lunes, 24 de julio de 2017

LA BANCARROTA A PUNTO

Queda claro que mis últimas palabras de la entrada anterior, invocando la sabiduría, no tienen nada de románticas. Dichas al hilo de lo predicado por Strauss, y de lo que vino después, el espacio elemental de la guerra convertido en el último episodio del tiempo, las convierten en una condición de posibilidad que dibujan la oportunidad de una salvación última. Serían las palabras que nos permitirían preservar el mundo - al modo como Noé subió a su arca las especies que podían dar continuación a la vida - después del diluvio de las palabras de los bocazas que ha abrasado o anegado la vida durante estos últimos doscientos años de promesas y utopías estériles. ¿Por qué elegir hoy esta forma modesta de civilización  y no insistir en la barbarie salvífica de los bocazas? ¿No han sido hasta ahora nuestros sueños muy caros y trágicos y sangrantes? ¿Que esperábamos de la vida cuando los románticos de 1800 dijeron: a por ella? ¿Que debemos entender hoy por aquella expresión inflamada después de la que nos ha caído encima? 

Todó comenzó en 1914, pocos años después de las palabras de Strauss y de la muerte de Nietzsche. Y lo que comenzó fue la carrera contra el reloj por tener más que el vecino, ya que tener es igual a poder, y tenerlo todo es tener todo el poder, y todo el poder acabó siendo el principio de la Total destrucción o bancarrota. Pero no la voluntad ni el saber asociados a ese poder, tal y como lo entendió el pensador alemán, que quedaron así formando parte de los escombros que produjeron las palabras de los grandes bocazas del segundo romanticismo, ahora ya empírico utilitaristas. Sobre aquellos escombros fueron creciendo estos parques y estos edificios de cristal o acero, que hoy nosotros decimos que disfrutamos. El que Nietzsche diagnosticara que las fuerzas ocultas dionisíacas no podían llegar nunca al equilibrio, no significaba otra cosa que el principio creativo que lleva incorporado cualquiera resistencia artística ante el poder acaparador. Nunca la bancarrota total del continente, como así lo entendieron las palabras de aquellos soñadores bocazas. El caso fue que, de repente, creció la roña y el sarro entre lo que pasaba y lo que hicieron con lo que pasaba. Y a todos se nos cubre el alma y el habla, desde entonces, con esa costra heredada.