miércoles, 17 de enero de 2018

FASTOS IMPERIALES

¿En qué medida la diversidad de la vida, debido a nuestro distanciamiento paulatino de ella, la percibimos como una cacofonía estruendosa para el mar de hielo que llevamos dentro, como acertadamente señaló Kafka? ¿En qué medida ese mar de hielo que llevamos dentro, a su vez, es causa y efecto, al mismo tiempo, de aquel distanciamiento propio de la modernidad tecnocientífica? Son preguntas que me surgen después de volver a ver la película documental de Leni Riefenstahl, “el triunfo de la voluntad”. Es de difícil aceptación para la corrección política imperante, pero pienso que es la mejor carta de presentación para quienes se acercan a conocer Nuremberg desde el punto de vista de su pasado remoto y reciente, que es lo que habitualmente hacemos esos visitantes, también llamados turistas. ¿Qué es lo que hacen los departamentos de turismo municipales para hacer que todo el mundo ponga en su agenda la visita obligada a la ciudad que regentan? Dar a conocer, mediante las añagazas del discurso publicitario y propagandista, la mejor imagen de una ciudad, su ciudad, que no existe. Es una manera indirecta, a través de la ficción, de promocionarse los dirigentes en ese momento de la ciudad en cuestión. Si el espectador se fija con atención en las imágenes de Riefenstahl podrá visualizar el Nuremberg del primer Reich intacto, el del Sacro Imperio Romano Germánico, dando alojo y bienvenida a los dirigentes y seguidores del incipiente tercer Reich, antes de que la brutalidad destructiva de la Segunda Guerra Mundial acabara con todo. Pero para eso faltaban todavía diez años.  La cámara de Riefenstahl recorre de forma pausada por las calles y rincones de una ciudad que llevaba así, de forma inmutable, desde que Carlos V la visitó, alojándose en el castillo, hace más o menos cuatrocientos años. Los fastos y fanfarrias, como puede comprobar en la visita que hice al castillo Imperial, ligeramente aupado sobre una de las colinas que rodean la ciudad, eran muy parecidos a los que va mostrando el documental de Riefenstahl respecto a los preparativos del congreso anual del partido nacional socialista. Y es que cuatrocientos años no son nada contemplados desde una perspectiva imperial. El tiempo para los que se siente emperadores no transcurre, como no lo hace para lo dioses, a quienes quieren emular y sustituir así en los asuntos del cielo como en los de la tierra. Conocer el tiempo y el orden de las cosas y acomodarse a ellos, tal y como marcaba la herencia latina y griega de la que se sentía legitimo depositario, junto a un llamamiento a favor de una cautela escéptica, deberían de haber dado respuestas del primer Reich en el siglos que estuvo presente su tutela a lo largo y ancho del continente europeo. No hacerse cargo de ello fue la herencia que, a su vez, dejó a los siglos venideros. Siendo en el siglo XX, con su etapa de las grandes catástrofes de 1945, cuando se puso el punto final a tales desvaríos, sobre un cementerio de más de cien millones de muertos. ¿Cual es ese orden del Ser, del tiempo y de las cosas en los inicios del siglo XXI? ¿Qué significa hoy acomodarse a ellos? ¿Donde puede hacerse, para que se pueda dar la búsqueda humana irrenunciable de lo absoluto, es decir, de su emancipación?