viernes, 1 de diciembre de 2017

LOS MOHINES DE SIEMPRE

Luego le dije lo de la singularidad lectora, viendo que se escudaba en infinidad de mohines disculpatorios referidos a su falta de preparación en estos menesteres. Otra vez, pensé en voz baja, los mohines agresivos de siempre frente a la lectura, frente a lo difícil y lo complejo, froten a lo que no se sabe y que son un reflejo en el rostro de que se acepta. Fue como si me amenazara diciéndome sin decir, como sigas por ahí te muerdo. ¿De qué trabajas?, le pregunté. Soy profesora de instituto, me contestó, no me dijo que daba clases a tercero de ESO, que era por lo que yo le había preguntado. No quien era, que vaya usted a saber, sino como se ganaba el sueldo cada mes. Profesores de ESO hay muchos, le dije, pero autores del Quijote sólo hay uno, así como cada lectura es única e irrepetible aunque transitiva, pues tiene vocación de hacer comunidad con otras lecturas. Uff, uff, volvió a tirar de los mohines amenazadores y demás repertorio de la comunicación no verbal, que siempre acaban reivindicando quienes no saben expresar sus sentimientos con palabras. Se acercaba el momento de hacer una digresión típicamente quijotesca. Así que con permiso del moderador le dije que, a mí entender, nos habían convocado a compartir lo que nos había hecho sentir la lectura del ingenioso hidalgo de la Mancha, es decir, que sentimientos te han producido - utilicé con toda la intención la segunda persona - independientemente que puedas estar de acuerdo o no con eso, o que tú pienses otra cosa al respecto, o si podemos llegar a un principio de acuerdo por la vía negativa: a lo que no nos han convocado es a no decir palabra alguna sobre lo que nos ha parecido la lectura de esta novela. Nos resultaría inimaginable llegar aquí esta tarde y que nadie, incluido el moderador, abriera la boca durante las dos horas que está previsto que dure el encuentro. Queda claro, le dije, que esta tarde venimos aquí a hablar algo de algo que tiene que ver con la lectura que hayamos hecho. Eso es lo que llamo el pacto previo entre los lectores. Y ese hablar algo de algo solo se puede hacer con palabras. Para decirlo de una manera abreviada, la lectura y la escritura son las artes de la palabra, como la pintura son de los colores y la música de los sonidos. No en balde en el lento proceso de democratización de la cultura lo que se ha generalizado son los clubs de lectura en las bibliotecas, no existiendo en paralelo y con similar extensión clubs de pintura (como hemos visto tal o cual cuadro) o clubs de música (como hemos oído tal o cual sinfonía). En las artes, digamos no verbales, sigue predominando un acendrado elitismo antidemocrático, que nos lleva a pensar que para decir algo de ellas se ha de ser un profesional o un experto, al contrario que en la literatura de la que creemos - quizá por efecto óptico deformante de que todos hemos sido alfabetizados mecánicamente durante nuestra escolarización en las habilidades lectoescritoras - que puede hablar cualquiera de cualquier relato que lea de cualquier manera. Entonces, ¿es licito hoy leer el Quijote como si fuera un mono de feria - ya que la extravagancias del personaje así nos lo facilita, cuidé de aclararme - que llega para divertirnos, incluso emocionarnos, en nuestra jaula dorada? ¿Lo es - y es donde quiero que pongas toda tu atención - aprovechando esa dualidad de las palabras, en tanto que se utiliza el mismo signo para decir lo que es inane como lo excelente? Lo que probablemente haya hecho posible la democratización de las palabras, sin darnos cuenta, es que al mismo tiempo, y debido a su uso arbitrario e indiscriminado, haya metido al lenguaje común humano en un proceso, espero que no sea irreversible, de corrupción o corrosión, que afecta también a nuestro carácter o forma de ser. Que el proceso de corrupción del lenguaje, hasta llegar al punto de que solo sea un gruñido animal, que lleva adherido la democratización de las palabras sea algo inevitable, solo depende de cómo nos comportemos los seres hablantes en nuestra condición de lectores frente a las obras de la literatura que fueron creadas al margen de esa influencia corruptora. Que fueron creadas como un acto de belleza necesario, entendiendo la belleza en un sentido amplio no sujeta a los cánones clásicos, y su necesidad entendida en cuanto que es algo que le falta a la vida y que solo puede obtenerse por vía de la imaginación creativa. Si leemos el Quijote y las demás obras literarias como lo que son, acontecimientos narrativos que se cuelan en nuestras enjauladas vidas sin nuestro permiso explícito, no para liberarnos, pues eso no es asunto de la literatura sino de la política de la polis, sino para recordarnos nuestra condición de habitantes de la caverna platónica, ya que, en definitiva, leer es recordar, y recordar es pensar sobre lo que nos ha sucedido y sobre lo que no nos sucederá nunca, si leemos así, le dije, sucederá que habremos librado a las palabras de su corrupción irreversible, y a nuestro rostro de los mohines malhumorados de siempre frente a lo difícil y lo complejo. Y así el valor y el coraje necesarios para llevar cabo todo ello, nos volverán a parecer palabras acordes y en sintonía con lo que le es propio y apropiado a nuestra heroicidad moderna. Al final, sucederá que al leer así habremos escrito el primer capítulo del relato de nuestra vida, es decir, al leer así empezaremos a ser alguien.