martes, 21 de noviembre de 2017

TODO LO SÓLIDO SE DESVANECE EN EL ALMA

O en el aire, como dijo Marx según nos recuerda en su libro homólogo  Marshall Berman. Dice así: 
Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernas atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Traigo a colación este párrafo del libro de Berman porque me parece que acierta a describir el estado de ánimo o mental de cualquier lector que hoy se ponga a leer el diálogo que mantiene Sócrates con Cebes y Simmias, a propósito de la teoría armónica del alma. Es como si ellos y nosotros dijéramos que todo lo que captan nuestros sentidos, incluso cuando ya no lo hacen, tiene que estar archivado an algún sitio que creemos seguir viendo: en el aire. Son las palabras de Cebes y Simmias salidas de unos cuerpos que parecen antecedentes de los cuerpos y palabras modernos, caracterizados por tener una psicología sin alma, como esos zombis que apuntabas en tu escrito, alicaídos e incapaces de coger verticalidad, que se mueven mecánicamente, como la realidad que conforman, arrastrando los pies a ras de tierra. Cuerpos y palabras que sólo levantan el vuelo sí, como les dictan sus coachings, se entrenan sin parar hasta alcanzar la forma ideal, mediante la que arrastran también al alma (mente la llaman ellos), pues la entienden como una mera función del cuerpo, a través de esos intercambios psíquicos tan publicitados por los entrenadores de la llamada autoayuda. Si quieres, tú puedes. No te pongas limites. Son cuerpos y palabras que buscan la victoria antes que el entendimiento, o que piensan sobre todo que en la victoria se encuentra la última palabra. Y es contra esa victoria, de unos argumentos sobre otros, contra lo que están las argumentaciones de Sócrates durante todo el diálogo del Fedon. 


Si te fijas la decisión de Marx de enviar al aire todo lo que se desvanece, que como buen materialista es todo, está basada, al igual que los argumentos de Cebes y Simmias, en la filosofía natural. Es decir, en que solo existe lo que se ve, es medible y contable. Y también lo que es contiguo, como la noche lo es del día, o el invierno lo es del otoño y este del verano, o el cielo lo es de la tierra, o, en fin, la mente lo es del cuerpo. Contigüidad que, como nos enseñan las argumentaciones de Sócrates, no es sinónimo de consecuencia. Ya que esta consecuencia viene determinada, eso es lo que sospecha Sócrates, por la necesidad de vencer en el diálogo, como ya he dicho, antes que por la firme convicción de la veracidad de sus argumentaciones, de que la verdad radique ahí y solo ahí, es decir, en lo que uno cree o piensa. Pues es esa una convicción totalizadora y omnisciente que es impropia de la condición humana, que se caracteriza, como ya he dicho en otras ocasiones, porque siempre hay algo que no conocemos y, sobre todo, algo que no conoceremos nunca. Ese algo que aunque nos lo quiera imponer el deseo inaplazable e insaciable del cuerpo, como también dice Sócrates, solo podemos aspirar a recordar y a trasmitir, pues es invisible e inmaterial, nunca, por tanto, puedo ser un mero epifenómeno del mecanicismo funcional del cuerpo ya que entonces sería perfectamente inteligible. Eso es a lo que se puede llamar alma o también imaginación. Que se caracteriza por estar en el cuerpo y fuera del cuerpo a la vez, en la medida que no se hace eco de su mecanicismo funcional, que pertenece por entero al mundo heredado y nunca a la vida en propiedad, que solo se puede comunicar como algo ficticio nunca como algo tangible o noticiable. Es por lo que de cualquier diálogo, entiende Sócrates, no se puede salir ni humillado ni vencido, ni laureado como vencedor, sino más inteligente y sensible que se entró, es decir, más sabio. Esa es la diferencia entre el debate dialógico frente al dialéctico, a saber, que de las diferencias, lagunas, tensiones, etc., que puedan surgir entre los que participan pueda surgir algún tipo de beneficio que repercuta en su inteligencia y sensibilidad. En el logro de su sabiduría.