jueves, 30 de noviembre de 2017

YO ABSOLUTO, TÚ LOCO

Como era de esperar el multiperspectivismo y la relativización nihilista del humor de don Quijote y su escudero Sancho Panza iban a ofender a los lectores de esa clase media global en la que todos estamos más o menos estabulados, que anhelando constituirse en Todo, sin saber muy bien por qué, se atreven a leer las peripecias de esos dos benditos. La tragedia democrática, ya lo hemos comentado, es la ignorancia de los tipos normales que la pueblan, ignorancia de la que, por otro lado, se enorgullecen muchos de ellos, a saber, su incapacidad para persuadir y dejarse persuadir en un diálogo continuo, pues no otra cosa es la democracia, la educación y la lectura en sentido amplio. Ese trípode efímero, frágil e imperfecto sobre donde pretenden que se aguanten la totalidad de sus anhelos, a costa de querer trasformarlo en algo inmutable, robusto y exacto. O en palabras de Arendt, es su incapacidad de pensar, que dio lugar ayer a la banalidad del mal y que hoy produce la banalidad del bien, la que convoca hoy como ayer a los demás totalitarismos públicos y privados. Entre los que destaca, por su apabullante dominación en el estadio actual de la modernidad, el totalitarismo del Yo, unidad y principio fundacional de esa clase media global a que me refiero.

Si el héroe griego Ulises está demasiado lejos de nuestra modernidad y el héroe romano Eneas parece su fundador, Don Quijote representa más bien el principio de su acabamiento. Los tres salen un día de sus casas y los tres vuelven. Pero mientras Ulises vuelve extremadamente ligero de equipaje para recuperar lo suyo y a los suyos, y Eneas vuelve para fundar el embrión de lo será el Imperio Romano, matriz de todos los imperios posteriores, Don Quijote sencillamente vuelve a su casa para morir. Y ese acabamiento de poder constituirse en el Todo, es lo que disloca la mirada de los lectores modernos que, repito, incomprensiblemente se acercan a las aventuras del Señor de la Mancha o de la triste figura. Cuando para satisfacer tales anhelos totales es mucho mejor que frecuenten cualquiera de los otros dos héroes antiguos, preferentemente, tal y como yo percibo el totalitarismo del Ególatra de Hoy, a Ulises, por lo lejos que les cae. El cine de Hollywood ya se encarga de adobarlo y ofrecérselo en bandeja de plata, evitando las salpicaduras indeseables. 

Y es que la lectura de los textos originales de los tres héroes le plantean inconvenientes a este buen señor actual que tiene en propiedad un Yo tan Campanudo. El de Itaca ya que su desprendimiento de todo es lo que permite al fin poner rumbo hacia su destino. El de Roma por ser un “mandao” a servicio del emperador Augusto. Y el de la Mancha porque le anuncia la muerte como destino final de toda peripecia humana. Ninguno de los tres les sirven como ejemplo al Yo moderno. Sin embargo, el Señor de la Mancha o el de la Triste figura, todavía le es útil para revalidar - esta debe ser quizá la razón de que lo lea - el estatuto de su normalidad ególatra. Le sirve para ocultar todo lo que de patológico y peligroso hay en esa legitimidad normal. Pues no hay nada más consolador para quien anhela hacer de su Yo el Todo, que tener a mano un Tú Loco. En la modernidad la lucha no es ya entre los mortales contra los inmortales, como en el caso de Ulises, o del Imperio contra los barbaros que lo quieran destruir como en el caso de Eneas, en la modernidad la lucha es entre el Yo Absoluto y el Tu Loco. Sin embargo, si he podido observar que el Yo Absoluto frente al Señor de la Mancha muestra signos de debilidad que no preveía, pero de los que no es del todo consciente. 

Don Quijote consigue que, tanto los lectores aficionados como los profesionales, se pongan la mano en la sotabarba y reconozcan delante de sus iguales que se emocionan. En el fondo, es que son unos sentimentales. En el caso de los lectores que he denominado aficionados, y que normalmente coinciden en los clubs de lectura, la cosa no va a más que los mohines de siempre. En el caso de los que he llamado profesionales, véase profesores de instituto o universidad, críticos culturales y articulistas varios, la confesión de esa primera emoción es la disculpa para desplegar el Todo de sus conocimientos profesionales. Respecto a estos segundos poco se puede hacer, son los que, al fin y al cabo, más hacen gala de un Yo Absoluto absolutamente irreductible, valga la redundancia. En cuanto a los lectores aficionados del Quijote, si me parece atisbar, en esa debilidad que muestran, una oportunidad para iniciar el asalto a su fortaleza inexpugnable. Confiesan que se enternecen, se encariñan con las peripecias del Señor de la Mancha y su escudero, incluso algunos, supongo que por deformación profesional, quieren proteger con su lectura el estado mental que les trasmite el de la triste figura. Como los lectores aficionados no tienen los recursos retóricos y sofistas de los lectores profesionales, los hace muy vulnerables ante las preguntas inopinadas que le puedan surgir a su lado. Por ejemplo, ¿no te parece que Don Quijote tiene lo que tú anhelas tener y nunca has conseguido, a saber, un relato propio? ¿No has caído en la cuenta que sus aparentes delirios no son otra cosas que la manera que siempre han tenido los que piensan por sí mismos, los de relato propio, para huir de la normalidad vigente que, está sí, es una cosa y una casa de locos, pues ahí no cabe relato propio alguno, sino lo que es más propio de los gallineros? ¿No has pensado que Don Quijote, en la obertura de la modernidad, de la que tú has acabado convirtiéndole en Monarca Absoluto, vuelve a casa para morir pero, sobre todo, para recordarte - a falta de dioses que como a Ulises y Eneas se lo recordaban permanentemente - que también eres mortal? Es curioso y reconfortante comprobar que cuando alguna de estas preguntas les rozan, los lectores aficionados del Quijote comienzan a desplegar todas sus habilidades relativas a la comunicación no verbal, descargando, al final, poco antes de acabar la sesión de lectura, la responsabilidad de sus carencias en el sistema educativo. Si oyen, entonces, que salir al mundo con un sistema bajo una axila y con el virtuosismo propio de los expertos o de los que se entrenan mucho bajo la otra, no es lo mismo que salir con un relato propio, y, si cuando oyen eso, los mohines habituales de escándalo fallan en su función inmediata de defensa, es que una grieta se ha abierto en la muralla de su Yo Absoluto, Sólo queda saber como acertar para que el caballo de Troya, que por ella se cuele,  no cause demasiados estragos en el patrimonio ególatra de sus moradores sitiados, para que su fanatismo reactivo se convierta en un impulso individual y colectivo de resistencia creativa. Si eso aconteciera, entonces la aventura de Don Quijote y Sancho Panza, y por extensión la de sus predecesores griego y romano, adquirirá en el siglo XXI toda la plenitud de su sentido. A la que no podríamos  por menos de estar agradecidos.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

ULISES Y/O ENEAS

El que quiere volver a casa después de la batalla y no tiene mapa porque lo ha dejado dentro del cabello de Troya. O al que le encargan después de la misma batalla dibujar el mapa del nuevo Imperio, de la Nueva nación, del clan, en fin, de la familia. El que tiene una visión. O el que tiene una misión. El que piensa en escenas, imágenes, metáforas y relatos. O el que piensa en categorías. El que piensa que el mar es una representación del alma. O el que piensa el mar como un espacio para la construcción de autopistas de navegación. El que se compromete con las preguntas de lo complejo. El que busca la respuesta a costa de la simplificación de todo y de todos. El impulso creativo o el impulso reactivo. La democracia o la tiranía. Leer hoy las peripecias de Ulises y Eneas no es otra cosa que comprobar como nos leen ellas a nosotros mientras vivimos, aunque creamos equivocadamente que somos autosuficientes en la lectura de nuestras vidas. O dicho de otra manera, leer hoy a Ulises es comprobar la falsedad que acompaña a la pálida ambición que preside la lectura del Eneas moderno. 

Indudablemente mucho más atractiva la figura de Ulises, tal vez fuera por ello que Joyce escribió la versión moderna del héroe griego, encarnada en la vida de Leopold Bloom paseando durante un día por la ciudad de Dublín. Nadie, sin embargo, le ha parecido relevante hacer lo propio con la figura del héroe romano. Me refiero a nadie que haya querido actualizar el sentido heroico de semejante encargo, presumiblemente porque ya no es posible hacerlo. Bloom, visto así, sería el último héroe antiguo, antes del cataclismo final. Sin embargo, la misión por encargo de Eneas no se diferencia de lo que hacemos cada día el común de los mortales. Lo que ocurre es que hoy los planes del Emperador ya no son tan visibles ni tan fácilmente cartografiables como en la época de Augusto. También porque hoy las dos peripecias no pueden narrarse por separado. Cualquier personaje que quiera dar cuenta de lo que ha quedado después de las grandes catástrofes de 1945, debe incorporar, al mismo tiempo, la determinación que conforma el carácter de Ulises y la sumisión a la virtud imperial (o del paradigma dominante actual) que marca el destino de Eneas. Pues el héroe moderno, si se le puede llamar así, se ha transformado en un monstruo con dos cabezas, que también tiene su representación en la antigüedad clásica, y se llama Jano. 


