La verdad es que hacía tiempo que esperaba que me lo dijera. Había habido días más propicios para ello, pero fue justo el que menos pensaba yo en ello, ya que aquella noche no había casi nadie en el restaurante. El caso fue que se acercó a la mesa donde mi mujer y yo estábamos sentados y, con su habitual parsimonia, nos dijo que estaba pensando seriamente en poner el cartel de “no se admiten menores de edad”. Tiene tres hijos a los que profesa un especial cariño, pero tiene claro que si no pone coto a esa nueva forma de vandalismo familiar - así lo había calificado en otras ocasiones - el ambiente del restaurante acabaría por deteriorarse hasta parecer un avispero de camioneros, lo cual significaba que la idea de negocio que había imaginado se iría al garete, acompañaba sus palabras con un gesto pronunciado de amargura y decepción . Yo le dije - seguramente porque te lo había oído decir a ti miles de veces, que ese histerismo constante de los niños (lo que el pedagogismo dominante llama fértil y esperanzadora vitalidad) era consecuencia del diseño curricular que propicia la actual ley educativa - que el problema era del actual modelo educativo. Lo cual después de oírmelo decir, y viendo la cara que puso mi mujer, me pareció una solemne generalidad que no podía acabar siendo otra cosa que una vulgar tontería. Antes de poder rectificar con alguna frase de aliño que le quitara la mayor cantidad de roña a la primera, el dueño de restaurante me contestó explícito, nada de eso, el problema es de las familias, más en concreto, el problema de cada niño que confunde el restaurante con el parque de atracciones es de su padre y de su madre. Dice Jaeger al respecto, “Esta vivida y concreta representación religiosa, todavía exenta de toda abstracción relativa a los demonios buenos y malos y a su lucha desigual para llegar a la conquista del corazón humano, expresa el íntimo conflicto entre las pasiones ciegas y la más clara intelección, considerado como el auténtico problema de toda educación”. Bien sabía yo, porque así me lo había confesado, que su ideal de negocio era ofrecer platos a unos precios asequibles que levantasen el vivo interés de quienes entrasen en su local. En dirección opuesta al elitismo gastronómico de los últimos años, pretendía acercar la buena cocina a todos los paladares. Evitando así - esto no me lo dijo con sus propias palabras, aunque lo puedo deducir de ellas con total garantía - que vuelva a ser el añejo espíritu de la beneficencia estatal o el voluntarismo moderno populista quienes se pongan al frente de los destrozos económicos y morales de la crisis. No hay que dejar de salir a comer fuera de casa, si eso es lo que a uno le apetece, porque la crisis haya golpeado la economía de la unidad familiar. Al igual que en la antigüedad griega, esta representación religiosa del lowcost, no otra cosa es esta reciente modalidad de consumo, pone sobre el tapete social y el alma individual el conflicto entre la pasión ciega de la codicia y la buena educación. Insisto y le digo al jefe de mi restaurante de cabecera que, además de los padres, no puede no exigir responsabilidades a los profesores de la escuela, donde esos niños pasan buen parte de su jornada. Probablemente quienes desean acabar con el capitalismo no vean relación alguna entre la seducción de los platos que ofrece el jefe de mi restaurante de cabecera y la necesidad de una sólida educación por parte de quienes se sientan alrededor de la mesa para degustarlos. Luego me dice - como arrepintiéndose de pensar siquiera la idea de vetar el acceso a los niños - puedo hacer algunas correcciones respecto a la manera de acceder la clientela al restaurante, lo que no quiero hacer es cambiar las formas que adquiere la clientela misma, de la que una de ellas, la familiar, me parece importante para la idea de negocio que tengo. Fue entonces, al verlo realmente atrapado entre lo que decía la cita de Jaeger, las pasiones ciegas de los hombres y la más clara intelección propia, cuando pensé en regalarle un libro que tenía en casa y al que no había vuelto probablemente por falta de motivación. Me refiero al que publicó a principios de los años 80 del siglo pasado el profesor Faustino Cordón, con el título de “Cocinar hizo al hombre”. De esta manera, pensé, me añadía al particular desconcierto de las palabras del jefe de mi restaurante de cabecera, tratando de darles el protagonismo que pedían de forma inaplazable entre las de la propia actualidad del ámbito gastronómico. La tesis del profesor Cordón es fácil colegir que ya estuviera presente, aunque no desarrollada de forma tan abstracta, entre los antiguos griegos pensando en el desarrollo de su ideal educativo. Dice así el profesor Cordón en el prólogo de su libro, “La ocasión del libro, y no solo la ocasión sino también su partero, ha sido Xavier Domingo. Le enteré de mi convicción de que la palabra, y, por tanto, el hombre, que se define por la facultad de hablar, sólo ha podido originarse en unos homínidos (sin duda ya muy evolucionado en el manejo de útiles) precisamente cuando se aplicaron a transformar, con ayuda del fuego, alimento propio de otras especies en comida adecuada para ellos”. Al escucharlas se puede deducir que la estrecha colaboración entre la conversación y el cocinar es la base primordial de nuestra identidad individual y nuestra cultura colectiva, entendiendo por conversación una forma de conocimiento. Diría más, la única forma posible de acceso al conocimiento entre seres hablantes. Su ausencia actual, tanto en en el ámbito de la familia como en el ámbito escolar, no solo nos convierte en unos zampabollos solitarios y en unos monos enjaulados dando vueltas alrededor de las mesas - de lo que da fe el jefe de mi restaurante de cabecera - sino que nos devuelve a la velocidad de la luz a la cultura salvaje del aullido y de lo crudo. Jaeger, evocando los lejanos tiempos del mundo griego donde empezó la cultura occidental, nos recuerda la importancia de volver a recuperar la conversación alrededor de la mesa, o mejor dicho, la importancia del momento de sentarse a comer alrededor de la mesa para poder iniciar una conversación. Dice así Jaeger en su libro Paideia, “Las sagas contienen todo el tesoro de bienes espirituales que constituyen la herencia y el alimento de toda nueva generación”.
