Cuantos de esos que van cada fin de semana a su itinerario artístico cultural, entre Documenta y Documenta, o entre bienal o bienal, o entre antológica y antológica, no cubren su miedo existencial, que les hace constreñir su vida entre las tres paredes de marras - seguridad, bienestar y paz - con los eslóganes que se derivan del supermercado de las muletillas artísticas asociadas a los ismos heredados del reciente pasado como testamento. Por eso me resultó sorprendente e inesperado oír como el amigo de F le confesaba que él no podía vivir, como hacía F, sin estar lejos de su familia y del aprisco - esto lo digo yo - que forman aquellas tres paredes. No podía vivir sin tener que restringir o constreñir o reprimir o acotar - F me dijo que ninguna de las acepciones le satisfacía - su propia vida a las limitaciones que le imponían ese espacio y el testamento familiar heredado. No podía vivir, para entendernos, sin tener enfrente la cuarta pared. Lo contrario que M o C - amigos también de F - que para no reconocer su miedo paralizante les gustaba entretener sus vidas con los efectos especiales provenientes de la ruptura de esa cuarta pared. Decían así que su vida era más participativa. Recordando esta conversación que mantuve en su día con mi amigo F, y recordando también las palabras de quienes el otro día mencionaba mientras abandonaban la estación de las vías muertas donde estaba la haima itinerante, o recordando al señor de todo es relativo tumbado en el parlamento de los cuerpos del primer día de la visita Documenta, o leyendo el diario de Duarte, en fin, recordándome a mí mismo, recordé aquello, que estérilmente he repetido en el club de lecturas la biblioteca - una instalación más al fin y al cabo -, de que cuando reflexionamos sin juicios previos y doctrinas, sin la mochila a la espalda, con el alma flotante y a la vez segura, aparece la llave que abre las puertas de los jardines mentales y pensar se convierte en una de la formas de la felicidad. Pues de eso es de lo que se trata, vayamos donde vayamos o estemos donde estemos.
Caminando despacio llegamos a la Neu Neu Galeri (Nueva central de correos) y como dice Duarte en su diario, “allí una explosión de ideas y colores, formas, una gran cortina de cabezas de reno, reivindica el derecho a la caza ancestral, por el placer o por la necesidad, no lo he entendido. La sala de lectura, casi me pasa desapercibida, quizás sea porque ya no hay lecturas, representa un hábito extinguido, y eso hay que salvaguardarlo, el arte lo hace.”
El caso es que desde las primeras vanguardias vivimos expuestos a una permanente explosión de ideas y colores, invitándonos así, como nunca antes había ocurrido, a que pongamos toda la confianza de que seamos capaces en nuestra imaginación. Y, sin embargo, no está tan claro que esa explosión de creatividad que, sin duda, ocurrió en la primera mitad del siglo pasado, haya ido acompañada de una mayor y mejor capacidad imaginativa de quienes visitamos con asiduidad los espacios donde se exponen sus correspondientes relatos explosivos de ideas y colores, como dice Duarte. Más bien, al contrario, pienso que la ruptura de la cuarta pared por parte de los creadores contemporáneos ha sido el gran obstáculo del desarrollo de la imaginación en el presente, pues, como ya he dicho, quienes son los más firmes consumidores de esta decisión rupturista son los que viven más encerrados entre sus tres paredes habituales, que son, repito, seguridad, bienestar y paz.
En verdad la relación de estos emparedados con el arte no es diferente a la que tienen con su vida, a saber, no para que todo pueda ser mejor sino para que todo inequívocamente más cómodo entre sus tres preciadas paredes. Romper la cuarta pared hoy significa, por ejemplo, dejar de ir al cine o el teatro entre otros, obligando que sea el cine o el teatro quienes acudan a alguna de tus pantallas ante la que estás tú solo.