Como dice Duarte en su diario: “Primer día de bici”. Y la ciudad de Tauberbischofheim era nuestro destino. Antes teníamos que visitar el castillo de Marienberg, todavía dentro de la ciudad de Würzburg. El Festung, para entendernos, como dice la guía que compramos. Digo teníamos, aunque debería decir, tenía. Más que nada por hacerme cargo de lo para mi supuso su imagen desde el puente viejo, cuando lo vi por primera vez el día que llegamos a la capital de la Franconia. Creo que ya lo he comentado con anterioridad, aquella perspectiva trajo a mi memoria la del castillo de Praga mediante la interposición de la novela de Kafka, el castillo. Y es que al dar las primeras pedaladas, preferí guiarme por las huellas del agrimensor K al llegar a la aldea que yacía hundida en la nieve, rodeada de brumas y tinieblas, sin que el más leve resplandor hiciera visible el gran castillo (o Festung), antes que por la luminosidad indiscutible de las paginas de la guía de Würzburg, cuyas palabras si he reproducido para hacer mención a otros monumentos de la ciudad. Fue una manera que yo mismo me impuse para conocer o reconocer el tiempo y el orden de las cosas y no alejarme demasiado de ellos. O dicho con otras palabras, no hacerle tanto caso al turista y escuchar más la voz del viajero, una dualidad a la que hoy no sabemos cómo hincarle el diente quienes nos desplazamos con asiduidad a lo largo y ancho del planeta. Cuando informamos orgullosos a nuestros familiares y amigos: he ido o voy a ir de viaje a tal y cual sitio, deberíamos decir de una forma que se corresponde más con lo que hemos hecho o vamos a hacer: he ido o voy de turista a tal y cual sitio. Y, sin embargo, lo que hemos hecho o queremos hacer es viajar. Siendo ésta una emocionalidad que sigue tan viva como oculta, a la que no son ajenas las campañas publicitarias de los diferentes tours operators que buscan con ahínco a sus clientes. Digamos que dichas empresas nos seducen como los viajeros íntimos e irrenunciables que siempre hemos sido y seremos, aunque lo que nos ofrecen vaya dirigido al cliente, también llamado turista, que llevamos siendo desde hace poco. Con la primera parte de sus ofertas se dirigen a nuestra imaginación, mientras que con la segunda se dirigen al bolsillo. No hace falta insistir que lo que se ve, dentro del juego de las apariencias dominante, es al turista, aunque lo que mueve a éste a salir de casa es el viajero. Esta tensión entre turista y viajero forma parte, o representa con acierto, la esquizofrenia en que vive el ser humano contemporáneo, a saber, el miedo que tenemos a ser nosotros mismos, y, al mismo tiempo no poder dejar de ser quienes somos. Ante un problema de dualismo irreductible, todavía no se ha inventado nada más cómodo que huir. El ser humano contemporáneo es un fugitivo. A veces huimos de nosotros mismos y otras, cuando seguimos dentro de nosotros, nos refugiamos en otras culturas (como se explica, sino, los peregrinajes constantes de los europeos al oriente lejano), nos extranjerizamos; escapamos intelectual y moralmente. A veces parecemos unos cobardes y otras unos ensimismados orgullosos. A veces parecemos sufrir de manía persecutoria y otras de engreimiento. Alternamos constantemente en nuestros desplazamientos, lo que somos en la vida diaria, la avidez con sentimientos de frustración enfermiza. A veces, en nuestros viajes, somos derrochadores hasta la indecencia y otras tan avariciosos como un demente, a veces somos unos lacayos siguiendo al guía de turno y otras unos insurrectos irresponsables moviéndonos fuera de pista, a veces unos conformistas y otras unos rebeldes. En fin