lunes, 30 de abril de 2018
domingo, 29 de abril de 2018
NOVELA GRÁFICA
Vincular la lectura de los cómics con la experiencia lectora de los lectores adultos, separándola así de la experiencia infantil de donde procede su prestigio, es un loable intento que, a mi parecer, tiene mucho que ver con la incansable búsqueda de nichos de mercado - así lo dicen los profesionales del ramo - de la industria editorial. Ahora se ha puesto de moda - supongo que para hacerse con todo el mercado, está es mi primera sospecha - el nombre de Novela Gráfica, que pretende competir en ese mundo siempre indolente de las imágenes en su relación con las palabras. El nombre no deja de ser redundante, pues toda novela es gráfica o no es novela, es un ensayo o un sistema filosófico. La novela se construye con imágenes (que son, sino, las metáforas y demás artefactos lingüísticos) mientras que la filosofía y la ciencia se contraen con conceptos e hipótesis. Que la novela gráfica, mediante las habilidades del ilustrador, haga explícitas las imágenes que hasta ahora era el trabajo primordial del lector adulto, ¿no deja de ser una intromisión en el territorio sagrado de su intimidad? ¿Para qué? ¿A quien le sienta mejor semejante entrometimiento, al alma de cada lector o a las estadísticas de las editoriales?
Dice Pere Gimferrer respecto al eterno dilema de cuál debe ser la inteligibilidad de un poema (y por extensión de una novela, digo yo) para que se le pueda calificar como tal,
viernes, 27 de abril de 2018
COMPRAVENTA DE APARIENCIAS...
...y mensajes sencillos repetidos hasta la saciedad. ¿Eso es todo? Sí, eso es todo, y tú todavía no te has enterado aunque llevas bajo la influencia de la perspectiva del aula un puñado de años. Incluso cuando intentas defender de los abusos que cometen las autorizarse educativas a tus compañeros, no ves que a lo único que estos aspiran es a comprar y vender apariencias y mensajes sencillos repetidos hasta la saciedad. Ser justo con ellos sería darles lo antes posible lo que piden. Pero tu lo que quieres ser es justiciero. Entonces, ¿que es el miedo?, me preguntaste el otro día cuando al fin me llamaste por teléfono después de la reunión que tuviste sobre el asesinato del instituto. El miedo hoy es no tener para poder comprar apariencias y mensajes sencillos, te respondí un tanto campanudo ¿Has calculado cuántas horas tienen que comprar al día tus alumnos mirando la televisión o el móvil para ir mansamente cada día a clase? Y la capacidad de esa mirada, ¿cuanto asienta su estilo de vida? Eso es el miedo, que no son datos, es el vacío que hay detrás de tantas horas sin cambiar de mirada. Lo de despertar conciencias o cambiar conciencias o dejarlas igual de dormidas que siempre, uff. Mejor que digas, dejarlas más dormidas que nunca. ¿Para eso sirve la educación? Definirte como progresista en estos asuntos, como en todo lo demás, ya no tiene sentido, pero ¿puede volver a tenerlo? Sí, pero no olvides que somos inferiores a nuestros sueños, te lo suelto antes de que te dé un arrebato de los tuyos y me cuelgues. Estarás de acuerdo conmigo que al día de hoy nadie sabe con claridad que es eso de la educación, que es lo que hace que un profesor como tú y un puñado de alumnos como los tuyos se convoquen cada mañana en el aula. Probablemente no lo hemos sabido nunca desde que la educación pasó a ser algo que había que tomarse en serio. Esta especie de tablas a las que han llegado la razón necesaria y la razón suficiente sobre el asunto de la educación me recuerda mucho a una fotografía que publicaron en los periódicos, que ilustraba los desastres que causó el huracán Katrina en el estado de Texas. En ella se ve a cinco mulas que, aupadas sobre un promontorio de tierra que está rodeado de agua por todas partes, esperan pacientes a que alguien las rescate. Todo en la imagen invita a pensar en una reacción de la vida, pero, al mismo tiempo, según como evolucione en las horas siguientes a la que se tomó la fotografía el apabullante caudal del río Missouri, no es descabellado pensar en un triunfo absoluto de la muerte. Lo que quiero decir con ello es que las tablas no es un estancia propiamente de la vida, se gana o se pierde. Sin embargo, en el caso de la vida humana, la lucha permanente entre querer ser y querer vivir que le es inherente, invita a pensar que las tablas son la única realidad posible. En tu caso llamémosle provisionalmente IDE, ideal democrático educativo. ¿Hay alguna posibilidad de ser profesor y alumno sin tener que padecer esa amargura y anomia que os acompaña a la cita de cada mañana en el aula? ¿Son eso las tablas? Esa realidad que se cocina allí dentro, que es uno de los secretos mejor guardados por sus protagonistas, ¿es verdadera? O a tenor de lo que dicen y comentan los profesores y los alumnos cuando salen de clase, ¿es el ejercicio mejor acabado de compra venta de apariencias? Yo hago que te enseño y tú, a cambio, haces como que no aprendes. Y al revés. Bien mirando, si la educación es un tiempo y en espacio de preparación para la vida en general, el diseño curricular no va del todo descaminado. Lo que ocurre es que si le pegáis el ojo con atención a esta ceremonia diaria de enseñar y aprender os daréis cuenta - los que seguís defendiendo el estrado seguro, aunque menos los que han tirado la toalla a la espera de la jubilación anticipada - que es una realidad falsa en el sentido de que tapa algo esencialmente humano de forma intencionada. Es, por así decirlo, una realidad espectral, que está formada por ausencias y por la letra pequeña con lo que sus protagonistas no dejan de construir e imaginar todo lo que queda al otro lado del velo de la apariencia comprada y vendida en el mercado del aula. En el libro Paideia, al que vengo haciendo alusión tratando de construir un itinerario paralelo entre el ideal griego educativo y esa búsqueda necesaria de nuestro actual IDE en el ámbito del continente europeo, su autor Werner Jaeger dice, cuando se refiere a la Ilíada y a sus diferentes lecturas a lo largo del