viernes, 21 de julio de 2017

LA VIDA SE ADUEÑA DEL MUNDO

Si hace unos días las palabras de Friedrich Strauss encaraban el siglo veinte llenas de optimismo vital apolíneo, recordémoslas de nuevo, “Hay muchas razones para estar contentos con la actualidad y sus logros: el tren, las vacunas preventivas, los altos hornos, la crítica de la Biblia, la fundación del imperio, los abonos químicos, los periódicos, el correo. ¿Por qué escapar a la rica realidad y refugiarse en la metafísica y la religión? Cuando la física aprende a volar, los pilotos de la metafísica acaban estrellándose y tienen que aprender a conformarse con vivir decentemente en tierra firme. Se exige sentido de la realidad; y ese sentido producirá las obras prodigiosas del futuro”. La mirada de Nietzsche, por intermediación de su personaje Zaratustra, nos advierte de la plenitud de la rica realidad, a la que alude Strauss solo en su aspecto visible de orden y convivencia, al traer a escena lo que está  hasta ese momento ha estado propiamente oculto, actuando como fuerzas en lucha permanente las unas contra las otras exentas de moral aunque no de ética. La mirada de Zaratustra nos trae la posibilidad del aprendizaje, que no tiene nada que ver con la instrucción pública que pone en marcha la realidad de Strauss, aunque no lo mencione en su cita, para que le salgan las cuentas a la empresa del optimismo que tiene en mente. Me ha venido a la cabeza, cuando he vuelto a leer la cita, aquella frase de origen oriental, que también se adapta, a mi entender, al espíritu optimista y de plena fe en El Progreso que anuncia Strauss. La frase dice así: gato negro o gato blanco, no importa, lo que importa es que cace ratones. Si te fijas es una refrán china que tiene la misma música que cuando la física aprende a volar, los pilotos de la metafísica acaban estrellándose y tienen que aprender a conformarse con vivir decentemente en tierra firme, en un tiempo, finales del siglo XIX, en el que China ni se podía imaginar que la cita de Strauss iba a ser la introducción al libro rojo para su plena aceptación y puesta en práctica del modo de vida occidental. Un refrán chino que anticipa en lo que nos acabaríamos convirtiendo todos los ciudadanos occidentales: gatos castrados y satisfechos. Muy al contrario, en el aprendizaje que nos propone Zaratustra lo primero que hay que aceptar, sin pérdida de tiempo, es que no puede haber equilibrio entre esas fuerzas ocultas pues no lo conocen. Ni su permanentemente enfrentamiento pone moralidad alguna sobre el mundo. Zaratustra trae a jugar a las fuerzas ocultas del mundo al mismo campo de juego donde se solaza la vida confortable que promete Strauss y el refrán chino. Poniendo así a la misma altura y rango y en disposición de diálogo, no de enfrentamiento, a lo apolíneo y a lo dionisíaco. Este es el auténtico escenario del nuevo siglo XX que, avalado además por la democratización de la cultura y la educación, no quiso ver en toda su plenitud Friedrich Strauss. 

Por aquel entonces, más o menos, la mirada poética y metafísica de Rainer María Rilke, de la que prescinde Strauss de forma soberbia para su proyecto concluyente de felicidad y progreso, le advierte, sin embargo, sobre algo que todavía hoy no nos damos cuenta de tanto que arraigaron aquellos cuentos de rica realidad, a saber, las cosas más importantes están envueltas en la incertidumbre, incluyendo las decisiones sobre las relaciones humanas, los trabajos, el comprar una casa o una acción futura. Cuando la gente usa los hechos, la lógica y el razonamiento puro para tomar las decisiones, el sistema (de Strauss) se muestra insuficiente. Rilke lo expresa así: “No estamos muy seguros, no nos sentimos en casa en el mundo interpretado”. De semejante manera, Hans Castorp, el personaje principal de la novela de Thomas Mann, la montaña mágica, también en los inicios del nuevo siglo, el siglo insumergible, como el Titanic, se preguntaba: ¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? ¿Hacia dónde nos absorbe el sueño? Como si la vida, a la luz del progreso, viera la lucha sin desmayo de esas fuerzas ocultas, no como las hijas del propio progreso, como así son, sino los restos de las  supersticiones de antaño, y se empeñara, entonces, en apropiarse de la herencia del mundo que es de todos, vivos y muertos, arrastrando con ello a la apropiación de la ética por la moral, y al alma por el cerebro, al hilo de los avances neuronales, para apropiarse, en fin, del aprendizaje individual mediante el propósito excluyente y concluyente de obtener la mejor convivencia entre unos seres humanos perfectamente instruidos y adiestrados. Como si la vida que imaginó Strauss que, al fin y al cabo, ha acabado siendo la nuestra, quisiera sólo habitar en un mundo feliz de progreso ilimitado, olvidando que la auténtica felicidad viene después, o es paralela, al hecho de que las mujeres y los hombres traten de entender el por qué están en el mundo.