“Atrae por la voz que nos acuna y por la belleza de las imágenes de colores, que se mezclan entre sí como cuando aliñas la ensalada la sal, aceite y vinagre uno encima de otro sin eliminarse el sabor ni el color, sumando y no restando”. Así escribe Duarte en un momento de su diario, que tiene que ver, más o menos, con la llegada a la Nueva Galeria, poco después de haber dejado a nuestras espaldas la instalación del contenedor y la haima itinerante. Lo traigo a colación porque me parece una imagen de lo más acertada para poder moverse con algo de soltura por los vericuetos de Documenta y, por extensión, del arte llamado contemporáneo. Duarte que es una excelente cocinera, y lo que ha hecho ha sido llevar a la cocina el asunto, porque, imagino, que intuye es el lugar más alejado - más lejos seguro que todo lo que se pueda leer o ver sobre arte contemporáneo antes de viajar a Kassel - desde el que poder tener una perspectiva suficientemente amplia que le permita enfrentarse a los fragmentos y dislocaciones en que se aloja la necesidad imperecedera que tenemos los seres humanos, desde las pinturas de las cuevas de Chauvet por mencionar las más antiguas obras de arte reconocidas, de representar como sea y como podamos la angustia que nos produce la realidad que nos rodea. Si como dijo alguien el cocinar hizo al cuerpo del hombre, es decir, creo el espacio de la cocina, fue desde este lugar desde donde se pergeñó el estudio de pintura y escultura, la habitación de lectura y escritura, el auditorio de los conciertos, en fin, los lugares de la creación del alma, que así se vio sujeta de forma permanente a una ubicación itinerante y su consiguiente modelación de lo que siempre ha significado: el atributo esencial del ser humano. Luego como intuye Duarte acertadamente algún tipo de aliño hay tener preparado, o dicho de otra manera, algo hay que imaginar para digerir esta ensalada que es, en definitiva, este trajín entre la cocina y los diferentes lugares de creación en que se encuentra inmerso el venir y el devenir humano. Rafael Sanchez Ferlosio lo denomina hipotaxis, “Se trata de construir la frase y el periodo en tres dimensiones, es decir, lineal y lateral cuando el concepto lo requiere”. Queda claro que la suya es un tipo de prosa cuya tercera dimensión permite comunicar pensamientos complejos.
Una vez que he llegado hasta aquí, y dentro del marco inspirador de Documenta 14, yo también quisiera proponer una instalación resumen, o de examen final de la visita a Kassel (y por extensión, a toda experiencia artística, como dice Sanchez Ferlosio, en tres dimensiones) que tendría forma de aliño y serviría para unir estas dos palabras que han salido en el escrito, a saber, la ensalada y la hipotaxis. Existe la suficiente distancia entre ellas, mucho más arriesgada que las distancias virtuales a través de las que damos varias vueltas al mundo cada día, como para iniciar un viaje que sea un acto creativo humano de un tercer espacio entre la ensalada y la hipotaxis, que tendría los atributos propios de esa esencialidad humana que he mencionado y que no son otros que los que dan forma a nuestra intimidad, dicha también, el alma. O la forma de un claro del bosque, al decir de María Zambrano, donde poder pensar lo que hemos sentido en ese itinerario, en fin, donde padecer y gozar de nuestra trascendencia, lo cual sería un alivio darnos cuenta que eso nos diferenciaría a todos de las diversas mascotas que también acompañaron a sus dueños en su deambular por las calles de Documenta. Un viaje en el que deberíamos aprender a aderezar, por una parte, la linealidad de los movimientos previsibles a que estamos acostumbrados en nuestra vida cotidiana, que suelen corresponder con la mecánica de relojería de lo que llamamos realidad - tal y como mencioné en el escrito del otro día -, y que no desaparecen por el hecho de estar transitando por la muestra de arte contemporáneo más importante del mundo, y, por otros, los movimientos o distorsiones de todo tipo propios de la lateralidad que acompaña a aquella linealidad sin que la mayoría de las veces nos demos cuenta. Únicamente nos alertamos de su existencia, tal vez, por esos escasos momentos de perplejidad que a veces se nos escapan en público, desobedeciendo el mandato de los organizadores de la muestra, que aseguran que allí solo hay ideas o conceptos - aunque tampoco aclaran el qué, pues hay una gran diferencia entre ellos a la hora de mover tanto el cerebro como el corazón - que disuaden antes que alientan nuestras emociones en cualquiera de sus niveles de manifestación. Conviene advertir que la complejidad que de todo ello pareciera desprenderse, tiene que ver más con el desconocimiento, debido a la falta de hábito de viajar así y con tales alforjas, que con las escarpaduras que nos podamos encontrar durante el recorrido.