tiempo,“En la forma actual del poema la figura del educador se halla en íntima conexión con los otros dos mensajeros. Como hemos indicado, en su ideal educador, Áyax personifica la acción, Odiseo la palabra. Sólo se unen ambas en Aquiles, que realiza en sí la verdadera armonía del más alto vigor espiritual y activo.” Traduciendo, Aquiles vendría a significar las tablas que he mencionado antes. Pero, como ya hemos hablado en otras conversaciones, la heroicidad de Aquiles está ligada a la decisión que tomó al abandonar el gineceo materno, para aprender a ser mortal peleando en la guerra de Troya. Luego, podríamos deducir los lectores modernos, que las tablas entre acción y palabra sirven para aprender poco a poco a ser mortales en la “guerra” de la vida humana. ¿Es esta la verdadera ocultación de la compraventa de apariencias en el aula? ¿Hablasteis en estos términos cuando el otro día os reunisteis las autoridades educativas competentes, para redactar y comunicar a la opinión pública la versión oficial del asesinato en el aula del instituto donde trabajas? ¿Lo sabían la víctima y el verdugo de semejante suceso?
jueves, 26 de abril de 2018
EL ESPUMARAJO
Yo seguía esperando tu llamada telefónica, pero, al parecer, en lo que habías decidido hacer después de que saltara la noticia del asesinato del instituto, no estaba incluido llenar el silencio de mi espera. Por encima de lo cada docente pueda pensar sobre un asunto tan grave estaba la opinión oficial con la que el gremio debía salir al mundo. Así que imaginaba que estabas en ello. En no pocas ocasiones he tratado de sonsacarte lo que tu piensas respecto al rumbo que tiene la educación en la actualidad, vano intento, al final te debes, por decirlo así, a tus superiores. Es decir, al sistema educativo y al virtuosismo eufemista de su lenguaje. Aunque lo más mediático del crimen ya había dejado de producir sangre y, como bien sabes, si no hay sangre no hay noticias, los efectos colaterales de la misma se desplazaron hacia los rincones menos vistosos de espectro informativo. Entre ellos me dediqué a bucear, mientras seguía esperando que me llamaras para decirme la versión oficial del gremio de docentes respecto al crimen del instituto de Barcelona. Ya solo aspiraba a ello, al estilo que le ponías a la impostura. Sin proponérmelo, como me suele suceder cuando navego por el proceloso mar de internet, me topé con un comentario que un tal Carlomagno hacía a un artículo de un docente de Málaga, defensor a ultranza de los beneficios del nuevo pedagogismo que se estaba introduciendo en las aulas. Decía así, “Con el derecho de opinión de los alumnos como derecho fundamental e irrenunciable del proceso de aprendizaje, que el nuevo pedagogismo ha metido de rondón en los diseños curriculares de las escuelas e institutos, pasa lo mismo que con la influencia que el hambre y la pobreza tienen todavía en el ánimo de sus progenitores y profesores. Ya pueden tener de todo y estar gordos como hipopótamos, ya pueden decir lo que les de la gana, donde les de la gana y como les de la gana, que siempre en su fuero interno se creerán unos pordioseros y verán su capacidad de expresión pública amordazada. Ni que decir tiene que este espumarajo se cuela en las aulas porque antes ha esperado pacientemente su oportunidad de invasión en las calles públicas y en los hogares privados”. La expresión espumarajo me pareció lo más acertado del escrito de Carlomagno, no porque detectara en ella una intención despectiva y apresurada por contestarle al representante del nuevo pedagogismo, sino porque me pareció una imagen precisa que evocaba esos restos que siempre devuelven los sumideros cuando se han tragado mas cantidad de sustancia viscosa de la que puede digerir. Y también, como no decirlo, porque era el destino que, al fin y al cabo, le esperaba al crimen del instituto barcelonés. Un breve espumarajo que ha vomitado la trágala en que se iba convirtiendo tan luctuosa experiencia. Hubo un tiempo, sin duda el que coincidió con la plenitud profesional de tu padre, en el que todo parecía encarrilado hacía lo mejor, que todavía se imaginaba dentro de las lecturas de la tradición de la Grecia antigua que hacían los docentes de entonces. El que más sabe que no sabe nada, el profesor, ha de ponerse en cuestión ante los que están aprendiendo, los alumnos. Lo que ocurre es que la trágala del nuevo pedagogismo ha convertido a esta hermosa declaración de intenciones educativas en la letra de un anuncio publicitario. Lo vi el otro día en la televisión adaptado para la ocasión, la música la ponía al final la aparición fulgurante en escena del coche con se quería asociar toda aquella hermosura a que me refería. Acto seguido, y antes de que la cosa se enfriara, se lo comenté a un amigo común, no te diré el nombre para evitar las suspicacias del indignado, que forma parte de una asociación educativa de padres. Me respondió que lo que yo no apreciaba era la fusión entre esos dos mundos, educación y venta de coches, que hasta ahora habían existido como si los usuarios de uno y el otro fueran personan igualmente diferentes, cuanto todos sabemos que son los mismos o en pocos años serán los mismo. Entonces, me preguntó, ¿por qué separar los eslóganes? ¿Por qué recibir una buena educación y comprar un coche tienen que ser acciones y emociones, humanas las dos, que se repelan o se avergüencen la una de la otra? ¿Por qué no pueden estar vinculadas mediante un lenguaje común con vistas al futuro que se avecina? No es mi intención asociar esta discusión que tuve con Jacinto, bueno al final he confesado su nombre, con lo que sé filtró entre los twist que siguieron circulando en las semanas que siguieron al crimen del instituto. Al parecer, la pelea que precedió al fatal desenlace estuvo protagonizada únicamente por dos alumnos, y el motivo que la provocó tuvo que ver con los coches, la petulancia del asesino con que acosaba de forma continuada al muerto, respecto al coche con que se presentaba en el aparcamiento del instituto cada día. Probablemente, le dije a Joaquim antes de despedirnos hasta la próxima, el crimen estaba escrito antes de cometerse, solo faltaba el día y el lugar más conveniente para que fluyera la sangre, y toda la panoplia que siempre la acompaña. Y es que hablar de coches no significa lo mismo hacerlo dentro de un instituto que en la calle. Y eso es lo que nunca quieren señalar los creativos de la publicidad, pues intuyen que en la confusión del lenguaje está el éxito de su negocio
