En la última reunión de junio del club de lectura, no sé si debido al fuerte calor reinante, una de las lectoras en su turno de palabra dijo que la novela le parecía carente de trascendencia. Los otros lectores, según la conducta lectora dominante en en esos foros, se limitaron a hablar de como se habían visto a sí mismos viéndose a sí mismo leyendo la novela, o sea, la novela, como todas las novelas que leen, les pareció perfecta y gozosamente autoreferencial, o hecha a su medida. Traigo a colación esta anécdota porque me parece que ilustra con acierto la coincidencia en el presente de esas dos maneras de mirar el mundo que vengo comentando en los últimos escritos, a saber, la postura romántica que no acaba de abandonarnos desde el pasado, y la posición de los millenials que no acaba del todo de hacerse con el imaginario del futuro. Lo cual me hace pensar que quienes ocupamos el presente, lo queramos o no, estamos atravesados por estas dos fuerzas. No podemos no seguir siendo románticos, aunque nuestras poses sean de perfectos millenials. No podemos no ser millenials aunque nuestras poses sean de perfectos románticos. Y es que los románticos en su aspiración por alcanzar lo infinito dentro de lo finito acabaron en su desmesura por producir el nihilismo del mundo millenials.
Hacia el final de la novela de Doktor Faustus, de Thomas Mann, el lector se encuentra con una escena que representa lo que digo. Andreas Leverkun le confiesa a su amigo que el objetivo principal que tiene al dedicarse a la música con tanto empeño es asesinar a Beethoven. Es decir, que su música haga innecesaria, hasta el olvido, a la de su compatriota y maestro. Después de sobreponerse al impacto emocional e intelectual de semejante confesión, logré entender, no sin esfuerzo, el peligro que llevaba dentro el ideal romántico, alma de la modernidad occidental, al tratar de alcanzar la eternidad dentro de los límites de lo finito. El nihilismo autoreferencial millenials, que es hijo de Leverkun y que ha surgido de las cenizas de aquella colosal catástrofe que vino a continuación su asesina declaración de intenciones, es antes una reacción reactiva - fruto del olvido radical que preconizaba su inventor - que creativa. Que se manifieste de forma modesta en un club de lectura no debe ser motivo para no prestarle lo mejor de nuestra atención. Pues que haya fracasado debido a su desmesura no significa que la lectura o la mirada trascendente, en su justa proporción, no siga interpelando a los lectores o seres humanos actuales. La mejor prueba de lo que digo es lo que da de si la lectura o la mirada autoreferencial. Cierto que hoy es muy difícil creer - después de las grandes catástrofes que lo asolaron en el siglo pasado y en el inicio de éste - que el mundo pueda ir a algún lugar que valga realmente la pena. Pero es igualmente cierto que si abolimos todas las distancias y todas las metas que pueda haber fuera de nuestro espacio de confort (en mantenerlas a toda cosa encuentra su razón de ser la trascendencia) a fuerza de estar todo el día mirándonos el ombligo digital (eso significa la autoreferencia) seremos nosotros los que acabaremos por no ir a ninguna parte.