¿Cómo se construye y se mantiene un Imperio, cualquier Imperio? Como hace el narrador mercenario de la Eneida, peripecia de Eneas mediante: llenando el mapa del territorio imperial de datos de todo tipo, dando así sentimiento absoluto de verdad incuestionable. ¿Cómo se construye un individuo? Como hace Ulises en su periplo hacia Itaca: desprendiéndose de esos datos, o de esa roña, acumulada en su corazón y en su mirada. ¿Cómo se hace uno Ulises sin dejar del todo de ser Eneas? Sería la pregunta para el ególatra moderno, que tanto miedo tiene a la muerte y sus emisarios. ¿Debería ser leída la peripecia de Eneas, al hilo de los acontecimientos del presente, como una posterioridad anterior y la de Ulises como una anterioridad posterior? ¿O ya está bien la lectura que hagamos, siguiendo los pasos y ritmos tal y como nos los ofrece la cronología histórica, a saber, Ulises más antiguo y más lejano y más incomprensible para nosotros que, para entendernos, el colega Eneas, que parece así uno de los nuestros?

martes, 28 de noviembre de 2017

ENMIENDA A NUESTRA INMORTALIDAD

Como nos enseña Sócrates con sus diálogos, una de las razones de renovación creativa de nuestra prosa habitual es defendernos de los sofistas, que siempre quieren ganar nuestra confianza diciéndonos que somos inmortales y merecedores de todas las glorias divinas. Los diálogos de Sócrates nos enseñan a ser mortales, o dicho en plan administrativo para que siente mejor, a poner enmiendas a nuestra inmortalidad habitual, lo cual, a pesar de nuestras ensoñaciones y delirios, no ha dejado ser vigente desde entonces. Sin embargo, cuando vi a Duarte alejarse para ver la última instalación que tenía anotada en su guia, de nada me sirvió el optimismo renovador del sabio griego, pues me entró de repente una sensación de nada o de vacío, como si ahora fuese el mundo el que se hubiera derrumbado y aquel contenedor de mercancías que tenía enfrente fuera su última imagen, lo que también significaba su imposible recuperación. Probablemente, pensé, este fuera el postrer mensaje del arte contemporáneo: que ya no hay mundo en el que acogerse, pues la mayoría somos víctimas de nuestras máscaras, siendo el contenedor la última máscara o la síntesis de todas las máscaras con que hemos ocultado nuestra condición de seres mortales. En fin, que todo es nada y vacío, y algún claro del bosque, si aún perdura en uno el impulso invisible de la búsqueda, donde encontrarse de forma provisional con este tipo de supervivientes. Me pareció una imagen aceptable, esta del claro del bosque, para discernir sobre las veleidades que me habían salido al paso en la visita a Documenta. Se podría resumir como una danza continua de máscaras fuera de cualquier ritualización carnavalesca, entretejida o salpimentada con algún claro del bosque donde todavía era posible tener algún criterio del mundo. Y de nada valía enfadarme por la falta de Exaltación Vertical que todo aquello respiraba - y que sin saber por qué yo estaba reclamando desde que vi por primera vez el Parlamento de los libros prohibidos -, por la vulgaridad horizontal a que me sometían la mayoría de las instalaciones - y que tampoco sin saber por qué, si exceptuo esa nostalgia por lo divino, me acompañaba desde el principio. Pues de nada valía, al fin me dije, esa nostalgia por las grandes creaciones del pasado en beneficio y gloria de una divinidad que se ha ido para siempre. El mundo en el que vivía con Duarte y con todos los que nos acompañaron en los dos días de vista en Kassel era, ni más ni menos, como lo mostraba Documenta. Humano demasiado humano. ¿Era ese exceso de humanidad lo que lo había derrumbado ante mis sentidos? ¿Ese exceso de humanidad, o ausencia total de divinidad, era sinónimo de la nada y el vacío? Entonces, ¿son los claros del bosque las catedrales actuales de esta apabullante humanidad? 

Por lo demás, la actitud creativa frente a nuestra prosa, frente a la renovación en el uso de nuestras palabras, es decir, el ser capaces de conversar de otra manera que la habitual (profesional, familiar, social,...) es relativamente asequible para todo quien se lo proponga, pues además de ser lo único que tenemos y nos constituye, es lo único en realidad que intensifica el sentimiento de estar vivo. Y es que lo que nos pasa a los de la clase media urbana occidental acomodada, o a los llamase como se quiera, no tiene ninguna relevancia si nos comparamos con lo que les ocurre a los habitantes en otros lugares del planeta: lo nuestro es la mascarada del progreso occidental, encuadrada en los sistemas de los nuevos sofistas y alentada por el virtuosismo u optimización de los expertos. Sofistas y expertos que, estos sí, renuevan de forma constante su lenguaje de persuasión. ¿Hasta cuándo seguiremos saliendo al mundo como consumidores en  semejantes pesebres? ¿Parece ser el único destino que nos han reservado, por mucho que experimentemos cada día que nuestra naturaleza humana no es sistémica, sino contradictoria, ni es virtuosa, sino defectuosa e inacabada? Somos perfectamente imperfectos y limitados y mortales, valgan todas las paradojas que quepa imaginar. De otra manera, debemos salir al mundo para aprender a relacionarnos con todas ellas. Lo demás es autoengaño. Y así como nadie es capaz a de engañar a un otro de forma ilimitada, uno mismo tampoco se puede engañar a sí mismo sin que hagas pagar a los otros las consecuencias de semejante insolencia, y cuyos efectos más notorios se hacen notar en los estragos que se dan en la polis. ¿Vamos a seguir educando a nuestros descendientes en ese fracaso: un mundo de perfección y progreso que no existe, porque sencillamente no es posible. Cuando hoy alguien habla de revolución, ¿no te parece que esta hablando de aburrimiento? No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compense con la garantía de morir de aburrimiento, no dejó como legado los tumultos de Mayo del 68, que parece quiere volver, ante la ausencia de la imaginación adulta, con su jolgorio de patio de colegio.

Ya en el tren que nos llevaba a Frankfurt de Meno, Duarte me dio a leer las notas que había tomado sobre su vista a la última instalación, mientras yo me quedé cuidando las alforjas sentado en la cafetería de la estación, contemplando a los espectadores que hacían fila delante del contenedor de mercancías, a través del cual bajarían a la instalación de la haima. Dicen así: 

“Temprano levantados y preparándonos para el viaje, de nuevo un café con panecillo al lado de la estación y vamos a buscar una taquilla para dejar las alforjas, no hay, todos los huecos llenos, dice la señora. Bueno. Aún así me voy a buscar la última instantánea a la Tofufabrik, un recinto abandonado ya en zona fabril, al lado de una gasolinera, muy alternativo. Dentro una primera visión emite unas imágenes de una familia japonesa de vacaciones quizás, dos niños en la playa recogiendo conchas. Se ven con dificultad las imágenes. En la sala del costado dos filas de butacas miran una gran pantalla, donde se ve una mano pasar las hojas de un cómic, según avanzan hablan de un manga, y las imágenes son algo desgarradoras, cortes de miembros, amputaciones de partes, exhibición de órganos sexuales, etc…. Y la voz que traduce, que no sabe cómo dibujó aquello, que no puede seguir viéndolo,… y se cierra el cuento y aparece un japonés con un parche cuadrado en el ojo izquierdo que habla con otro que parece tumbado agonizante, y hasta aquí mi interés, ¿más allá quizás el horror, aún más?”.

lunes, 27 de noviembre de 2017

¿QUÉ LE SUCEDE A LA HUMANIDAD?