miércoles, 25 de abril de 2018
MUERTE SIN FRONTERAS
Cómo era de esperar la noticia del crimen del aula del instituto de la ciudad condal desapareció como por ensalmo de los papeles y de las pantallas. Su lugar vino a ocuparlo esa baba con sus diferentes texturas y colores que queda acertadamente representada por aquella frase almodovariana “que hemos hecho nosotros para merecer esto”. Una frase que siempre me ha parecido de doble filo a la hora de usarla. Por un lado el filo más habitual, que busca al otro para señalarlo con su corte como el culpable de eso que nos ha pasado sin que lo hayamos merecido. Por otro el filo raramente frecuente, que se vuelve sobre uno mismo y se pregunta, ¿qué somos los seres humanos?; que somos si hemos nacidos tontos y ciegos, como todos los animales, dotados de escasas luces, que no pueden iluminar las tinieblas en las que siempre andamos a tientas o ciegas. Creo que fue el escritor Ricardo Piglia quien dijo que lo que un ser humano puede escribir con prístina claridad cabe en un línea, todo lo demás es escribir rodeado por la mas absoluta obscuridad. Sin embargo, antes de que todo volviera a ser como antes del crimen, la necesidad de apropiarse del revuelo que él había producido dejó como testimonio de una experiencia tan efímera un puñado de imágenes elocuentes. En parte fueron captadas por las diferentes televisiones que se presentaron, como no podía ser de otra manera, antes de que la policía y los servicios sanitarios de urgencia, pero de la mayoría de las imágenes se debieron hacer cargo los compañeros de la víctima y, mas que probable, del asesino con sus teléfonos móviles. Mientras esperaba que me enviaras alguna de estas imágenes, pues no me cabía la menor duda que como asesora educativa te habías personado en el lugar de los hechos en cuanto te enteraste de la noticia, repasé mentalmente alguna de las imágenes de crímenes similares acaecidos en los Estado Unidos de América, como tu siempre me dices es de donde viene todo. En los últimos años ha habido varios sucesos de este tipo, pero el que más me impactó, convirtiéndose así en modelo de estas desgracias humanas, fue el de la escuela preparatoria de Columbine en la localidad de Columbine (Denver, Colorado, Estados Unidos), donde dos estudiantes de la misma, Eric Harris y Dylan Klebold, asesinaron a trece personas el día 20 de abril de 1999. A continuación ellos mismos se suicidaron. Lo más significativo de las imágenes que nos brindaron las cámaras de televisión, un popurrí de lo que captaron tanto las cámaras de los profesionales como las de los aficionados, fue el rostro de la mayoría de los alumnos frente al hecho inesperado de la muerte de algunos de sus compañeros a manos de dos de sus compañeros. Esta intromisión de lo imprevisto por quien menos se lo esperaban hacía que todos lo rostros aparecieran cuarteados en la pantalla. De repente envejecidos, como si le hubieran caído una veintena de años encima. Como era de esperar los locutores de allí y los de aquí lo que más repetían era la palabra injusticia, era injusto, según ellos, que vidas que estaban empezando su andadura quedaran interrumpidas de manera tan brutal. Se referían tanto a las víctimas como a los asesinos, aunque ellos llamaban víctimas a todos, dejando entrever en sus intervenciones la sombra de un culpable indefinido que preferían darle el estatuto de ausente con intención decidida de que desapareciera de sus vidas para siempre. Lo que yo deduje fue que narrando así lo sucedido en la Escuela Preparatoria de Columbine, pretendían trasmitir la idea de que era un hecho aislado que confiaban no se volviera a repetir. No obstante, las palabras de los cronistas del suceso eran rápidamente desmentidas por los rostros de alumnos y familiares de la Escuela de Columbine que sin más ambages estaban mirando cara a cara al enigma de la muerte. Prueba de ello, a mi entender, es que la mayoría no lloraba, es decir, las lágrimas no se atrevían a anegar lo que no era del todo irremediable, no querían proporcionarle su primer sudario. El enigma de la muerte no era lo irremediable para aquellos seres tan bisoños, aunque si lo fuera que ya no volverían a ver a sus compañeros muertos. Dicho con otras palabras, sabían que la muerte existía pero no tenía que ver con sus vidas, aunque ya se hubiera llevado por delante las de sus compañeros. De nuevo el asunto de nuestra mortalidad irrumpía ferozmente en un centro educativo moderno tan dado, como todos su pares occidentales, a proteger uniformando a sus alumnos como seres inmortales en su gineceo. Al día siguiente de asesinato del instituto de Barcelona llovía a cántaros en al ciudad. Esperé en balde tu llamada, o una foto, desde el lugar donde se suponía había entrado la muerte cuando nadie se lo esperaba. Esperaba al menos eso, que me dijeras que nadie se lo esperaba, que el comentario general era que no había palabras para contar lo sucedido. Nada. Puse la televisión con la última esperanza de volver a ver lo que ya vi hacia casi veinte años. Otra vez, nada. Al final dejé de esperar y me bajé a tomar una cerveza en el bar de la esquina cerca de donde vivo. Volví a preguntarme mientras caminaba, ¿quienes somos los seres humanos? Nosotros somos los que van a morir en un mundo que ya existía cuando nacimos y que seguirá existiendo cuando nos muramos. No son muchas palabras, pero son más que ninguna o que el silencio ante la angustia del enigma de la muerte. Son palabras de consuelo, dije elevando un poco la voz. ¿Cómo dice? Una caña, por favor, póngame una caña.
