martes, 25 de julio de 2017

EL ROMANTICISMO BELICISTA

¿Qué se puede esperar de una generación que es la más fotogénica, y la más fotografiada, de toda la historia de la humanidad, pero que, tal vez por ello, es también la más cortita y la más costosa al herario mundial (la ONU debería considerar su adinerado estilo de vida a la hora de definir qué es la pobreza en el siglo XXI) encerrada como se encuentra en el estrecho rectángulo de confort que le proporcionan el manejo constante de sus pantallas? La voluntad de existir ahí dentro como la única imagen de vida posible, acicalándose de forma perfectamente indiferente a lo real de afuera, ha dado al traste con la fuerza del poder de la voluntad creativa, tal y como lo preconizó Nietzsche, para ensanchar los límites de la imaginación. Una imaginación que  la lógica racional de matriz hegeliana, hecha empírica y utilitarista con los románticos tardíos tipo Strauss o Wagner, quiso hacer coincidir para siempre con lo real. Entre mellinials y romantcos empíricos hubo dos carnicerías mundiales y una época de paz entre esas dos guerras. En total fueron treinta años en los que se llevó hasta sus últimas consecuencias el mandato de hacer coincidir lo real con lo racional, al homologar el espacio elemental de la violencia al espacio romántico. Estamos ante la versión belicista de lo romántico, que acabó para siempre con el romanticismo como actitud, por más que los pantalleros actuales lo traten de reavivar con sus poses autoreferenciales. 

Al meter a Nietzsche con calzador en el programa de los empíricos utilitaristas fue surgiendo, en las primera década del siglo XX, un frente de luchadores que encontraron en el horror y la aniquilación un aliciente oscuro, que formarían parte de los que propiciaron con sus soflamas la guerra del 14. Para la mayoría de la población una guerra impensable - lo que la convirtió en la más cruel y despiadada de las habidas hasta ese momento en el continente - pues vivían en el momento más dulce de felicidad y progreso alcanzado por la humanidad, a decir de los predicadores del momento. Uno de los autores mas significativos de este cambio oculto de sensibilidad fue Ernst Jünger, que en su libro Tempestades de acero dice cosas como las siguientes: “Nos fue concedido vivir en los rayos invisibles de grandes sentimientos, esta es nuestra ganancia incalculable”. En el límite de la muerte Jünger describe esos momentos como cumbres del arrobamineto, usando la imagen que Nietzsche había reservado para los instantes irrepetible de la creación individual. Así narra Jünger, acerca de un fracasado asalto en las cercanías de Cambrai: “Por fin me había alcanzado una bala. A la vez que percibía el balazo sentí que aquel proyectil me sajaba la vida (…). Mientras caía pesadamente sobre el piso de la trincheras había alcanzado el convencimiento de que aquella vez todo había acabado, acabado de manera irrevocable. Y sin embargo, aunque parezca extraño, fue aquel uno de los poquísimos instantes de los que puedo decir que han sido felices de verdad. En él capté la estructura interna de la vida, como si un relámpago la iluminase”.


¿Como puede el tedio contemporáneo, campo de batalla donde baten sus armas nuestros más conspicuos guerreros digitales, no palidecer ante aquella visión del último romántico armado? Nuestros luchadores digitales actuales, como ya dije, no quieren un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compense con la garantía de morir de aburrimiento. ¡Vaya por Dios! Y, por si no quedará claro, rubrican lo anterior sin empacho diciendo, que el aburrimiento es contrarrevolucionario. ¡Cielo santo! ¿Qué campo de confort lo puede ser al mismo tiempo, y sin que produzca sonrojo a quien lo ocupa, de batalla? ¿Cómo no va crecer ahí el aburrimiento? ¿Que otra planta lo podría hacer con semejante abono? Es la gloria y la condena, valga por esta vez su cohabitación, de la tropa de nuestros millenials, que no soportan el arrobamiento de la llanura - ni pensar en el de unas cumbres hoy ya inexistentes - que les puede producir quien no esperan se cuele de rondón en sus aposentos apantallados.