Me pareció pertinente hacerme la pregunta en el día que íbamos a dejar Kassel, después de haber visitado durante los dos días anteriores las instalaciones y obras de los artistas que habían acudido a la llamada de Documenta, y que de las maneras y formas más diversas, habían ocupado los museos, jardines, rincones, calles y plazas de la ciudad alemana. Y la pertinencia de la pregunta no obedecía a un ejercicio de reflexión metafísica, muy al contrario me pareció una pregunta honesta, en el sentido de que era la única pregunta que, después de todo lo que había visto, oido y tocado, podía hacer y hacerme sin caer en el autoengaño duradero o como forma de permanente de estar en el mundo. La pregunta me vino a la cabeza, en parte, a partir de un hecho fortuito que ya he mencionado en anteriores entradas. La anécdota tiene que ver con, como ya dije, con la cola que un grupo de personas estaba haciendo delante de un contenedor de esos que llevan los camiones o trenes de mercancías, ubicado en medio de la plaza de la estación de ferrocarril de Kassel. Si en la entrada que he mencionado desarrollé el sentido que yo le podía dar a esa presencia junto con la haima que había en el subsuelo, días después el contenedor solo fue el motivo espoleador de la pregunta con que inicio la entrada de hoy. Y no es contradictorio pensarlo, a mi modo de entender, pues en el primer caso respondí a una posible explicación, digamos, de carácter sincrónico: el instante en el que yo miraba al contenedor y el contenedor mi miraba a mí y el que hacer con ese intercambio de miradas. Mientras que en el segundo respondía a una imagen que sintetizaba el carácter diacrónico del significado de Documenta y del arte contemporáneo en el momento actual de la humanidad occidental, al menos. Pues una vez que abandoné Documenta se me fue echando encima, durante los días sucesivos que iba montado sobre la bici, el principio de la realidad, a saber, que a la mayoría de los visitantes de este tipo de eventos, por no decir a todos, que forman parte de eso que más o menos difusamente se conoce con el nombre de clase media urbana acomodada, no nos ocurra nada relevante si comparamos nuestras vidas con las de quienes viven en otros lugares del planeta, aunque lo que nos debiera ocurrir no queremos afrontarlo, decisión a que nos ha llevado, como el pez que se muerde la cola, nuestro propio estilo de vida. Me estoy refiriendo a esa otra visión que me devolvió la imagen de la fila delante del contenedor de mercancías - mientras esperaba sentado en una cafetería a Duarte, que había ido a ver la última instalación que había apuntado en la guía de Documenta ya - y que tuvo que ver con la precariedad de nuestras existencias: allí alineados de forma ordenada, esperando para entrar en un espacio donde normalmente se transportan las mercancías que producimos, ¿unos tipos cualesquiera creían ser los espectadores de algún tipo de enigma? ¿O simplemente era su curiosidad morbosa lo que les animaba a traspasar el umbral de tan sorprendente como estrafalaria entrada, al igual que seguro habían hecho en el túnel de los monstruos en las atracciones de feria populares? ¿Tenían conciencia de que al esperar esa fila y dar el paso de introducirse dentro del contenedor, se estaban convirtiendo ellos en una mercancía más y al mismo tiempo peor, pues la decisión había sido consciente y consentida? Una precariedad que va ligada, o tiene que ver, antes que con el aburrimiento y su antídoto constante en la permanente búsqueda del jolgorio, como nos hacen creer, con la negación de lo que realmente somos y que la imagen me trasmitió de manera tan inequívoca como inaplazable: nuestra única misión en la vida deber ser aprender a ser mortales, y así hacérselo aprender a nuestros herederos.

sábado, 25 de noviembre de 2017

TERRITORIOS DE LECTURA

Ocupados por lectores distintos, distantes y desconocidos, para evitar que la igualdad, la cercanía y lo conocido se acaben convirtiendo en algo confuso, extraño e incomprensible. Unos territorios de los quede erradicada esa cosa tan habitual de escribir o leer teniendo que responder previamente a una idea previa, al Ideal normalmente teñido de la moral y la legalidad de quien lee o escribe. Dejando a parte o negando la fuerza de nuestra imaginación para penetrar esos apriorismos, y escribir o leer sobre esa cara oculta de lo real y de nuestra experiencia con lo real, que está oculto no porque alguien perverso o malvado se haya dedicado a taparlo, sino porque nosotros no le hemos prestado la suficiente atención y dedicación. Necesitamos individuos que pregunten y se pregunten, a ser posible, con sentido crítico. Pues nuestra sociedad tiene como principal problema cultural y educativo ese, a saber, que es una sociedad llena de individuos con escaso o nulo sentido crítico. 

viernes, 24 de noviembre de 2017

ESPACIOS 3D

Leo y oigo con frecuencia en artículos periodísticos y en programas de radio y televisión, que el peligro de internet y las redes sociales es la anulación o aniquilación del individualismo. Nada más equivocado si entendemos por individualismo la imposición de nuestra personalidad al mundo, normalmente a través de un objeto que, por imperativo de esa misma imposición, hace que objeto y ego acaben separándose del mundo. Eso es justamente lo que hace internet y las redes sociales. Al mismo tiempo que globaliza la información, abre una brecha en la misma proporción respecto a quien la recibe. O dicho con otras palabras, la inmediatez instantánea de la información recibida es la condición de posibilidad del desentendimiento e ininteligibidad de sus contenidos por parte del receptor, es decir, del afianzamiento del solipsismo extremo de su individualismo. Internet y las redes sociales no solo no crean una comunidad 3D, a saber, una comunidad entre distintos, distantes y desconocidos, sino que introducen buenas dosis de extrañamiento en las comunidades tradicionales de iguales, cercanos y conocidos. Cada vez es más habitual observar en restaurantes, por poner el ejemplo más significativo, supuestas cenas de amigos o familiares donde todos los comensales están al mismo tiempo mirando su móvil. Digo supuestas porque salir a cenar fuera de casa, hasta donde a mí me alcanza, tiene una función social que, hasta el minuto antes de la llegada masiva de los teléfonos inteligentes, se cumplía más o menos de forma aceptable dentro de ese consabido ritual de intercambio de palabras, risotadas, miradas, silencios y demás gestos de la llamada y socorrida comunicación no verbal. Sin embargo, lo que sobre esas mesas se representa con los teléfonos inteligentes entre las manos es otra cosa. Es como si la inteligencia del teléfono liberara de la ancestral atadura del rebaño a cada una de sus ovejas, sin, por supuesto, tener que separarse un milímetro del aprisco donde pacen todas juntas. Bien mirado es un ejercicio de metempsicosis notable desde la inteligencia emocional a la inteligencia digital. También es una mezcla extraña, que deja de ser así antitética sin acabar de fundirse en otra cosa diferente, un mezcla entre como “en casa en ningún sitio” y “nada a largo plazo”, que menciona Ricard Sennet en el libro que ya he comentado, “La corrosión del carácter”. Lo que imágenes como esa del restaurante pone en cuarentena es aquel sueño socrático, año tras año mil veces evocado y otras tantas veces traicionado en nuestra práctica diaria, que no es otro que el del diálogo entre seres humanos, que lo son porque son poseedores de razón y de palabra.

Aún bajo los efectos de la tensión entre derrumbe y la recuperación a que nos sometía Documenta, que quise imaginarlo, salvando las distancias, como el descenso que hacían al Hades los antiguos griegos, y ya en pleno ascenso hacia una luz renovada, me vino a la cabeza que todo aquello bien podía ser una “Instalación Narrativa en 3D” tal y como lo he descrito antes, en la que de una forma sin yo saber cómo estaba dosificada todavía, mezclaba la ficción, el ensayo y la autobiografía para ilustrar la experiencia personal de pérdida de sentido de quienes por sus calles deambulábamos. Para decirnos, en fin, a los individualistas a un teléfono inteligente pegado - a la sazón todos y cada uno de los que por allí nos encontrábamos y nos desencontrábamos a cada paso, en cada sala o a la vuelta de cada esquina - que, tal vez, al comprar ese teléfono habíamos ganado nuestras individualidad, pero por el mismo precio habíamos perdido nuestra inteligencia. De repente, este relato invertido del mito del Fausto me pareció que le sentaba bien a la relación que manteníamos los visitantes de Documenta con las obras de sus artistas allí convocados. Lo cual fue determinante en mi recuperación, sino definitiva si esperaba que me diera suficientes fuerzas como para ahuyentar el próximo derrumbe. Que era lo mismo que dejar el individualismo en beneficio de la individuación según dice Martel como ya he comentado. Es decir, no solo peder el miedo al control sobre mi ego ante lo distinto, lo distante y los desconocido, sino lanzarme con entusiasmo a la piscina de esas 3D. A ello me ayudó lo suyo el recordatorio que me hizo Duarte, cuando estábamos a punto de llegar, dando un paseo por las calles de la universidad, a la Geisshaus. Bill Viola, me dijo, recuerda que nos hemos olvidado la video instalación de Bill Viola. Se llama the Raft, la balsa, y se encuentra en el Fridiciarium, el museo que está enfrente del Partenón de los libros prohibidos, si no tuviera título puede que le llamara la Ola, me comentó Duarte al oído como si le diera apuro confesar su particular metáfora, es lo que se ve, pero como todo lo que llevamos visto, creo que hay que deberíamos  darle un particular sentido, y no sé si lo podremos hacer, es como ver una danza, el agua lo inunda todo, el estruendo es ensordecedor, y hace pensar en algo catastrófico, pero los cuerpos se modelan y se defienden, se mueven como peces evitándolo y dejándolo pasar, Duarte me dijo que es lo que había leído en Google. Para el autor era una reflexión sobre lo que hemos llegado a ser y que hacemos a partir de entonces.