martes, 24 de abril de 2018
FUTURO EN RUINAS
Lo leí en las páginas de sucesos de uno de los diarios digitales que visito cada día, un estudiante de un instituto de los barrios del norte de Barcelona, los barrios de los ricos apuntaba el cronista del periódico, apareció muerto en el aula donde normalmente asistía a sus clases, el mismo día que la dirección del instituto lo había declarado de puertas abiertas de cara a la matriculación del curso siguiente. Rápidamente te llamé por teléfono y sólo me comentaste lo que ya me habías dicho en otras ocasiones, que lo que los expertos nunca incluyen en su teoría sobre las clases de futuro que propugnan, es que el crimen forme parte de ese diseño curricular. O dicho con otras palabras, me dije a mi mismo una vez que colgaste para personarte en la escena del crimen, que la experiencia del asesinato ya no es patrimonio únicamente de las películas o novelas de gánsteres, sino que forma parte de la vida, como lo oyes, y además ocupa para su realización escenarios inimaginables hasta ahora. Cuando leí la noticia te he de confesar, tal fue el grado de mi incredulidad, que retrocedí muy hacia atrás para hacerme una composición sobre lo que estaba leyendo, ni más ni menos me vinieron a la cabeza las historias de Agatha Christie en las que sus cadáveres pueden aparecer en los sitios más inverosímiles. Será luego la perspicacia científica de Hércules Poirot la que dotará de la más absoluta normalidad, limpiando toda ambigüedad sobrante, a esa coincidencia inaudita. Como era fácil deducir las jornadas de puertas abiertas del instituto barcelonés se convirtieron en los días siguientes, por causa del crimen, en una instituto cerrado a cal y canto donde todo el mundo estaba bajo sospecha. Esto también es el futuro, me dije, aunque esté lleno de imperfecciones y adversidades. Cuando en tiempos de paz saltan a la palestra sucesos de esta índole es cuando me fijo más en la naturaleza de la guerra y su relación con nuestra propia naturaleza. Pienso en que medida y hasta cuando la vida que vivimos en el presente no es nada más que una tregua, y el crimen del instituto, por ejemplo, un incómodo emisario de lo que está por volver, pues nunca se fue del todo. ¿Clases de futuro?, pregonan algunos eminentes pedagogos. Dice Jaeger al respecto de este loable propósito, “Resulta, en efecto, difícil representarse a los héroes de la Ilíada de otro modo que en el campo de batalla y en su figura madura y acabada. Pocos lectores de la Ilíada se formularán la pregunta de cómo aquellos héroes crecieron y se desarrollaron y por qué caminos los habrá conducido la sabiduría de sus mayores y maestros desde los días de su infancia hasta el término de su madurez heroica.” Como siempre en estos casos, cuando no suceden en el ámbito educativo norteamericano ni sus protagonistas son negros o chicanos sino que ocurren delante de nuestras narices, la respuesta inmediata es no dar crédito a lo que ha sucedido. Sin daros cuenta que vuestra fe ciega en el sistema educativo al que estáis adscritos os aleja, a medida que cunde la decepción respecto al mismo, de vuestra propia experiencia. Ciegos y sordos entonces, no veis ni oís lo que la realidad de vuestros alumnos guarda entre sus pliegues más oscuros, no porque alguien, pongamos el ministro de turno, trate denodadamente de esconderlo, sino porque sencillamente no le prestáis la más mínima atención. Un día aparece un alumno muerto, descortésmente desangrado en medio del aula donde el día anterior intentasteis inútilmente hacerles entender a él y a sus compañeros el tema del día, y sin previo aviso aparece el futuro. Y aún así seguís sin comprender que no es otra cosa que la continuación del pasado, y que se ha colado en vuestro presente decepcionado únicamente porque lo ha llamado vuestra propia desidia. Se que nada de esto te lo puedo decir a la cara, por eso lo pongo por escrito. No abandonas la creencia de que el futuro es un asunto de la conciencia colectiva, no individual, y que si desaparece esa abstracción también desparecemos todos los seres concretos. Tratar de juntar algo tan inaprensible como la conciencia colectiva con algo siempre inexistente como el futuro, convirtiendo ese matrimonio en algo indisoluble, es matar, no solo el futuro, sino toda posibilidad de imaginación individual, que es, a mi entender, el fundamento de todo ideal educativo. Imaginar es pensar. Puestos a ello, ¿quienes son los progenitores que están detrás del asesino o los asesinos del instituto de Barcelona? ¿Cual es la sabiduría que han trasmitido a sus vástagos? Sin embargo, lo más desconcertante del asunto, según exponen solventes estudios, añadidos a la noticia del crimen, sobre cuál es lo que más preocupa a los padres actuales de la educación de sus hijos, es que esa preocupación, que es ya ansiedad encubierta, tiene que ver con la seguridad en los centros educativos. No se atreven a manifestar de forma explícita su temor a que sus hijos puedan perder la vida dentro del recinto educativo, pero si dicen, según los mencionados estudios, que han perdido gran parte de la confianza que ellos mismos disfrutaron cuando hace años eran ellos lo alumnos que ocupaban las aulas. Cuando me volviste a llamar fue al día siguiente del luctuoso suceso y lo hicisteis desde el despacho de tu asesoría educativa. Tu voz era inapelable, estabas verdaderamente abatida, aunque no logré saber el por qué si me atenía solo a tus palabras haciendo caso omiso de los titulares informativos que parecían eran lo único realmente existente respecto al crimen. Algo se había roto dentro de ti y esos trozos, por primera vez en tu vida, tenían toda la pinta de buscar una urgente sintonía con los que habían quedado hecho añicos y a la intemperie debido al crimen del día anterior. Tal vez tu desasosiego tenía que ver con que no sabias - cielos santo, por primera vez nos sabias - donde acomodar el encuentro de ambas ruinas. O tal vez, mira por donde, porque ello se había convertido no solo en algo apremiante, sino inaplazable.
