jueves, 13 de julio de 2017

IDEAS Y ACCIONES INNECESARIAS

Con la declaración de Marx en el escrito anterior entran en la escena del mundo los ingenieros sociales, esos que lo consideran un aparato mecánico sujeto enteramente a las leyes lógicas de la física y la matemática. Hasta hoy. Los nuevos románticos de entonces se han convertido hoy en unos mecánicos de fuste digital, que venden su mercancía dándole la vuelta al primer programa romántico de Novalis. Piensa que vistas las cosas con perspectiva, no debieron sacarse nunca de quicio. Estaban bien como estaban, cuando después de ti no percibías la nada. Nadie puede trascender hacia la nada. Ni proyectar lo finito en la nada. Ni dignificar lo desconocido si eso es la nada. El programa romántico de Novalis no es otra cosa que el de la especie fabuladora que somos. En sus tres pasos, o movimientos, mantiene la distancia entre lo que somos: ordinarios, conocidos y finitos (el nosotros) y la necesidad de ficción que tenemos: extraordinarios, desconocidos e infinitos (los otros). ¿Por que les pareció poco a los nuevos románticos que se empeñaron en cambiar el mundo, en lugar de seguir interpretándolo como había sido desde La antigüedad? ¿Por qué no aceptaron que no era el partido, ni el estado, ni la raza, ni la nación, sino el mercado quién iba a dar el poder al público, que ellos llamaban el pueblo? ¿Por qué no quisieron darse cuenta de que ese público además del poder de lo que somos, quería la ficción de lo que soñamos? El cielo somos nosotros, el infierno son los otros. Si siempre ha sido así, bien está. Pero de lo se trataba, con el programa romántico de Novalis, era comprobar cuanto infierno hay en el cielo, y cuántos de los que hay en él infierno son más bien del cielo. ¿No crees que con eso hubiera bastado? ¿No crees que esa debería haber sido la misión de los nuevos románticos?

Tremendamente egocéntricos, ¿no te fatiga ver en los que pensaron inmediatamente después de 1800 - y piensan todavía en plena época del terror nuclear que nunca tenerlo todo es suficiente - su decidida voluntad de embellecer a toda costa la Historia de la Humanidad como si fuera un gran escenario, olvidándose paulatinamente de contar las historias en que esa Universal Indiferencia sumerge las tragedias humanas? Richard Wagner, ególatra, furibundo militante antimercado y, por tanto, confeso antisemita, genio embellecedor de la Gran Historia de la Humanidad y su Indiferencia, cronista desde su trono privado del crepúsculo de los dioses, inventor de la divinidad humana, en fin, inventor del arte total como algo irrebasable, como el que tiene la última palabra y el último sonido y la última puesta en escena, la ópera, no tiene empacho en reconocer en su retiro de Zúrich que “con está nueva concepción mía me salgo por entero de toda relación con nuestros actuales teatro y público (…) Sólo después de la revolución podré pensar en la posibilidad de ponerla en escena (…) En el Rin construiré entonces un teatro e invitare a una gran fiesta. Después de un año de preparación, representaré a lo largo de cuarto días mi obra entera; con ella daré a conocer a los hombres de la revolución la significación de su empresa en su sentido más noble. Este público me entenderá, el actual no puede hacerlo”.

Si te fijas, todo después de 1800 es definitivo, irrebasable. Con Marx en la política y Wagner en el arte al frente de todos, pretenden tener la última palabra de todo. Hay prisa por llegar al final cuanto antes, pero nunca el público del momento presente es el adecuado. Necesita toma de conciencia y de partido. Sin más. Informan de ello a los cuarto vientos, a través de los medios cada vez más potentes de desinformación, y nosotros desde entonces hemos estado dispuestos a creerlos, sin resistencia ni oposición. Desde entonces todo ha quedado en manos de la mala educación de estar educados en lo irrebasable. De estar educados en la idea de que el yo tiene la última palabra, que haga innecesarias, como nos enseñó Leverkun en Doktor Faustus,  las palabras de los demás. Conviene que te preguntes, a la luz de tanta fatuidad, si las de Marx y Wagner, no fueron las verdaderas acciones innecesarias. Si lo fueron antes, igualmente, sus ideas respecto al proletariado y el mercado. Hoy aquel proletariado y aquel mercado viven una luna de miel interminable, justo donde aquellos imaginaron lo contrario. 

Hoy nada impide que el público queriendo estar donde está, quiera seguir estando, como imaginó Novalis, en otro sitio del que está. Hoy nada ha impedido a la naturaleza humana que siga siendo perfecta y necesariamente rebasable o, de otra manera, trascedente. Hoy como ayer y como siempre, lo que el público, o como lo quieres llamar, necesita es que le cuenten historias, la verdadera forma de tomar conciencia de su mundo real, ordinario, conocido y finito. La única forma de rebasarlo que hemos inventado con billete de ida y vuelta asegurado, para poder contarlo. Piensa que vista como la vieron Marx y Wagner, la alegría del yo no deja de ser artificial, y pude desmoronarse de un modo tan imprevista como alarmante. No ofrece garantías en el mundo del rendimiento y de la corrosión del carácter, ya de por sí falto de ellas. Y lo peor, que miedo da el lado oscuro de tanta alegría prefabricada, que a continuación de la quiebra aparece, y se despliega de forma incontrolada llevándose por delante todo lo que se mueve.