miércoles, 12 de julio de 2017

EL FINAL ES UN ATOLLADERO

El romanticismo clásico de 1800 llegó a su fin y dio comienzo, después de las guerras napoleónicas, lo romántico como época y movimiento. Lo nuestro, hasta el inicio del movimiento millenial, que es el inicio de otra época y otra manera de moverse. ¿También el fin de toda trascendencia y la instauración definitiva del vuelo gallináceo de lo evidente, también conocido popularmente como lo que hay? Hasta 1800 los filósofos habían dado a conocer interpretaciones diversas del mundo, con los nuevos románticos en movimiento llegó el momento de transformarlo. Los románticos de 1800 miraban con felicidad al pasado, los nuevos dirigían su devoción al futuro. Pasaron de la contemplación infinita desde lo finito al movimiento organizado hacia algún sitio por alcanzar. Perdieron el cielo, pero ganaron la tierra, o  bajaron del cielo a la tierra. Abandonaron la individualidad, a cambio de ganar el pueblo o el partido. Frente a la defensa de lo individual de los primeros románticos, los nuevos  tomaron partido. Perdieron trascendencia poética en altura, pero ganaron literalidad horizontal empírica. Poco a poco, en esta nueva etapa, al reducirse las distancias entre el cielo y tierra, la psicología fue perdiendo su alma, hasta convertirse en un psiquismo intercambiable. La crítica del cielo se hizo crítica en y de la tierra. Hay en los nuevos visionarios igualmente furor romántico, pero los nuevos románticos pretenden que sea la suya la última crítica. Estaban convencidos que de ellos era la última palabra. Entonces la filosofía desaparecerá en la felicidad realizada. Novalis había buscado en el sueño la “flor viva”.  Pero es Karl Marx quien anuncia: “la reforma de la conciencia consiste en despertar al mundo (…) del sueño que tiene sobre sí mismo, en explicarle sus propias acciones (…) Se verá entonces que el mundo sueña con algo que solo poseerá realmente cuando posea la conciencia de ello”.  Como ya sabes, todo acabó, muchas guerras y millones de muertos después, danzando de forma arbitraria dentro de una pantalla de 6 pulgadas. ¿Era así como se lo imaginó Marx y sus contemporáneos? Es imposible demostrar las visiones de los profetas. Por mucho que se empeñaron en negar el cielo, lo que si ha quedado patente es que las visiones de los nuevos románticos no son realizables en la tierra. Al negar el cielo lo convirtieron en un techo infranqueable, anulando de paso el punto de fuga de sus propios sueños o visiones, lo que, al fin y al cabo, acabaron descargando todo su furor contra ellos mismos y, sobre todo, contra sus herederos. Talmente nosotros. Intelectualmente hablando el cambio de rumbo, mejor dicho, la ruptura de aquellos nuevos románticos con sus antecesores de 1800 no fue más que una decisión caprichosa, lo que no impidió que la nueva visión del mundo que traían Marx y sus cuates, tuvo unos efectos inauditos sobre la marcha posterior del mundo. Si recuerdas el programa del primer romanticismo, propugnado por Novalis, a saber, dar alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido, apariencia infinita a lo finito, comprobarás que es lo que desesperadamente andan buscando la tropa de los millenials, como si intuyeran que algún trilero se lo hubiera robado al mundo que les han dicho que es donde tienen que existir. 

Si lo piensas con atención descubrirás que la educación que has recibido, en lo que respecta a traer a la imagen que tengas del mundo y a tu sensibilidad aquellos acontecimientos del pasado de cara a afrontar tu futuro, no te ha favorecido mucho. O nada, si te atreves a ser del todo sincero. No estoy hablando de que no hayas tenido buenos profesores o que los colegios y la universidad donde has estudiado se parecieran más  a barracas de extraradio que a espacios propios y apropiados para el desarrollo del aprendizaje que te llevara a alcanzar la sabiduría. No. Desde ese punto de vista tu educación ha sido modélica. Y la familia que te lo ha subvencionado, también. Todo ello no ha impedido, sin embargo, que sus logros más notables hayan sido, dejando de lado las fanfarrias y fuegos de artificio que te han acompañado en tu larga vida estudiantil, ponerte, con el permiso explícito de tu voluntad, delante de una realidad tan imprevista como inconfesable, como si te hubiera colocado sin venir a cuento, si leemos sus dorados diseños curriculares, a los pies de unos caballos que no estaban invitados a esta fiesta tan feliz. Una realidad que se resume en que, si no puedes "contradecir" la premisa de que todos los seres humanos tienen derecho a la educación y la cultura, tendrás que someterte también a todas las consecuencias. Una realidad en la que parece que se ha cumplido la profecía de Marx, en la  que auguraba un mundo de felicidad plenamente realizada, donde no hiciera falta los aprendizajes propios de toda educación. Fin de la historia. ¿Por qué te quejas, entonces? ¿Por qué te aburres tanto? Tu forma de pensar te ha metido donde te encuentras, ¿será también tu pensamiento capaz de sacarte de semejante atolladero?