lunes, 23 de abril de 2018
EL CONSUMO ES LA GUERRA
Me llamas por teléfono desde tu despacho de la asesoría laboral y me hablas de la batalla en que, dentro de la guerra diaria por la educación publica, te encuentras metida. La denominas “por una bajada de la ratio de alumnos en el aula”. Me doy cuenta, entonces, que cada vez es más habitual escuchar esa expresión, me voy a la guerra o estoy en la guerra, a muchos docentes cuando les preguntan de manera coloquial a donde van o de donde vienen, pongamos, a primera hora de la mañana o a última de la tarde. Al respecto dice Werner Jaeger en su obra Paideia, “El orgullo de la nobleza de la areté, fundado en una larga serie de progenitores ilustres, se halla acompañado del conocimiento de que esta preeminencia sólo puede ser conservada mediante las virtudes por las cuales ha sido conquistada. El nombre de aristoi conviene a un grupo numeroso. Pero, en este grupo, que se levanta por encima de la masa, hay una lucha para aspirar al premio de la areté. La lucha y la victoria son en el concepto caballeresco la verdadera prueba del fuego de la virtud humana. No significan simplemente el vencimiento físico del adversario, sino el mantenimiento de la areté conquistada en el rudo dominio de la naturaleza”. Lo que más se agradece, desde la óptica actual, cuando leemos las epopeyas fundacionales del mundo griego de donde nace el ideal de educación cuya traza vengo siguiendo desde hace unos días, es el grado de responsabilidad que tenían aquellos guerreros en su lucha diaria. No concebían la paz, pero le daban al hecho de la guerra la máxima dignidad. Y su ideal educativo se fundamentaba en mantener en lo más alto la nobleza, areté, que a todo ello le acompañaba, que teñía no solo al héroe sino a toda su familia y a la sociedad a donde pertenecían. Cuando te oigo decirme por teléfono que estás metida en la campaña por una ratio justa de alumnos en el aula, no puedo menos de echarme a reír por no echarme a llorar. La batalla por la enseñanza pública está perdida, al menos si los héroes que la libran en este momento, entre los que te incluyo, seguís empeñados en guerrear en el campo de batalla de siempre. Lo primero que tal vez os hace falta aceptar es que la guerra continúa, por otros medios, si, porque la guerra es parte constitutiva de la naturaleza humana. Como te he dicho, no en balde, aunque en un tono que pretende ser irónico, os oigo quejaros habitualmente sobre aquello de “voy a la guerra”, aunque lo más correcto sería que dijerais, una jornada más que es lo mismo que una batalla más, “me meto en el aula para perder algún día, espero que sea después de mi jubilación, la guerra”. Ahora me parece que queda más claro que el dilema no es guerra o paz, sino tener o no tener un ideal educativo con que llenar el vacío del alma cada mañana cuando os levantáis de la cama. Los antiguos griegos, que eran guerreros por convicción, lo tenían. Los nuevos modernos o pos modernos, creyentes ciegos en el pacifismo de la humanidad, no lo tienen ni se espera que lo lleguen a alcanzar algún día. ¿Cual de los dos ha conseguido dotar de más nobleza a sus existencias? Llamemos a las cosas por su nombre. Los nuevos alumnos son los nuevos guerreros de la nueva forma de guerra, que no es otra que la guerra por el consumo. Las dos destruyen, cuando se practican sin control, el planeta. Cuando acaba la guerra convencional, sin embargo, produce una catarsis que lleva incorporada, sobre las ruinas que deja a su paso, la esperanza y el consuelo de la reconstrucción total. La guerra del consumo, que parece no acabar nunca pues siempre renace en cada temporada con una “nueva” moda, no tiene una relación directa con la muerte, pero ha aniquilado cualquier vestigio que tenga que ver con la experiencia de la esperanza y el consuelo que no sea seguir consumiendo, es decir, seguir comiéndose el planeta. Aún así no deja de ser conmovedor el tesón de algunos guerreros educativos modernos que parecen ponerse detrás del ideal griego de educación cada día y, como Ulises o Aquiles, se cuelan a caballo en el aula a librar su particular batalla contra los indómitos troyanos. Los corresponsales de guerra, siempre hambrientos por traer la última noticia del frente a los hogares de los acomodados consumidores, nos contaban en el escrito de ayer que un profesor había decidido dar clases de futuro a sus alumnos. La noticia no deja de ser pintoresca, pues me recuerda al inventor de este tipo de extravagancias periodísticas, ciudadano Kane, a saber, que la realidad no te impida publicar una buena noticia. El voluntarioso profesor no se ha propuesto enseñar a sus alumnos a ser mortales, que es lo que nos enseña Aquiles cuando abandona el gineceo donde será inmortal, y se embarca en la guerra contra Troya a sabiendas de que allí perderá la vida. No se ha propuesto recuperar ese ideal griego con fondo de guerra y muerte, e implantarlo en la sensibilidad inmortal, consumista y pacifista, de sus alumnos. Esperando a ver qué pasa en ese gineceo moderno que es el consumismo constante y que es donde habitan los alumnos cuando parecen que están en el aula. Como quien planta un árbol en territorio desértico, señor profesor, hay que tener paciencia a que el futuro dé sus frutos, pero haciéndoles saber que pueden morir en el intento aunque tengan quince o diecisiete años. “Esta