Respecto a la Geisshaus, Duarte anotó lo siguiente en su diario,”es un edificio que parece el horno antiguo de la fábrica de cerámica, se han instalado 3 proyectores que disparan imágenes de universos perdidos, el pozo minero que destruye el terreno, para construir riqueza, extrae los sonidos del pasado y los trae al presente con las máquinas extrayendo el mineral, Angela Melitopoulos, lo presenta con imágenes proyectadas simultáneamente, o no, en una, dos y tres paredes del horno, mezclando sonidos de unas y otras, pero, ¿no resultan compatibles estos mundos, o no son el mismo, con ese decalaje de tiempo?”. Salimos dando un paseo que nos llevó por el barrio turco, donde comimos unas crepes de espinacas. Un reposo en la cuesta que nos encaminó hasta la Köning Plaz, bulliciosa y comercial, muy de sistema, en esta exposición de arte antisistema. Un monolito metálico se eleva en un lado de la plaza, es de Olu Oguibe, allí no parece nuevo ni extraño, a su alrededor hay chicos sentados mirando su teléfono inteligente, como no podía ser de otra manera, o disimulando lo que el teléfono les haya robado. Vete tú a saber.

jueves, 23 de noviembre de 2017

EL MISTERIO COMO NOSTALGIA

Cuando ayer hablaba de mercado de desguace, más bien tenía como finalidad ponerle una imagen a esos momentos de derrumbe que Duarte y yo habíamos sentido en más de una ocasión, en el día y medio que llevamos en Kassel paseando por las calles de Documenta. Creo que fue Pablo Picasso quien dijo que después de Altamira, todo el arte es decadencia. Un cita que corre paralela, en los cenáculos donde se intercambian sus preocupaciones los filósofos y demás teóricos del pensamiento, a aquella que alguien de cuyo nombre no logró acordarme dijo en su momento, a saber, toda la historia de la filosofía y el pensamiento no son nada más que notas a pie de pagina a los diálogos de Platón. Hay una verdad irrefutable en ambas locuciones que es lo que al mismo tiempo las cubre de misterio: hubo una primera e irrepetible vez en la que los hombres vieron el mundo tal y como era. Y también hubo una primera e irrepetible vez que ante tan turbadora e inquietante visión les surgió la necesidad de representarlo para tratar de comprenderlo. Esa decisión de comprenderlo alejó definitivamente al mundo de nuestro lado a través de la distancia - de la que ya he hablado en una entrada anterior - que impuso la voluntad de comprenderlo mediante su representación con las imágenes y las palabras. Por lo tanto, lo que heredaron los que vinieron a continuación - hasta hoy e día - de esos que vieron el mundo por primera vez tal y como era y que decidieron representarlo, ya no fue el mundo tal y como era, que no es otra cosa que su misterio, sino la representación ordenada de ese misterio que cubría el mundo. Lo que quiero decir es que si hubiéramos heredado el misterio del mundo, tal vez continuaríamos haciendo lo que los pintores de Altamira o Chauvet y planteando las mismas preguntas que Sócrates se hace en los diálogos de Platón. Pues el misterio del mundo no progresa, es siempre. Pero al hacernos cargo únicamente de la representación y su orden nos entró el veneno del cambio, histérico a partir de las vanguardias: que las cosas siempre se pueden hacer de otra manera, que nada es a largo plazo, y tal y tal. En fin, en lugar del misterio nos cubrió la férrea convicción o creencia de que el mundo se puede representar de forma radicalmente distinta, hasta el punto de que la representación en cuestión haga desaparecer ante los sentidos del espectador la presencia del mundo, que queda así bajo la competencia única de las ideas o los conceptos, de donde ha desaparecido a su vez el misterio primigenio a que me vengo aludiendo. Lo cual nos mete de coz y hoz en la dimensión propia del mercado del desguace, si uno se encuentra en estado de derrumbe, pero que puede convertirse en un mercado de segunda mano o de reciclaje de aquellos residuos si uno se encuentra en fase de despegue hacia la recuperación. Por ejemplo, a mi me reconcilió con Documenta 14 una idea que había estado expuesta en la anterior edición de hacía cinco años y que Vila-Matas menciona en su relato. Se refiere al momento en que narrador, que ha llegado Kassel con el encargo de convertirse él en una instalación, se encuentra bajo la influencia inclemente del derrumbe sin ver ninguna salida o instalación hacia la recuperación; cuando se encuentra con la ayudante de una de las organizadoras le espeta enfadada que como no conseguía ver la asociación que sugería una de las instalaciones entre un frasco de perfume ario y el arte de vanguardia. Sin duda, la lectura de la anécdota de Documenta 13 fue motivo de mi recuperación en mi visita a Documenta 14, pero también sabía que era el inicio del próximo derrumbe. 

Mientras leía el diario de Duarte, que con estilo notarial - probablemente el más acertado para el momento - daba cuenta de ese trajín entre derrumbe y recuperación, y vuelta a empezar, en que nos encontrábamos al llegar al ecuador de la visita a Kassel, sentí una nostalgia envolvente, no me atrevo a decir que del todo indescriptible, por ese primer asombro de mis antepasados frente al mundo tal y como era, y por ese primer brote de su voluntad para representarlo. Lo sentí de una manera, eso sí puedo decirlo con honestidad, que no quería que me abandonase en lo que me quedaba por ver de Documenta, y, por extensión, que no me abandonase nunca. Pensé que si el derrumbe y la recuperación, al que estaba fatalmente destinado, lo combinaba en mis experiencias vitales y estéticas con esta nostalgia de lo que no he vivido nunca y no podré vivir jamás, todo en mi existencia iría más acompasado y sonaría con mejores acordes.  Duarte lo expresó así, justo antes de salir de la Neu Neu Galeri (Nueva central de correos):

Más allá en el suelo sacos blancos llenos de caramelos de hierro fundido, que tienen un gran peso, pero que no podemos sopesar, su áspero roce responde a lo que su color evoca. Al lado esta Criollo, el caballo que posa y nos mira y posa y vuelve a mirar, parece que quisiera saber que hay detrás de la cámara que le apunta. Y al final camina, pero como muchas de las instalaciones visuales no sabemos a dónde, se pierde en la negrura de la pantalla. Al otro lado varías pequeñas obras, o lo que queda de ellas,  allí nos muestran los restos quemados de madera de lo que algo fuera y se dice caballo de Troya, una pequeñas fotografías pegadas a una columna, que después tendrán continuación arriba en el siguiente piso, son de Algirdas Seskus de Vilnius. Subimos y al entrar, una moqueta rosa, esa es la obra que espera a nuestros pies y los sonidos que de las cuatro esquinas salen por los altavoces a nuestros oídos,  la vista no puede porque la performance de danza no toca hoy, hay que venir preparado, con el horario en la mano y en la cabeza. Al final de toda la sala 6 o 7 vídeos de diferentes amputaciones  y sus movimientos, de vuelta unas cartas con letras mayúsculas, por orden alfabético pero no todas. Más arriba una sala preparada para desfiles y a la izquierda una estafeta de correos, peculiar, no hay nadie esperando y detrás del mostrador solo se escucha una amable azafata, don’t touch. Las cajas que han llegado con números escritos contienen zapatos, la 37 y 38 que pudiera ver, el resto no sé”.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

EXTRAÑA FAMILIARIDAD

Una de las “incomodidades” - dicho así, si me atengo al escaso aguante actual que tenemos frente a los imponderables que nos surgen en la vida -  que todo visitante debe soportar en su deambular por los carriles de Documenta es la constante aparición de la incomunicación no solo con la obra en cuestión que te salga al camino, sino con quien te acompañe, ya sea en ese momento o con cualquiera de los yoes que te acompañan y te atosigan siempre. La edición de Documenta de 2012, al decir de Vila-Matas en su libro ya mencionado, trató de de darle un carácter más trascendente a ese tipo de incomodidades y les dio el nombre de “derrumbe”. Como puedes suponer, o no, ya que las suposiciones del espectador frente a las obras del arte contemporáneo no están sometidas al imperativo de la causalidad, aunque sus organizadores y exhibidores afirmen siempre que tienen oportunidad que la actividad principal del arte contemporáneo es precisamente esa, filosofar o aspirar a filosofar de forma no necesariamente causal o lógica, en fin, decía que te invito a suponer que ese derrumbe lleva aparejado, aunque no lo aparezca - eso dicen o sugieren los organizadores - un momento de recuperación. Independiente que haya en ese doble movimiento: derrumbe y recuperación, una intención filosófica o simplemente una voluntad publicitaria con ribetes de ayutoayuda, lo cierto es que el día y medio que Duarte y yo llevamos en Kassel si por algo se caracterizaba era por este vaivén constante al que nos sentíamos sometidos. Un vaivén en el que, si mal no recuerdo, nunca coincidíamos. Si ella se derrumbaba ante una instalación o perfomance, a mí me venía bien para recuperarme de mi anterior derrumbe ante un cuadro abstracto colgado en una pared. Y viceversa. Eso que pudiera hacerte pensar que esa falta de sintonía de nuestros conceptos filosóficos o, en su defecto y con el permiso de los organizadores - que era lo que ocurría en la mayoría de las instalaciones u obras que habíamos visto - la falta de sintonía de nuestros sentimientos, hiciera que se instalara entre nosotros la incomunicación y el colapso de nuestra relación, no se produjo nunca. Muy al contrario, se produjo un extraña complicidad que surgió, lo supongo así porque pienso que es ahí de donde emergen las verdaderas complicidades y lo más importante de nuestros anhelos, del hecho de que todo lo que nos rodeaba nos resultaba, sin saber porqué, ajeno y extrañamente familiar al mismo tiempo, aunque cada uno lo percibiera a su manera y en momentos raramente coincidentes. 


