La muerte es la experiencia más democrática porque es la que nos hace a todos definitivamente iguales. Muertos. También porque tiene en su haber un censo mucho más numeroso que la vida, que no necesita utilizar de forma explícita. Los muertos, porque son los más democráticos y los más numerosos, son también los más sabios, pues atesoran con su ausencia todo el misterio de la existencia. Son lo más parecido que tenemos a los dioses. Habitan con una intensidad irrepetible en nuestra alma. Por todo ello son los que están más vivos en nosotros. En fin, los muertos son los que nos mantienen en vida. Ellos no solo nos indican el camino, sino que nos recuerdan, en silencio, cual es la mejor manera de recorrerlo y llegar al final con dignidad. Vaya desde aquí un recuerdo sincero para todos nuestros seres queridos ya desaparecidos.
“Escribir para olvidar o recordar. Escribir para revivir o sepultar. Escribir para curar o sangrar. Escribir porque un escritor no sabe hacer otra cosa. El duelo, un trance universal y al mismo tiempo único, ha alimentado algunas obras excepcionales a lo largo de la historia. Pero es en estos tiempos de la literatura del yo y de la autoficción, en estos días de intimidades descarnadas y públicas, donde el género es más frecuentado. En esta lucha contra los demonios de la pérdida, algunos autores crean pequeñas obras maestras.”