rivalidad - continúa Jaeger su reflexión anterior -, acuñó como lema de la caballería el verso citado por los educadores de todos los tiempos; αἰὲν ἀριοστεύειν καὶ ὐπείροχον ἒμμεναι ἂλλων, y abandonado por el igualitarismo de la novísma sabiduría pedagógica.” En fin, estarás de acuerdo conmigo a estas alturas de esta incruenta e interminable guerra educativa, que el asunto de las ratios en el aula puede que llegue a ser visto por los contendientes, tanto por los que van a ganar la guerra como por los que ya saben que la han perdido anticipadamente, como una impertinencia. Pues, en el caso de los ganadores, interrumpe la representación en el aula abarrotada del normal aprendizaje de quienes en el futuro han de elaborar y consumir productos cuya factura o naturaleza despierten un vivo o incluso inédito interés de quienes batallen en el campo amplio y variable del consumo, de cuya buena salud dependerá el único anhelo que les queda a los perdedores, llegar a cobrar lo antes posibles sus pensiones.
domingo, 22 de abril de 2018
PASADO, PRESENTE, FUTURO
¿Necesitamos clases de historia o de actualidad? ¿O lo que verdaderamente necesitamos son clases de porvenir? Lo porvenir no hace falta imaginarlo, es una cita fija con la muerte. Lo que no sabemos es cuándo ni dónde ni cómo. ¿Cómo imaginar esas preguntas de lo porvenir? Con los pies en la actualidad y el alma personal proyectada hacia el alma del mundo. ¿En qué lado de la actualidad nos colocamos? ¿Qué momento del pasado nos es más conveniente o propicio para esa convergencia entre almas? ¿Un pasado reciente o un pasado antiguo? Sin olvidar, claro está, que la identidad es siempre individual, aunque se arruina y se encuentra dentro de ámbitos comunes como son la cultura y la educación. Por ello, no volvamos a caer en el error de júntarlo todo - identidad cultural y educativa - en un único destino en lo universal.
sábado, 21 de abril de 2018
¿ENSEÑAR A GOLPE DE OFERTA?
De la profesora C, compañera tuya en el instituto, me dices que es una gran conocedora del mundo antiguo, sobre todo del mundo de los griegos y los romanos. ¿Cómo se puede seducir a un grupo de estudiantes con las peripecias literarias, filosóficas e históricas ocurridas hace más de dos mil años? Enseñar con la intención de agradar al alumno siempre ha sido considerado impropio del verdadero maestro o profesor. Incluso ha llegado a ser interpretado como un agravio de orden moral. Quizá radique en una forzada nostalgia del abandono ideal griego de la educación que inspiró al mundo antiguo - entendida a partir de entonces como un instrumento de imposición del orden moral católico que cogió su relevo (ahora, a su vez, relevado por el orden moral de la ciencia) - de dónde venga la propuesta de seducción cultural y educativa que ofrece el cronista del capitalismo digital, como salida al colosal atasco que en esos ámbitos padecemos quienes vivimos en la parte occidental del planeta. ¿Que te parece a ti como profesor en excelencia? Sin embargo, lo que en un primero momento se llamó economía de la oferta ha acabado por extenderse, urbe et orbi, como única atmósfera saludablemente respirable. De esta manera, el desarrollo cultural y educativo debía buscarse mediante el impulso de condiciones que despertaran la atracción de un mayor número de consumidores de eventos. Fíjate que en este giro, dar e ir a clase han quedado incluidos dentro de este nuevo paradigma. Dar clase e ir a clase no dejan de ser otra cosa, por tanto, que un evento para el profesor y para el alumno. Los éxitos y los fracasos de su papel en cada uno de esos eventos en que coinciden, o no (eso ya no es importante), cada día, no son transitivos ni tienen valor de perdurabilidad, se miden únicamente por su inserción acertada en los titulares de la actualidad. Fue, entonces, cuando la profesora C empezó a notar que dar clase ya no era lo que hasta ese momento había sido. Me dices, que su mundo profesional apareció de repente ante sus ojos como si le hubiera estallado una bomba de procedencia desconocida. Un droner educativo activado a muchos kilómetros fuera del aula. Iba cada día a dar clase vencida, pero sus alumnos, paradójicamente, fueron adquirieron un tono y un ritmo frente al aprendizaje cada vez más afectados por un imprevisto renacer. No tardaron en surgirle a la profesora C las neurosis propias de la profesión, de las que ella, según me cuentas, se creía vacunada de antemano. Básicamente la obsesión neurótica estaba encuadrada, según ella, dentro de dos coordenadas. Una, los alumnos no me escuchan. Dos, mis compañeros, sobre todo los más jóvenes, no me entienden. Sin embargo, lo que ella no era capaz a su vez de entender, y tú tampoco supiste ayudarla desde tu nueva condición de asesora en el centro de recursos educativos, fue que la neurosis no era nueva sino que estaba ahí desde aquellos tiempos antiguos. Al menos desde que el giro educativo a que me he referido logró imponerse sin posibilidades de vuelta atrás. Que los alumnos no escuchen al profesor y que el ambiente docente esté atravesado por todas las pendencias humanas, es algo que no ha variado un ápice desde que el Vaticano cogió el mando del asunto. Llegados hasta aquí sólo le quedaba a la profesora C echarse en manos de la fórmula del evento. ¿Cómo explicar la Odisea o la Iliada como lo hace, pongamos, Brad Pitt