Quien y como nos leen a nosotros mientras vivimos, aunque creamos, equivocadamente, que somos autosuficientes en la lectura de nuestras vidas y las ajenas. Esta sospecha que me costó lo suyo entender con un libro entre las manos, pues siempre pensaba que lo que había allí escrito estaba enteramente a mi servicio, pues no en balde había pagado una cantidad por aquel puñado de páginas, se fue instalando poco a poco en mi ánimo a medida que las instalaciones de Documenta se echaban sobre mi o yo sobre ellas. Además, por otro lado, siempre he odio decir a críticos y escritores, y artistas en general, que su profesión es inútil, entre otras cosas, porque nadie les ha pedido que escriban sus  historias o construyan sus obras a los unos, ni que hagan un comentario ponderado sobre las mismas a los otros. Lo cual, y es lo que allí en Kassel hacía que todo se apareciera ante mi engañoso y estremecedor al unísono, se unía al hecho de que a lectores y espectadores nadie les había obligado a leer tal o cual libro o ir a ver tal o cual exposición. Lo cual no evitaba, sin embargo, que pensara como si ante un libro o ante una exposición de dimensiones más reducidas el engaño fuera más verosímil, siendo las dimensiones de Documenta lo que impedía la verosimilitud. ¿Era eso, más allá de sus intenciones comerciales, lo que pretendían los organizadores? ¿Aquel gigantismo, como dice Azúa reiteradamente, era un síntoma del acabamiento del Arte, y la vuelta a las artes, y Documenta no es otra cosa que la travesía del desierto en busca del origen de los damnificados de semejante ocaso, y, también, el mercado de los oportunistas que siempre aparecen ante el olor de la carroña? Pues, ciertamente, todo tenía un aire artesanal, pongamos, de navidad  en verano, y de mercado del desguace en medio de una ciudad perfectamente ecológica. Imágenes las dos que no se avenían con la gloriosa estampa que se tiene habitualmente de este tipo de exposiciones, y más en concreto de Documenta, donde la fanfarria publicitaria excita parte el espectáculo del que parece no puede desprenderse. ¿No sería este equívoco nuestro el que nos metía de coz y hoz en los cíclicos derrumbes que padecíamos y, también, el que nos dificultan sobremanera la posterior recuperación? 

martes, 21 de noviembre de 2017

TODO LO SÓLIDO SE DESVANECE EN EL ALMA

O en el aire, como dijo Marx según nos recuerda en su libro homólogo  Marshall Berman. Dice así: 
Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernas atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Traigo a colación este párrafo del libro de Berman porque me parece que acierta a describir el estado de ánimo o mental de cualquier lector que hoy se ponga a leer el diálogo que mantiene Sócrates con Cebes y Simmias, a propósito de la teoría armónica del alma. Es como si ellos y nosotros dijéramos que todo lo que captan nuestros sentidos, incluso cuando ya no lo hacen, tiene que estar archivado an algún sitio que creemos seguir viendo: en el aire. Son las palabras de Cebes y Simmias salidas de unos cuerpos que parecen antecedentes de los cuerpos y palabras modernos, caracterizados por tener una psicología sin alma, como esos zombis que apuntabas en tu escrito, alicaídos e incapaces de coger verticalidad, que se mueven mecánicamente, como la realidad que conforman, arrastrando los pies a ras de tierra. Cuerpos y palabras que sólo levantan el vuelo sí, como les dictan sus coachings, se entrenan sin parar hasta alcanzar la forma ideal, mediante la que arrastran también al alma (mente la llaman ellos), pues la entienden como una mera función del cuerpo, a través de esos intercambios psíquicos tan publicitados por los entrenadores de la llamada autoayuda. Si quieres, tú puedes. No te pongas limites. Son cuerpos y palabras que buscan la victoria antes que el entendimiento, o que piensan sobre todo que en la victoria se encuentra la última palabra. Y es contra esa victoria, de unos argumentos sobre otros, contra lo que están las argumentaciones de Sócrates durante todo el diálogo del Fedon. 


Si te fijas la decisión de Marx de enviar al aire todo lo que se desvanece, que como buen materialista es todo, está basada, al igual que los argumentos de Cebes y Simmias, en la filosofía natural. Es decir, en que solo existe lo que se ve, es medible y contable. Y también lo que es contiguo, como la noche lo es del día, o el invierno lo es del otoño y este del verano, o el cielo lo es de la tierra, o, en fin, la mente lo es del cuerpo. Contigüidad que, como nos enseñan las argumentaciones de Sócrates, no es sinónimo de consecuencia. Ya que esta consecuencia viene determinada, eso es lo que sospecha Sócrates, por la necesidad de vencer en el diálogo, como ya he dicho, antes que por la firme convicción de la veracidad de sus argumentaciones, de que la verdad radique ahí y solo ahí, es decir, en lo que uno cree o piensa. Pues es esa una convicción totalizadora y omnisciente que es impropia de la condición humana, que se caracteriza, como ya he dicho en otras ocasiones, porque siempre hay algo que no conocemos y, sobre todo, algo que no conoceremos nunca. Ese algo que aunque nos lo quiera imponer el deseo inaplazable e insaciable del cuerpo, como también dice Sócrates, solo podemos aspirar a recordar y a trasmitir, pues es invisible e inmaterial, nunca, por tanto, puedo ser un mero epifenómeno del mecanicismo funcional del cuerpo ya que entonces sería perfectamente inteligible. Eso es a lo que se puede llamar alma o también imaginación. Que se caracteriza por estar en el cuerpo y fuera del cuerpo a la vez, en la medida que no se hace eco de su mecanicismo funcional, que pertenece por entero al mundo heredado y nunca a la vida en propiedad, que solo se puede comunicar como algo ficticio nunca como algo tangible o noticiable. Es por lo que de cualquier diálogo, entiende Sócrates, no se puede salir ni humillado ni vencido, ni laureado como vencedor, sino más inteligente y sensible que se entró, es decir, más sabio. Esa es la diferencia entre el debate dialógico frente al dialéctico, a saber, que de las diferencias, lagunas, tensiones, etc., que puedan surgir entre los que participan pueda surgir algún tipo de beneficio que repercuta en su inteligencia y sensibilidad. En el logro de su sabiduría.

lunes, 20 de noviembre de 2017

HIPOTAXIS Y ENSALADA

“Atrae por la voz que nos acuna y por la belleza de las imágenes de colores, que se mezclan entre sí como cuando aliñas la ensalada la sal, aceite y vinagre uno encima de otro sin eliminarse el sabor ni el color, sumando y no restando”. Así escribe Duarte en un momento de su diario, que tiene que ver, más o menos, con la llegada a la Nueva Galeria, poco después de haber dejado a nuestras espaldas la instalación del contenedor y la haima itinerante. Lo traigo a colación porque me parece una imagen de lo más acertada para poder moverse con algo de soltura por los vericuetos de Documenta y, por extensión, del arte llamado contemporáneo. Duarte que es una excelente cocinera, y lo que ha hecho ha sido llevar a la cocina el asunto, porque, imagino, que intuye es el lugar más alejado - más lejos seguro que todo lo que se pueda leer o ver  sobre arte contemporáneo antes de viajar a Kassel - desde el que poder tener una perspectiva suficientemente amplia que le permita enfrentarse a los fragmentos y dislocaciones en que se aloja la necesidad imperecedera que tenemos los seres humanos, desde las pinturas de las cuevas de Chauvet por mencionar las más antiguas obras de arte reconocidas, de representar como sea y como podamos la angustia que nos produce la realidad que nos rodea. Si como dijo alguien el cocinar hizo al cuerpo del hombre, es decir, creo el espacio de la cocina, fue desde este lugar desde donde se pergeñó el estudio de pintura y escultura, la habitación de lectura y escritura, el auditorio de los conciertos, en fin, los lugares de la creación del alma, que así se vio sujeta de forma permanente a una ubicación itinerante y su consiguiente modelación de lo que siempre ha significado: el atributo esencial del ser humano. Luego como intuye Duarte acertadamente algún tipo de aliño hay tener preparado, o dicho de otra manera, algo hay que imaginar para digerir esta ensalada que es, en definitiva, este trajín entre la cocina y los diferentes lugares de creación en que se encuentra inmerso el venir y el devenir humano. Rafael Sanchez Ferlosio lo denomina hipotaxis, “Se trata de construir la frase y el periodo en tres dimensiones, es decir, lineal y lateral cuando el concepto lo requiere”. Queda claro que la suya es un tipo de prosa cuya tercera dimensión permite comunicar pensamientos complejos. 


