miércoles, 1 de noviembre de 2017

EL SACRIFICIO DE ESCRIBIR

Mi gato Delfín, un tipo simpático además de inmortal, me dice que tal vez los relatos de la ciencia, la religión y la política no dan más de sí en la dirección que ellos propugnan, a saber, siempre hacia delante y siempre imaginando como meta definitiva algún tipo de sociedad perfecta. Lo que, a mí entender, viene a decir mi gato es que escribir lo que piensan ingenieros, curas, diputados y activistas varios, que es como escriben hoy muchas personas, sin contar, subraya Delfín, las que escriben sin pensar que gracias a Internet son epidemia, no lleva a ningún sitio, no con inter€s, me aclara, sino interesante. El camino, por decirlo así, está cegado, como le pasa a las alcantarillas que no se limpian, por los desperdicios en que se han convertido las buenas intenciones que durante siglos lo llevan intentando. Y entonces, ¿la esperanza de emancipación?, dicen los alarmistas que no siendo ni gatos ni perros, sino únicamente bípedos implumes, tienen derecho, dicen, a una respuesta.

Un servidor piensa que Escribir es, antes que nada pensar lo que se quiere escribir, es decir, darse cuenta de como no hay que hacerlo. No debemos escribir como un ingeniero (metáfora cabal del cientifismo técnico imperante), ni como un cura o un profesor de instituto, ni como un diputado o un activista, ni, cielo santo, como lo hacen en las redes sociales. Teniendo esto claro viene, en segundo lugar, lo de ¿para que Escribir en tiempos de ceguera y de sordera generalizada? Para dar cuenta de nuestra irrelevancia en ese mundo, hoy dominado por ciegos y sordos, que es lo que aparece cuando uno tiene aquello claro. Escribir es construir un puente, para que no digan los ingenieros, entre nuestra finita irrelevancia y la ignota infinitud del mundo que nos rodea. Vamos, lo del miedo al folio en blanco y tal. Rafael Argullol rinde un homenaje al folio en blanco asociándolo, frente al mal del mundo, con la bondad. No seré yo quien se oponga a esta hermosa visión. Escribir, por tanto, es una manera lúcida y verdadera de luchar contra el miedo que nos produce la muerte, es decir, contra lo que es más grande que nosotros. Lo que no es sinónimo de sálvese quien pueda. Al contrario, escribir es una llamada al ser mortal que somos desde lo imposible y lo verdadero, una llamada que quiere ser compartida entre otros seres mortales. Escribir, en fin, es una oculta necesidad individual que tiene, sin embargo, una explícita vocación transitiva hacia los otros, leer, y de formar comunidad, conversación entre lectores. Si esto lo sabe mi gato Delfín, y mucho antes lo dijeron los griegos, “de las palabras nacen la belleza y el encanto” (la lengua de los dioses, de Andrea Marcolono), ¿qué problemas hemos de tener los bípedos implumes? Mejor que a los enigmas de cada existencia tratemos de responder, aunque sea de forma precaria e insatisfactoria siempre, desde y sobre el folio en blanco, evitando así que metan ahí los morros el Vaticano, La Casa Blanca, el Kremlin, o cualquier otra organización científica, religiosa o política que se mueva entre lo posible y lo real.