sábado, 4 de noviembre de 2017

DE REGRESO A ITACA

Entre lo verdadero que cuenta el narrador y lo real desde en donde se encuentra el lector.
Según voy leyendo la Odisea tengo todo el rato la sensación de estar leyendo un historia de dibujos animados para niños, pues solo los niños, tal y como nuestra modernidad ha querido construir y codificado la infancia, creen que la ficción es la única realidad. Y, sin embargo, es innegable que las palabras de Homero se dirigen a hombres adultos, perfectamente conscientes de su mortalidad y de la inmortalidad de los dioses, que es el principal distintivo de esas vidas adultas, que los separa de forma radical de la vida infantil o adolescente a la que ya no pertenecen. De otra manera, lo que me parece más difícil al leer hoy la Odisea es moverme con la naturalidad que lo hacen sus protagonistas entre el carril, digamos, que va de lo real a lo posible y el carril que comunica lo imposible y lo verdadero. El paradigma científico técnico de la esa misma modernidad, que nos salva de nosotros mismos en otros asuntos, nos hace ciegos e incompetentes en éste. No hay relación o dependencia de causa efecto entre las diferentes acciones, lo que las haría reales tal y como entendemos la realidad de matriz historicista. Pero tal y como las oímos son verdaderas, sin más justificaciones que la verdad que llevan dentro y que tiene vocación de alcanzar a la verdad que tiene el lector, igualmente en su intimidad. ¿Tendrá éste el suficiente valor y coraje para desprenderse del velo historicista que lo nubla? ¿Sabrá recibir a la verdad de Odiseo, entonces, con todo los honores que se merece? Volver a Itaca hoy, de eso se trata.

Es cuento pero sobre todo, no hay que olvidarlo, es canto, lo cual  da a la música de las palabras que nos dicen una sonoridad primordial y prioritaria. Las oigo antes que las leo. O las leo porque las oigo como las cantan. Uno tiene la sensación que quien se desplaza es el alma de los protagonistas y no tanto su cuerpo. ¿Hay una distancia comprensible entre los protagonistas y sus actos, a pesar de la desmesura con que estos se nos cuentan? ¿Eso es debido a que están siempre bajo la influencia de la conversación cercana con los dioses, que es lo mismo que decir que saben quienes son y qué lugar ocupan en el mundo? ¿No viven, por así decirlo, como solemos hacer los modernos de hoy en día, con un fondo de aislamiento, ni sienten un íntimo y lacerante abandono de sus vidas, rodeadas por una nada exterior amenazante porque es  incomprensible a pesar, o debido a sus habilidades y virtuosismos científico técnicos?