Una vez que he llegado hasta aquí, y dentro del marco inspirador de Documenta 14, yo también quisiera proponer una instalación resumen, o de examen final de la visita a Kassel (y por extensión, a toda experiencia artística, como dice Sanchez Ferlosio, en tres dimensiones) que tendría forma de aliño y serviría para unir estas dos palabras que han salido en el escrito, a saber, la ensalada y la hipotaxis. Existe la suficiente distancia entre ellas, mucho más arriesgada que las distancias virtuales a través de las que damos varias vueltas al mundo cada día, como para iniciar un viaje que sea un acto creativo humano de un tercer espacio entre la ensalada y la hipotaxis, que tendría los atributos propios de esa esencialidad humana que he mencionado y que no son otros que los que dan forma a nuestra intimidad, dicha también, el alma. O la forma de un claro del bosque, al decir de María Zambrano, donde poder pensar lo que hemos sentido en ese itinerario, en fin, donde padecer y gozar de nuestra trascendencia, lo cual sería un alivio darnos cuenta que eso nos diferenciaría a todos de las diversas mascotas que también acompañaron a sus dueños en su deambular por las calles de Documenta. Un viaje en el que deberíamos aprender a aderezar, por una parte, la linealidad de los movimientos previsibles a que estamos acostumbrados en nuestra vida cotidiana, que suelen corresponder con la mecánica de relojería de lo que llamamos realidad - tal y como mencioné en el escrito del otro día -, y que no desaparecen por el hecho de estar transitando por la muestra de arte contemporáneo más importante del mundo, y, por otros, los movimientos o distorsiones de todo tipo propios de  la lateralidad que acompaña a aquella linealidad sin que la mayoría de las veces nos demos cuenta. Únicamente nos alertamos de su existencia, tal vez, por esos escasos momentos de perplejidad que a veces se nos escapan en público, desobedeciendo el mandato de los organizadores de la muestra, que aseguran que allí solo hay ideas o conceptos - aunque tampoco aclaran el qué, pues hay una gran diferencia entre ellos a la hora de mover tanto el cerebro como el corazón - que disuaden antes que alientan nuestras emociones en cualquiera de sus niveles de manifestación. Conviene advertir que la complejidad que de todo ello pareciera desprenderse, tiene que ver más con el desconocimiento, debido a la falta de hábito de viajar así y con tales alforjas, que con las escarpaduras que nos podamos encontrar durante el recorrido.  

viernes, 17 de noviembre de 2017

POEMA, de Rafael Argullol

“Tiene que pasar toda una vida
para poder, por fin, intuir
que la verdadera obra maestra,
aquella que justifica los años transcurridos,
es la realización del bien.
Cualquier acto anterior, cualquier esfuerzo
queda empalidecido por este acontecimiento,
una herida de luz en el cuerpo de la tiniebla.
Antes de ese instante -vanidosos, falsos-
nos creemos poseedores de derechos:
hemos sido elegidos para saquear la existencia.
Así caminamos de infierno en infierno,
siempre ávidos de atesorar nuevos errores.
Hasta que, revelada la verdad,
sentimos que solo somos poseedores de un deber.
Y ese deber nos guía al paraíso.”

Y yo me pregunto bajo el palio efímero de las obras que se exhiben en Documenta 14, y acosado por la falta de bondad que el hombre-masa inyecta hoy en el mundo, ¿cual de aquellas obras puede llegar a ser una obra maestra, si como dice Northron Frye “una obra maestra es aquella cuya visión del mundo es más vasta que la del mejor de sus lectores.” O espectadores. ¿Donde está hoy esa individuación que haga posible ese bien que alude el poema de Argullol?

jueves, 16 de noviembre de 2017

LA CUARTA PARED

Cuantos de esos que van cada fin de semana a su itinerario artístico cultural, entre Documenta y Documenta, o entre bienal o bienal, o entre antológica y antológica, no cubren su miedo existencial, que les hace constreñir su vida entre las tres paredes de marras - seguridad, bienestar y paz - con los eslóganes que se derivan del supermercado de las muletillas artísticas asociadas a los ismos heredados del reciente pasado como testamento. Por eso me resultó sorprendente e inesperado oír como el amigo de F le confesaba que él no podía vivir, como hacía F, sin estar lejos de su familia y del aprisco - esto lo digo yo - que forman aquellas tres paredes. No podía vivir sin tener que restringir o constreñir o reprimir o acotar - F me dijo que ninguna de las acepciones le satisfacía - su propia vida a las limitaciones que le imponían ese espacio y el testamento familiar heredado. No podía vivir, para entendernos, sin tener enfrente la cuarta pared. Lo contrario que M o C - amigos también de F - que para no reconocer su miedo paralizante les gustaba entretener sus vidas con los efectos especiales provenientes de la ruptura de esa cuarta pared. Decían así que su vida era más participativa. Recordando esta conversación que mantuve en su día con mi amigo F, y recordando también las palabras de quienes el otro día  mencionaba mientras abandonaban la estación de las vías muertas donde estaba la haima itinerante, o recordando al señor de todo es relativo tumbado en el parlamento de los cuerpos del primer día de la visita Documenta, o leyendo el diario de Duarte, en fin, recordándome a mí mismo, recordé aquello, que estérilmente he repetido en el club de lecturas la biblioteca - una instalación más al fin y al cabo -, de que cuando reflexionamos sin juicios previos y doctrinas, sin la mochila a la espalda, con el alma flotante y a la vez segura, aparece la llave que abre las puertas de los jardines mentales y pensar se convierte en una de la formas de la felicidad. Pues de eso es de lo que se trata, vayamos donde vayamos o estemos donde estemos. 

Caminando despacio llegamos a la Neu Neu Galeri (Nueva central de correos) y como dice Duarte en su diario, “allí una explosión de ideas y colores, formas, una gran cortina de cabezas de reno, reivindica el derecho a la caza ancestral, por el placer o por la necesidad, no lo he entendido. La sala de lectura, casi me pasa desapercibida, quizás sea porque ya no hay lecturas, representa un hábito extinguido, y eso hay que salvaguardarlo, el arte lo hace.” 
El caso es que desde las primeras vanguardias vivimos expuestos a una permanente explosión de ideas y colores, invitándonos así, como nunca antes había ocurrido, a que pongamos toda la confianza de que seamos capaces en nuestra imaginación. Y, sin embargo, no está tan claro que esa explosión de creatividad que, sin duda, ocurrió en la primera mitad del siglo pasado, haya ido acompañada de una mayor y mejor capacidad imaginativa de quienes visitamos con asiduidad los espacios donde se exponen sus correspondientes relatos explosivos de ideas y colores, como dice Duarte. Más bien, al contrario, pienso que la ruptura de la cuarta pared por parte de los creadores contemporáneos ha sido el gran obstáculo del desarrollo de la imaginación en el presente, pues, como ya he dicho, quienes son los más firmes consumidores de esta decisión rupturista son los que viven más encerrados entre sus tres paredes habituales, que son, repito, seguridad, bienestar y paz. 

En verdad la relación de estos emparedados con el arte no es diferente a la que tienen con su vida, a saber, no para que todo pueda ser mejor sino para que todo inequívocamente más cómodo entre sus tres preciadas paredes. Romper la cuarta pared hoy significa, por ejemplo, dejar de ir al cine o el teatro entre otros, obligando que sea el cine o el teatro quienes acudan a alguna de tus pantallas ante la que estás tú solo. 

miércoles, 15 de noviembre de 2017

EL TAO ES EL OTRO Y LO OTRO

Las alegrías y las preocupaciones de nuestras vidas están ahí disponibles y son perfectamente previsibles. Lo que quiero decir es que no están pensadas para que ocurran tragedias, ni que haya nunca sombras acechantes ni palabras o siluetas misteriosas. Más bien funcionan como lo hace un mecanismo de relojería, y podría continuar así indefinidamente de igual forma, pues pareciera que de los propietarios de esas vidas hubiera desaparecido todo vestigio de conciencia, voluntad, esfuerzo, dolor o placer. 

Estas palabras pudieran parecer el arranque de cualquier distopía adscrita al género de la ciencia ficción, pero a mí me parece que es el relato dominante en la actualidad real, es decir, el relato que hace que cada mañana millones de seres humanos se levanten de la cama para ir al trabajo, a sabiendas de la colosal humillación que esto supone desde el primer día que lo hicieron. Estoy hablando del relato que se conoce como el self made man, o el hombre hecho a sí mismo, al fin, sin intermediarios. Digo esto porque me parece conveniente tener claro que cualquier otro relato, provenga de la más remota antigüedad o de la más rabiosa actualidad, que quiera tener algún tipo de presencia en el mundo de hoy se tiene que ver las caras con este tipo de lectores, que también se creen hechos a sí mismos y que son quienes cortan el bacalao en el ámbito de la industria editorial. O dicho con otras palabras, el self made men trata de parecerse denodadamente a su relato, o lo que es lo mismo convertir su relato en el único relato. Este es a mi entender el principal obstáculo que tiene el Tao, la Odisea o la Biblia, y en general cualquier otro relato, para abrirse un hueco sin tener que convertirse en el espejo donde se refleje la sensibilidad campanuda tipo Dorian Grey de nuestro héroe que se cree hecho a sí mismo. 

Simplemente con que el self made man entendiera el alcance real y la utilidad de su relato, a saber, únicamente le da para ganarse la vida, y que el vacío que entonces se le aparece no es sinónimo de la nada, ni de miedo, sino de todo lo que no es y no podrá ser nunca, lo cual le es negado como propiedad o conquista privada por mucho que haga intercambios psíquicos sobornando a su psicólogo de cabecera, cierto, pero que el misterio que anuncia el Tao se lo ofrece como el campo propicio y apropiado a su imaginación ilimitada, es decir, a su creatividad, simplemente con que entendiera esto, digo, entonces en ese horizonte vacío y lleno de todos lo temores aparecería el Tao, la Odisea, la Biblia, y cualquier otro relato, como las condiciones de posibilidad para ganarse su vida. Para ser alguien, que es lo que todo mortal anhela en silencio. Pues todos esos relatos están ahí no para infundir miedo, sino para que el self made man se dé cuenta, y tome buena nota, de su incompetencia frente a algo tan natural que llama inapropiadamente vacío, cuando en realidad, repito, como dice el Tao, debería llamar misterio. 

