jueves, 27 de julio de 2017

EL OFICIO DE VIVIR

Me parece que tiene que haber una extraña evolución, digo extraña porque no es de matriz darwiniana que suele ser la única evolución que admitimos en nuestros ámbitos de creencias, entre la llamada de la bala a la que se lanza con fervor el guerrero Jünger y el falso desdén ante la mierda en que se ha convertido el mundo, digo falso porque de esa bendita mierda se alimenta por igual el tedio que abraza a políticos,  banqueros y antisistema mientras chapotean todos en la misma ciénaga, con que habla el protagonista de la novela ‘la sombra del mundo’. Y se me ocurre que ese eslabón perdido pudiera ser ese personaje que sufre ante la capacidad que ha descubierto en el mismo de quitarse la vida. Como si hubiera tomado conciencia de que esta es la única capacidad de que ha dispuesto a lo largo de su vida, pues nunca estuvo vinculado al mundo. O si lo estuvo fue a través de ese conglomerado de mitos: progreso, ser el centro del universo y, sobre todo, el olvido que ha tenido de que esos mitos no eran la realidad, sino construcciones suyas. El fin de la historia podría resumirse así. Jünger iba pletórico al encuentro de la bala para poder sentir el verdadero espíritu de la vida salvaje en cuyo renacer veía la salvación del mundo. El personaje de la novela de Nir Baram no le importa vivir enajenado en un mundo de mierda, siempre y cuando pueda compartir el glamour de esa basura con los que dice que detesta. El horror que siente el personaje que descubre su capacidad de suicidio no es de grado diferente al que pueda sentir Jünger o el basurero glamuroso es, sencillamente, de naturaleza distinta. De naturaleza millenials (no en balde en los últimos datos oficiales del INE contaron 3.602 suicidios frente a los 1.160 fallecidos en accidentes de tráfico, lo que da cuenta del giro estadístico del asunto). Se debe, a mi entender, a que este nuevo suicida iría al encuentro con la muerte contra nadie o cambio de nada. Potencia y Acto van cada uno a lo suyo. Es como si nos dijera, “ya no es porque mi vida valga lo que venga después de una bala, o porque lo que tengo esté lleno de mierda, no, si me da miedo quitarme la vida es porque con esa capacidad he descubierto que nunca ha valido nada, porque nunca me dolió nada, ni fui capaz de causar dolor a nadie. Suicidarme, por tanto, es un gesto inútil que no me libera de la inutilidad de seguir vivo”. El dolor de esta nuevo suicida aparece al comprobar que su gesto no tiene ningun valor existencial, que no pertenece al mundo, lo que le delata el significado auténtico de su vida. Nada que ver con el suicidio de matriz romántica que perdura en Jünger y en cualquiera de esos políticos, banqueros o antisistema cubiertos hasta las cejas por la bendita mierda del sistema al que en el fondo adoran. Cuando estos deciden quitarse de en medio - el banquero Blesa la última pieza - a su manera rubrican sin ningún tipo de aspaviento las palabras del eminente poeta italiano, Cesare Pavese - autor del poema  “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”- que dejó escritas en su diario titulado, paradójicamente, el oficio de vivir. Dicen así: “En nuestros tiempos el suicidio es un modo de desaparecer, se comete tímidamente, silenciosamente. No es ya un hacer, es un padecer. La dificultad de cometer suicidio está en esto: es un acto de ambición que se puede cometer sólo cuando se haya superado toda ambición”.

Las vidas de Jünger, los políticos, los banqueros, los antisistema y Pavese están unidos por la ambición de vivir y el dolor extremo que eso produce. En la vida del nuevo suicida de matriz Millenial es más que probable que no haya habido ni una cosa ni la otra. Pero la vida no deja de ser generosa con él. A pesar de su carácter anómico  y burocrático, le ofrece la posibilidad de sentir miedo por hacer autodesaparecer la vida que ha construido de forma autoreferenciada. Menos es que, quien solo se ha mirado el ombligo en la pantalla, se fuera del mundo sin haber sentido nada de nada. Y es que el oficio de vivir es un misterio.