la biografía que sustenta la vida del famoso personaje de Melville. Pero no. Quien así contesta, prefiero no pensar a hacerlo, es el mismo a quien luego hay que aguantarle toda la palabrería, digamos, que no ha sido pensada. Esa chatarra con vocación de desguace. Es decir, tenemos que escucharle, porque debemos aparentar ser educados, unas palabras cargadas de los tópicos mil veces manoseados, vacíos, por tanto, de cualquier significación interesante. No es una percepción caprichosa, su constatación empírica tiene que ver con la experiencia de 15 años como coordinador de un club de lectura en el que la resistencia a pensar sobre la lectura, y su sustitución por los lugares comunes de la realidad, ha sido lo habitual, excepción hecha, que es por lo que siempre vuelvo a este colosal misterio, de algunas loables intervenciones orales y escritas hechas por lectores que lo que menos esperaba de ellos, si me atenía a su biografía y curriculum, era que hubieran decidido ponerse a pensar sobre su experiencia lectora. Si era verdad lo que dijo Flaubert, si una realidad observada con minuciosidad y cambiando la perspectiva con que habitualmente lo hacemos, tanto individual como colectivamente, nos muestra la ficción o la estructura de ficción que esconde esa realidad, entonces, ¿Documenta 14 era un lugar ideal para poner en práctica lo que dijo el autor de Madame Bovary? ¿O más bien, su excesiva acumulación de signos, impedía el florecimiento de los símbolos que ocultaban, o pudieran ocultar, bajo sus diversas y extravagantes formas, tal y como apuntaba la cita de Jung al principio de este escrito?
Esa primera instalación de la segunda jornada en Kassel tenía su planteamiento en un contenedor de esos que vemos habitualmente en el transporte de mercancías ferroviarias o en barco. Para llegar al nudo y al desenlace de la instalación, por seguir el esquema narrativo de la novela decimonónica, que era todavía el que había propuesto Aristóteles muchos siglos antes, tenía que introducirme en el contenedor y bajando unas escaleras entrar en una estación de vías muerta que había debajo, donde se encontraba lo que Duarte ha dejado escrito así en su diario. “Nos espera un viaje por las haimas montadas y desmontadas por el grupo de Zafos Xagoraris, algunas sin éxito por problemas de derecho de exhibición, como ilustra el vídeo en la boca del túnel. Un vídeo que nos invita a sentarnos en la haima, y que nos lleva por los sitios y sus momentos en que ha sido expuesta, los objetos que los evocan están dentro. Lo evanescente tiene que ser protegido por el tejido de la haima. Lo que queda lo vemos en las paredes del andén como parada en nuestro viaje hacia las danzas y los dibujos olvidados. Unas pinceladas que parecen contener recuerdos y emociones de algo memorable, tiempos pasados o quizás futuros. En la parte de atrás del andén hay todo un panel de pantallas que nos muestran los grandes pecados de la civilización occidental. Amor que deriva en deseo incontrolado, poder sobre los medios naturales para provocar el desastre, poder del hombre para imponer su fuerza con la guerra, poder de los medios de comunicación para imponer opiniones. En fin, poder de convertir el arte en mercancía. Todo un tanto catastrófico. Vamos hacia la luz del final del túnel, allí veo un cartel que nos anuncia que llegamos o salimos de “Xaipete”. La experiencia a que me he referido antes, dicha hoy así de forma escueta, fue que no fui capaz de ver en el contenedor de la plaza de la estación de Kassel otra cosa que no fuera un contenedor habitual en medio de una plaza habitual de una ciudad habitual. ¿Fatiga o ceguera?