Recordemos el primer capítulo del Tao que, como en toda buena narración, queda sugerido todo lo que vendrá a continuación, y que, también, parece escrito ayer mismo para que lo lea hoy nuestro apresurado y acojonado self made man, antes de salir de casa para dirigirse a la oficina. Un acojonado ser humano actual perfectamente alfabetizado e informado, que con lo que ha llovido desde que lo escribió Lao Tse, parece mentira, se cree hecho a sí mismo porque exclusivamente está acostumbrado encontrar emoción en lo diferente, lo individual y lo excepcional, cerrando lo ojos para la nobleza y la hondura del estado anímico que se esconden en la normalidad democrática de lo que todo el mundo hace, siente y piensa. En fin, el Tao, como toda gran obra, está siempre entre el run run sabelotodo de nuestro presente, porque los histéricos e inconfesables temores que acompañan, como la uña a la carne, a nuestra arrogante manera de ser: hechos a nosotros mismos, no pueden impedir que suceda siempre. Oigamos con atención, al hilo de ese run run cotidiano, esas primera palabras.

“El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao.
El nombre que se le puede dar no es su verdadero nombre.
Sin nombre es el principio del universo; y con nombre, es la madre de todas las cosas.
Desde el no-ser comprendemos su esencia; y desde el ser, solo vemos su apariencia.
Ambas cosas, ser y no ser, tienen el mismo origen aunque distinto nombre.
Su identidad es el misterio.
Y en ese misterio se halla la puerta de toda maravilla.”

Nada que temer, por tanto, acojonado e incompetente self made man. Sin embargo, lo tienes todo por imaginar, tío, si estás cerca del Tao, que no eres tú mismo, sino el Otro y lo Otro.

martes, 14 de noviembre de 2017

EL PELIGRO DE NO PENSAR

Pensar de forma crítica es una empresa peligrosa para quien piensa, pues erosiona todo lo establecido de una forma rígida e inamovible, pero no hacerlo es más peligroso aún. Lo es, por decirlo así, porque es donde se aloja el verdadero peligro para todos. Lo que no sé, entonces, es si ese no pensar tiene que ver y hasta donde con esa frase tan frívola que muchos repiten sin cesar, a saber, hay que vivir peligrosamente. Y tampoco tengo claro hasta qué punto a ello viene colaborando desde su fundación el arte contemporáneo, con esa voluntad de fusión de la vida con el arte, y viceversa, extirpando del resultado final, sea éste el que sea, la pregunta que lleva asociada a la distancia estética a que me refería ayer: ¿es bello el contenedor por donde entré a la instalación de la haima? ¿Lo es ésta en su vocación itinerante? Porque si en Documenta han desaparecido las condiciones donde se pueden dar respuesta a esas preguntas, o dicho de otra manera, si en Documenta no se puede pensar, cabría decir que Documenta, siguiendo las palabras con que he comenzado este escrito, es un sitio de máximo peligro. Y, sin embargo, la mayoría de los visitantes deambulaban por el itinerario indicado por los organizadores mostrando un semblante de felicidad que aparentemente hacía impensable cualquier cosa que no fuera su bienestar y seguridad. Ni siquiera los momentos de alta aglomeración, que sin duda los hubo y en varias ocasiones durante nuestro recorrido, me hicieron temer lo que sí me lo producen aglomeraciones humanas semejantes en número pero vinculadas a contextos diferentes, digamos, de tipo deportivo o reivindicativo. Documenta además de trasmitir seguridad y bienestar, era un lugar pacífico. ¿Era esto lo que se pretendía por parte de la organización? Pues seguridad, bienestar y paz son las tres paredes establecidas dentro de las cuales vivimos los ciudadanos occidentales y donde no se puede pensar libremente - al decir pensar libremente me refiero a esa manera de tratar con la herencia recibida sin estar condicionada por testamento alguno que acabe necesariamente en ismo - sin que ese pensamiento produzca algún tipo de erosión en alguna de ellas o en las tres paredes, con el consiguiente temor de que se derrumbe el edificio. El verdadero peligro surge entonces cuando frente a ese temor no hay un reconocimiento honesto por parte de quien lo sufre, sino una reacción violenta contra quien se supone que se lo ha producido, el que piensa sin ismos asociados, que a partir de ese momento se convierte de forma constante en una amenaza contra la fortaleza de las tres paredes. Yo pienso que gran parte del arte actual subsiste o tiene éxito bajo los auspicios de esta doble hipocresía, cuyos propietarios son su mejor clientela. Una, la de creer y hacer creer a sus vástagos la inutilidad o esterilidad del hecho de pensar en nombre de la seguridad, el bienestar y la paz. Dos, trasladar el peligro que esa abdicación lleva asociada a quien sí decide pensar sin ismos obligatorios. Y esto que digo no creo que empañe o haga palidecer la enorme creatividad que la humanidad occidental desplegó durante los primeros sesenta o setenta años del siglo XX, acompañada, como todo el mundo sabe, de inusitadas e impensables cotas de barbarie. Lo que queda en suspenso, como una de las más terribles sospechas heredadas, es saber si la una dio origen a la otra, y viceversa. Lo que si pienso, aunque obviamente no lo pueda demostrar, es que parte del agotamiento creativo actual tiene que ver con la influencia velada de aquella sospecha que sin darnos cuenta hemos heredado en el siglo XXI. Así en la vida como en el arte. O al revés. Ante este panorama, ¿Documenta es o mejor representa, antes que una olla de ideas en ebullición de quienes exponen y se exponen, una válvula de escape de todos aquellos miedos emparedados de quienes miramos y nos miramos? ¿O son las dos cosas, olla de ideas en ebullición y válvulas de escape, al mismo tiempo, sin que el artista, sigamos llamándolo así a la usanza original del siglo XIX, o el espectador puedan discernir quien salva a quien de sus obsesiones y temores?¿Es Documenta, en un mundo horizontal y sin trascendencia, un antídoto contra el envenenamiento del pensamiento a que esa ausencia de verticalidad y de trascendencia nos ha llevado? ¿También una forma de advertencia que nos recuerda que somos infelices porque no hemos aprendido a pensar dentro de esa horizontalidad sin trascendencia, en que nos metió esa osadía de anular la diferencia entre vida y arte, que es lo mismo que anular la distancia estética,  y de la que Duchamp y su Fuente fueron los inventores? ¿No será que el pensar va ligado y estimulado por un forma de misterio frente a la existencia, que no puede prescindir de una verticalidad hacia donde elevarse? De otra manera, ¿no será que pensar libremente y sin ismos, para entendernos, no puede hacerse a ras de tierra?

lunes, 13 de noviembre de 2017

DISTANCIA ESTÉTICA

Al salir del andén de las vías muertas no lo hicimos, volviendo sobre nuestros pasos, a través del contenedor por el que habíamos entrado desde la plaza que está justamente arriba, sino que los organizadores sugerían salir al exterior sencillamente siguiendo el curso de las vías muertas. Nuestro siguiente destino era la Nueva Galería instalada en lo que anteriormente fue una central de correos. De nuevo Documenta se colaba donde sus más firmes seguidores juran y perjuran que no debe estar, si seguimos su catecismo de lo último del arte actual al que pretende acoger quinquenalmente y que recuerdo es: nada de museos, nada de paredes, en fin, nada que recuerde la separación del arte y de la vida mediante sofisticadas distancias estéticas hechas por sofisticados artistas que nada tienen que ver con la sensibilidad y la vida de las personas que acuden a la llamada de eventos como Documenta. Y, sin embargo, esas mismas personan que parecieran defender, o al menos agradecer, que cuando miran la televisión o van al cine el último cartelito de los títulos de crédito sea el eslogan preferido de los vanguardistas: basado en hechos reales, o cuando participan en las actividades sociales o familiares parecieran defender, o al menos agradecer, que nadie rompa el guión de lo que los ha reunido allí y que recuerdo es: la celebración de verse otra vez juntos que es lo mismo que la celebración de la felicidad, esas mismas personas, digo, llegado el momento de ponerse delante de una obra contemporánea parecieran comportarse de un manera inapropiada para la ocasión. Es como si faltasen deliberadamente al reglamento del evento que los ha convocado. Lo que no les impide cuando acuden a eventos como Documenta, defender al mismo tiempo una relación muy querida, y que está conseguida a base de eliminar esa distancia estética que he aludido, entre basado en hechos reales y la celebración de la felicidad que emana por el hecho de estar una vez más todos juntos. Pareciera que así se hubiera cumplido él sueño de los vanguardistas de unir arte y vida, vida y política, eliminando los intermediarios que son los que a parte de ser expertos en crear problemas donde no los hay siempre acaban por llevarse una comisión por semejante incompetencia. Es decir, eliminado a los artistas y a los políticos. Sin embargo, aunque el sueño de los artistas vanguardistas a muchos les gusta creer que se ha cumplido, por el solo hecho de que se celebren acontecimientos como Documenta, no siendo yo quien participe de esas creencias, en el caso de las personas a quien se dirigen no dejan esperar que se manifiesten las rupturas o las grietas en su forma de percibir o sentir.


