jueves, 30 de noviembre de 2017

YO ABSOLUTO, TÚ LOCO

Como era de esperar el multiperspectivismo y la relativización nihilista del humor de don Quijote y su escudero Sancho Panza iban a ofender a los lectores de esa clase media global en la que todos estamos más o menos estabulados, que anhelando constituirse en Todo, sin saber muy bien por qué, se atreven a leer las peripecias de esos dos benditos. La tragedia democrática, ya lo hemos comentado, es la ignorancia de los tipos normales que la pueblan, ignorancia de la que, por otro lado, se enorgullecen muchos de ellos, a saber, su incapacidad para persuadir y dejarse persuadir en un diálogo continuo, pues no otra cosa es la democracia, la educación y la lectura en sentido amplio. Ese trípode efímero, frágil e imperfecto sobre donde pretenden que se aguanten la totalidad de sus anhelos, a costa de querer trasformarlo en algo inmutable, robusto y exacto. O en palabras de Arendt, es su incapacidad de pensar, que dio lugar ayer a la banalidad del mal y que hoy produce la banalidad del bien, la que convoca hoy como ayer a los demás totalitarismos públicos y privados. Entre los que destaca, por su apabullante dominación en el estadio actual de la modernidad, el totalitarismo del Yo, unidad y principio fundacional de esa clase media global a que me refiero.

Si el héroe griego Ulises está demasiado lejos de nuestra modernidad y el héroe romano Eneas parece su fundador, Don Quijote representa más bien el principio de su acabamiento. Los tres salen un día de sus casas y los tres vuelven. Pero mientras Ulises vuelve extremadamente ligero de equipaje para recuperar lo suyo y a los suyos, y Eneas vuelve para fundar el embrión de lo será el Imperio Romano, matriz de todos los imperios posteriores, Don Quijote sencillamente vuelve a su casa para morir. Y ese acabamiento de poder constituirse en el Todo, es lo que disloca la mirada de los lectores modernos que, repito, incomprensiblemente se acercan a las aventuras del Señor de la Mancha o de la triste figura. Cuando para satisfacer tales anhelos totales es mucho mejor que frecuenten cualquiera de los otros dos héroes antiguos, preferentemente, tal y como yo percibo el totalitarismo del Ególatra de Hoy, a Ulises, por lo lejos que les cae. El cine de Hollywood ya se encarga de adobarlo y ofrecérselo en bandeja de plata, evitando las salpicaduras indeseables. 

Y es que la lectura de los textos originales de los tres héroes le plantean inconvenientes a este buen señor actual que tiene en propiedad un Yo tan Campanudo. El de Itaca ya que su desprendimiento de todo es lo que permite al fin poner rumbo hacia su destino. El de Roma por ser un “mandao” a servicio del emperador Augusto. Y el de la Mancha porque le anuncia la muerte como destino final de toda peripecia humana. Ninguno de los tres les sirven como ejemplo al Yo moderno. Sin embargo, el Señor de la Mancha o el de la Triste figura, todavía le es útil para revalidar - esta debe ser quizá la razón de que lo lea - el estatuto de su normalidad ególatra. Le sirve para ocultar todo lo que de patológico y peligroso hay en esa legitimidad normal. Pues no hay nada más consolador para quien anhela hacer de su Yo el Todo, que tener a mano un Tú Loco. En la modernidad la lucha no es ya entre los mortales contra los inmortales, como en el caso de Ulises, o del Imperio contra los barbaros que lo quieran destruir como en el caso de Eneas, en la modernidad la lucha es entre el Yo Absoluto y el Tu Loco. Sin embargo, si he podido observar que el Yo Absoluto frente al Señor de la Mancha muestra signos de debilidad que no preveía, pero de los que no es del todo consciente. 

Don Quijote consigue que, tanto los lectores aficionados como los profesionales, se pongan la mano en la sotabarba y reconozcan delante de sus iguales que se emocionan. En el fondo, es que son unos sentimentales. En el caso de los lectores que he denominado aficionados, y que normalmente coinciden en los clubs de lectura, la cosa no va a más que los mohines de siempre. En el caso de los que he llamado profesionales, véase profesores de instituto o universidad, críticos culturales y articulistas varios, la confesión de esa primera emoción es la disculpa para desplegar el Todo de sus conocimientos profesionales. Respecto a estos segundos poco se puede hacer, son los que, al fin y al cabo, más hacen gala de un Yo Absoluto absolutamente irreductible, valga la redundancia. En cuanto a los lectores aficionados del Quijote, si me parece atisbar, en esa debilidad que muestran, una oportunidad para iniciar el asalto a su fortaleza inexpugnable. Confiesan que se enternecen, se encariñan con las peripecias del Señor de la Mancha y su escudero, incluso algunos, supongo que por deformación profesional, quieren proteger con su lectura el estado mental que les trasmite el de la triste figura. Como los lectores aficionados no tienen los recursos retóricos y sofistas de los lectores profesionales, los hace muy vulnerables ante las preguntas inopinadas que le puedan surgir a su lado. Por ejemplo, ¿no te parece que Don Quijote tiene lo que tú anhelas tener y nunca has conseguido, a saber, un relato propio? ¿No has caído en la cuenta que sus aparentes delirios no son otra cosas que la manera que siempre han tenido los que piensan por sí mismos, los de relato propio, para huir de la normalidad vigente que, está sí, es una cosa y una casa de locos, pues ahí no cabe relato propio alguno, sino lo que es más propio de los gallineros? ¿No has pensado que Don Quijote, en la obertura de la modernidad, de la que tú has acabado convirtiéndole en Monarca Absoluto, vuelve a casa para morir pero, sobre todo, para recordarte - a falta de dioses que como a Ulises y Eneas se lo recordaban permanentemente - que también eres mortal? Es curioso y reconfortante comprobar que cuando alguna de estas preguntas les rozan, los lectores aficionados del Quijote comienzan a desplegar todas sus habilidades relativas a la comunicación no verbal, descargando, al final, poco antes de acabar la sesión de lectura, la responsabilidad de sus carencias en el sistema educativo. Si oyen, entonces, que salir al mundo con un sistema bajo una axila y con el virtuosismo propio de los expertos o de los que se entrenan mucho bajo la otra, no es lo mismo que salir con un relato propio, y, si cuando oyen eso, los mohines habituales de escándalo fallan en su función inmediata de defensa, es que una grieta se ha abierto en la muralla de su Yo Absoluto, Sólo queda saber como acertar para que el caballo de Troya, que por ella se cuele,  no cause demasiados estragos en el patrimonio ególatra de sus moradores sitiados, para que su fanatismo reactivo se convierta en un impulso individual y colectivo de resistencia creativa. Si eso aconteciera, entonces la aventura de Don Quijote y Sancho Panza, y por extensión la de sus predecesores griego y romano, adquirirá en el siglo XXI toda la plenitud de su sentido. A la que no podríamos  por menos de estar agradecidos.