miércoles, 5 de julio de 2017

QUIERO ESTO Y LO QUIERO YA

La única trascendencia posible en un mundo ensimismadamente laico es iniciar el camino hacia el otro y lo otro. Pero cómo llegar al otro y lo otro, cómo trascender dentro de la jaula de acero de la modernidad, tal y como definió Max Weber a esa peculiar forma de encierro en que consiste haber alcanzado las mal altas cotas de libertad según el programa de la ilustración, de matriz racional instrumental, que se ha ido imponiendo durante los últimos doscientos años de forma exclusiva y excluyente en el lado occidental del mundo. Mientras retardamos nuestra puesta en marcha, la jaula de acero se ha convertido en un teléfono móvil a una mano pegado y el sueño de la perfección se ha hecho universalmente digital, no dejando de producir monstruos, pero también pasiones, entre sus más fervientes usuarios de la generación millenials a un ritmo desenfrenado nunca antes visto. Ahí dentro todo cambia, todo es posible, todo lo quieren y todo lo quieren ya, pero, al fin y al cabo, después de haber cambiado muchas veces de jaula móvil todo sigue igual. Y viceversa: todo sigue igual, pero todo cambia aunque nos sea imposible dilucidar hacia donde, porque todo no deja de dar vueltas sobre sí mismo como una noria. De momento solo sabemos, porque es algo contable, que los millenials son los que más gastan de la actual sociedad hiper gastadora de consumo. Aunque no es descabellado pensar que exista una lucha atroz entre la soledad del encierro dentro de las pantallas y el anhelo de autenticidad fuera de esas jaulas: quedarse fuera del mundo o seguir construyendo el mundo. Aunque parezca increíble, es un dilema no del todo impertinente a la autista fogosidad militante de los millenials, pues, según los últimos estudios, los predicadores del asunto trabajan con ahínco en garantizar la lealtad de aquellos millenials que no disponen de cifras suficientes de dinero para gastar al ritmo que impone el sistema de encierro de las pantallas, a saber, quiero esto y lo quiero ya. De lo que se deduce, que no las tienen todas consigo. Habrán ganado alguna batalla pero saben que la guerra continua, intuyendo sin parar, aunque su artillería publicitaria diga lo contrario, que el tiempo cronológico no juega precisamente a su favor. Los millenials están hechos de un material frágil y delicado, que hace que envejezcan pronto y mal, lo que les hace temer que les dejen empantanado el negocio. Yo pienso que, sin dejarme llevar necesariamente por algún tipo de flaqueza romántica residual, apostarlo todo al quiero esto y lo quiero ya es, por su falta de significación, o por significar lo que significa el tic tac del reloj en el tiempo cronológico, lo que acelerará su acabamiento. Bien es verdad que el otro y lo otro esperan en otro tiempo que no es el cronológico. Y lo hacen con unas palabras que no son tan escuetas, imperativas e instrumentales. Que son palabras anteriores a los tiempos que dieron a conocer, con firme e inequívoca voluntad adánica, la racionalidad instrumental de la modernidad ilustrada. Que son, en fin, palabras de todos, de los que más gastan y de los que viven en la pobreza, de cuando no había jaula de acero, ni teléfono móvil a una mano pegado. Son palabras con historias que buscan otras historias, vinculadas aún tiempo de plenitud antes de que comenzara el tic tac del reloj de la Historia.

Los románticos de 1800, con su malestar ante la normalidad, anticipan la desazón por el desencanto del mundo a causa de la racionalización instrumental. Ludwig Tieck, en su obra Lovell,  se queja de que esa racionalidad instrumental, que ha impuesto la ilustración mediante el impulso napoleónico de la revolución francesa, haya descifrado osadamente todos los encantos, y de que el crepúsculo misterioso haya cedido su puesto a una artificial y gris luz del día. En un párrafo de esa obra escribe así: “Odio a los hombres que, con su pequeño sol de imitación, arrojan luz en todo crepúsculo íntimo y expulsan los deliciosos fantasmas de sombras, que habitaban tan seguros bajo la glorieta abovedada. En nuestro tiempo ha surgido una especie de día, pero la iluminación romántica de la noche y de la mañana era más bella que esa luz del cielo nublado”.