Efectivamente, cuando nos dirigíamos a la Nueva Galeria, Duarte reclamó mi atención respecto a una conversación que mantenía un grupo de cuatro personas, entre treinta y cuarenta años, que delante de nosotros y en voz más bien alta se preguntaban, medio en broma medio en serio, si lo que acababan de ver y contemplar desde que entraron por el contenedor hasta que salieron al exterior siguiendo el curso de las vías muertas, era o no era arte. Y eso que todo lo que habíamos visto, digamos, estaba dentro del ámbito que dibujaba sin alteraciones remarcables el basado en hechos reales y la celebración de la felicidad por estar juntos. Dicho de otra manera, esas cuatro personas, que por supuesto hacían ostentación sin tapujos de sus teléfonos móviles y su voluntad expresa de estar conectados con otros que no eran quienes en ese momento felizmente les acompañaban, estaban pidiendo o necesitando algo pareció a esa distancia estética a la que me he referido, y que al parecer el contenedor y la instalación de la haima itinerante se la negaban. Cierto era que lo basado en hechos reales se lo proporcionaba su conexión permanente a través de su teléfono móvil y que la celebración de la felicidad les venía del hecho de estar juntos aunque cada uno a lo suyo, se escucharan mas o menos, lo cual no restaba importancia, a mi entender, a la pregunta que en el seno de esas invariables vitales surgió, pues de una u otra manera todos se sintieron interpelados. Una interpelación que yo no la imagino como la habían pensado los organizadores o los artistas de la instalación y, por extensión, los creadores de las otras instalaciones que habíamos visto y las que todavía nos quedaban por ver, en la más conspicua tradición vanguardística, a saber, que la pregunta ¿es arte?, como dice Jose Luis Pardo al respecto, “es una pregunta equivocada pues (que no la hacemos nosotros, sino la capa de prejuicios ancestrales que todavía arrastramos con nuestra mirada, y que es preciso deshacerse de todos ellos para entender la obra) o, al contrario, que la intención de la obra es justamente que no podamos responderla.” Como si en el fondo preguntar si el contenedor y la haima son arte es como si fueran preguntas sin respuesta. Pardo apunta que el fin último de este tipo de interrogantes, que son herederas de la que planteó Duchamp cuando mostró su Fuente hace ahora cien años, “no es plantear ese problema (como hace el Arte Moderno) ni resolverlo (como hace la Estética Moderna) sino disolverlo definitivamente.” Es decir que no se hagan preguntas ni dentro ni fuera de eventos como Documenta, que quedaría así reducida a menos que un partido de fútbol. 

sábado, 11 de noviembre de 2017

EL ARTE DE ESTAR SOLO

“Una obra maestra es aquella cuya visión del mundo es más vasta que la del mejor de sus lectores”, escribió el crítico literario Northrop Frye.
La ciudad solitariaAventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing), una crónica de la propia soledad de Olivia Laing, periodista de The Observer.

viernes, 10 de noviembre de 2017

SIGNO Y SÍMBOLO

Pensar es distinguir, volver a los conceptos a las preguntas de siempre, según el precepto aristotélico. Entonces, atrapado entre la fatiga y la ceguera, o viceversa, que mencioné al final del escrito de ayer, atrapado en la saturación con que acabé el primer día de visita a Kassel, puedo preguntarme si Documenta 14 me lleva por el camino de la razón y, por tanto, me hace una persona razonable. O más bien es un dispositivo quinquenal de la realidad, como los hay bienales o anuales, mensuales o semanales, o diarios tal es el caso del fútbol, semejantes todos a una maquinaria mecánica de relojería que funcionan así, cada cinco cada dos cada mes o cada día de igual forma, pues no existan en ninguno de ellos conciencia, voluntad, esfuerzo, dolor ni placer. Solo dinero y consumo en el sentido digestivo de la palabra, es decir, pagamos para comérnoslos, como se come una hamburguesa o un helado. De ahí su implacable periodicidad ajustada a la dificultad de esa digestión. Parece que es más fácil de digerir un partido de fútbol de noventa minutos que una muestra como Documenta. Lo que inevitablemente lleva asociado la periodicidad con que aparece el hambre. Digerir un partido de fútbol se ha convertido en una actividad vegana, dada su facilidad y, por tanto, la necesidad diaria de tener que ingerirlo para reponer fuerzas. Mientras que digerir eventos como Documenta puede que sea una actividad propia de grandes carnívoros, con mucha grasa y especias. La infatigable repetición de tales eventos habla, a mi modo de entender, de sus dos posibles atributos más genuinos. Uno la desaparición de la distancia que todo objeto debe tener con respecto al sujeto que lo contempla, para que pueda nacer entre ellos algún tipo de relación fructífera y perdurable. Dos, el aumento exponencial de signos que dan la dimensión de su falta de significados o de significados vacíos. La ausencia de esa distancia, ¿es la que propicia que todas las instalaciones de Documenta estén amenazadas por significados vacíos? Así me lo pregunté el último día de nuestra estancia en Kassel, cuando descubrí que el contenedor de la plaza de la estación de ferrocarril formaba parte, planteamiento lo nombre ayer, de toda la instalación que había en el subsuelo. Queda claro que no me refiero a la distancia científica que todo investigador científico necesita tener respecto a su objeto de investigación, para que su tesis de partida alcance el estatuto de demostración irrefutable final. Me refiero, más bien, a la distancia que debe evitar que el espectador o el lector o el oyente no sólo no se coman lo que ven lo que leen o lo que oyen convirtiéndose en unos zampabollos, sino, y lo más importante, que sea esa distancia la que los convierta conscientemente en espectador lector u oyente. Fue, paradójicamente, un artefacto, incluso me atrevería a llamarla una institución, de la sociedad de consumo en la que baten sus armas cada día los zampabollos, la que restituyó la distancia, aunque sería más correcto decir la que inventó la distancia entre un servidor y el contenedor de marras. Me estoy refiriendo a la cola de espectadores que, mientras tomaba un café en la cafetería de la estación de ferrocarril, observé se había formado delańte del contenedor para acceder a la instalación de la que él era el portón de entrada, como las puertas historiadas de las vidas de santos o del misterio de la santísima Trinidad lo eran de las grandes catedrales góticas. ¿Que diferenciaba al contenedor de las puertas catedralicias? Obviamente la diferencia más reseñable era que el segundo caso no es un lugar de entrada propicio para los zampabollos. A pesar de que se quitan el gorro cuando traspasan las puertas historiadas catedralicias, a pesar de de que respetan el silencio que normalmente un cartel les ruegan que así hagan, siempre detecto un insuperable dificultad en su mirada cuando tratan de meter en la cámara que llevan en bandolera toda aquella profusión de signos y símbolos, cuya misteriosa combinación ya nos les afecta. Martel lo cuenta así en su libro ya mencionado, “Vindicación del arte en la época del artificio”, 
“Con este propósito llamó signo a cualquier cosa cuya función sea la de remitir a cualquier otra (...). De hecho todo el universo podría interpretarse como una compleja red semiótica desde la perspectiva de la vida consciente (...). Podemos decir, por tanto, que su significado es siempre contingente. El símbolo, por otra parte, no cambia sin que cambie también su significado, lo que constituye la primera diferencia con respecto al signo (...). El símbolo disfruta de una relación intrínseca con su referente, en oposición a la relación extrínseca del signo. La razón es que el símbolo remite a regiones desconocidas de la realidad, lo que el psicoanálisis llama el inconsciente.” 
Para entendernos, los signos forman parte del mundo visible que nos rodea, ya sea un semáforo, una imagen de un santo o la estantería de los cables que tanto impacto a Duarte, mientras que los símbolos son como señales de otra parte que se resiste, por mucho que lo intenten los zampabollos, a hacerse visible, su vocación es mantenerse oculta.


Las preguntas no se hicieron esperar, ¿es Documenta 14 una denuncia melancólica de lo que hemos perdido o, por el contrario, es el disfrute por habernos liberado de las ataduras de aquellos misterios innecesarios en nuestra época de total libertad y absoluta indiferencia? ¿Documenta es sinónimo de intemperie horizontal,  a la plena luz del día? ¿Es la fusión definitiva, en la época en que Dios nos ha hecho el vacío, entre el signo y el símbolo? ¿Esta fusión nos hace más humanos o nos abisma aún más en nuestra propia inhumanidad? ¿Es Documenta la metáfora de la exigencia imperiosa de realidad: Es lo que hay? Es deci r, la imposibilidad de cualquier metáfora. En definitiva, la imposibilidad de la distancia que antes he mencionado. Entonces, ¿es Documenta el supermercado de los zampabollos? Noticia de última hora perfectamente contrastable: el 80% de todos los objetos producidos hoy en el mundo, formarán parte de la basura desechable de aquí a seis meses.