¿De donde le viene la pobreza a la clase media de hoy? De cómo nos enfrentemos a la muerte, producimos la cultura que nos empobrece o nos enriquece. El big data, fatalmente, se ha puesto al frente del empobrecimiento, al oponerse radicalmente a la muerte hasta hacernos creer que no existe. Ha convertido nuestras vidas en un negocio y nos ha hecho a todos trasparentes mediante el manejo abusivo y poroso de nuestros datos. Cansados de ser de vidrio, sin el menos atisbo de oscuridad que ensombrezca nuestros pasos, los veo, me veo, andar frente al mar, una mañana soleada de domingo, no dejando de trasmitir una imagen tenaz de aburrimiento. Y de sospecha. Dos de los efectos secundarios del consumo abusivo del big data. Es un relato, este del aburrimiento y de la sospecha, o al revés, pues el orden de los factores no altera el producto final, que lo experimentamos siempre desde las gradas y nunca nos invita a que levantemos el culo del asiento en sus momentos álgidos. Ese rigor mortis es lo que tiene la medianía frente a los extremos de, por arriba, poder perderlo todo o, por abajo, no tener nada que perder. En el medio la tensión es igual a cero. Y los beneficios, los que mantengan esa tensión igual a cero. No es una imagen tranquilizadora la que damos justo el día más tranquilo, domingo, en el lugar que invita al sosiego por antonomasia, frente al mar. Luego caigo en la cuenta que la imagen que damos es la de quienes pertenecen a un mundo perfectamente enfermo, pero en absoluto desahuciado, tanto que nos impida para siempre abrirnos a la imaginación. Es decir, pensar en levantar el culo y obtener los beneficios que acontezcan al abandonar las gradas y saltar al centro del albero. Beneficios que, por su puesto, serán únicamente de la imaginación. Rodeados por un horizonte en llamas, que ya no parece albergar el fin universal que nos iba a conducir al desarrollo pleno del saber, no podemos por ello no atisbar, ni no hacernos cargo, del brillo que sale de las ruinas humeantes que pisamos. Es entonces cuando volver sobre lo andado nos puede permitir caminar de nuevo. Y cuando que nos entiendan deje de ser algo infravalorado. Es entonces cuando la vida deja ver el lado creativo de su estructura, lo que nos permitirá no solo crear cosas sino crear nuestra propia vida. Y aparecerá, también, de forma inaplazable la necesidad de hacerlo, aunque nada más sea para saber que hacemos en cada momento, cual es el sentido del esfuerzo que empleamos en hacer lo que hacemos, y, muy importante, como hacemos saber todo ello a quienes tenemos a nuestro lado, siendo deseable para ello que los reconozcamos como distintos (no de los nuestros), y que mantengan una distancia y que sean unos desconocidos, justamente por ser distintos. No como trasmiten los ademanes cansinos de los paseantes de domingo, que parecen más bien que arrastran sus vidas con ritmos mercantiles, aunque no deje de estar presente en sus agendas las actividades culturales más insospechadas. ¿Cómo distinguir cuando uno hace de su vida una creación en marcha de una mercancía consumible?
La cultura tiene una doble función excluyente en la forma de pensar que la sustenta, a saber, ornamentar la vida para hacerla más soportable o prepararnos para la muerte, que no es lo contrario de la vida sino la cómplice o complemento de nuestra existencia, la que le da sentido. Toda la diversidad de la cultura moderna, como antes lo tuvo la religión en exclusiva a través de su libro y obras sagradas, forma parte del combustible que atiza la hoguera de las vanidades que corresponden a cada tiempo y lugar. Tiene, por tanto, una lectura y una mirada exégeta o ideológica vinculada a los poderes dominantes de esa época y ese lugar, y una lectura y una mirada narrativa, dicho esto último en sentido amplio, vinculada a sus aspectos meramente expresivos o presenciales. Me refiero a la narratividad o mirada que le es propia y que, por tanto, demanda una novela, un ensayo, una exposición, un concierto, una manera de cocinar, etc.