en su versión cinematográfica de una de las obras homéricas? Mira que lo hemos discutido veces, pero no fuiste capaz de advertirla, mientras ya muy degradada moralmente estaba haciendo números para tratar de jubilarse anticipadamente, de que le quedaba una salida digna. Volver a explicar la Odisea y la Ilíada como lo hicieron los antiguos griegos. Volver a contar las peripecias literarias, filosóficas e históricas antiguas siguiendo las trazas que definieron al ideal griego de educación, a saber, paideia y mayeútica. Conceptos a los que sorprendentemente, por cierto, no hace alusión el cronista del capitalismo digital en su manifiesto. Dices que el nuevo director del instituto, que por aquel entonces sustituyó al que habían acusado de pederastia (todo un evento en la ciudad, porque el hecho él lo posibilitó y el lo facilitó, siguiendo sus tesis pedagógicas, mediante la conversación entre todos los miembros que forman la comunidad educativa del instituto), se habría opuesto de inmediato, justamente por ir en la dirección opuesta a lo que él proponía como mejor hoja de ruta en la nueva singladura del instituto. De lo que se trata, dijo el nuevo director en la rueda de prensa que dio, posterior a la asamblea general del instituto, es de no darle la espalda a la actualidad, sino de mirarla cara a cara, pues es lo único que tenemos y de dónde viene lo único que nos pasa. No obstante, lo que yo leí en la prensa escrita local distaba mucho de lo que el señor director del instituto entiende por actualidad. Allí la tinta se volcó en subrayar la doble vida del antiguo director, la única línea con claridad (aunque todo el mundo lleva otras vidas, a parte de la convencional) de todos los artículos y reportajes que publicaron. Todos los demás párrafos fueron un cúmulo de palabras escritas con la única intención de meter el desgraciado acontecimiento, y a su protagonista, en los rincones y hondonadas donde habita el diablo. Después de largas y pesadas gestiones burocráticas, modificadas según la cambiante actualidad legal respecto a situaciones como la suya, la profesora C. consiguió jubilarse anticipadamente sin saber a ciencia cierta cuál de las dos, si la rabiosa actualidad o la añosa antigüedad, la había hecho abandonar el aula contra su voluntad.
jueves, 19 de abril de 2018
¿PUEDEN ENSEÑAR LOS COBARDES?
Uno de los observadores más prestigiosos del capitalismo en su etapa digital ha propuesto la fórmula de la seducción cultural y educativa para romper - bueno, ha dicho disolver - el nudo de la cadena trófica a la se encuentra cada vez más atada la estupidez humana - bueno, ha dicho el futuro inmediato de la humanidad - que va desde la guardería hasta los consejos de los diferentes gobiernos públicos de todo tipo o los consejos de administración de las empresas privadas, pasando por las diferentes formas de socialización que en los últimos decenios han ido inventando las nuevas sensibilidades humanas. Lo traigo a colación en este escrito, porque me da que tiene que ver con lo que te decía ayer sobre mis anfitriones docentes en el comedor escolar. Fíjate que el observador de marras ha vinculado con astucia la palabra seducción a las de cultura y educación. Y eso es justamente, ahora lo veo más claro, lo que pretenden los docentes de los que vengo hablando, seducir y ser seducidos entre ellos y a los alumnos, aprovechando la disculpa de la educación reglada y obligatoria. Con este giro el mundo de la cultura y la educación se adaptan al nuevo estilo de los tiempos digitales, vendría a decir el cronista, aunque ya Jung los diagnosticó, antes de que fuera imposible imaginar un ordenador, como los tiempos de la psicología sin alma. Muchos años después de lo que pronosticó el pensador suizo, cabe entender o traducir en positivo, y a eso supongo que se refiere el perspicaz observador de nuestro capitalista, lo de la psicología sin alma como la psicología del cuerpo, entronizándola de paso como la única y verdadera psicología. Pues la seducción con el cuerpo y entre los cuerpos si encaja en la horizontalidad dominante que se va instalando en las aulas, en las que lo importante no es que el alumno aprenda - palabra que evoca sin que ello deba ser entendido de forma literal, la jerarquía, el esfuerzo, la sangre, el sudor, las lágrimas y, en última instancia evoca, esencialmente, el alma o el valor espiritual al que ayer me refería - sino que el alumno sea, ahora sí, literalmente feliz. ¿Pueden enseñar los cobardes? O dicho, de otra manera, ¿pueden enseñar los que han dejado de amar el aprendizaje del alma como auténtico ideal de toda educación verdadera? Nadie está libre de no hacerse valer porque no lo hayan querido sus padres. Pero tu sabes que el amor redime y es más valioso que la cobardía. Con todo, lo peor es que ésta no los lleve a dimitir, pues aman la nómina y el tiempo libre que les proporciona su trabajo con la misma pasión que los convierte en unos cobardes? Pudiera parecer que te estoy llamando medroso, u oportunista, que te estoy afeando que no hubieras aguantado en el aula, el espacio natural de la imaginación que necesita cualquier trabajo docente, las feroces embestidas de los nuevos inquisidores. Pudiera parecer que estoy oponiendo tu abandono del alma a la entrega de un hedonismo corporal, como si se tratara de un necesario choque de trenes en el carril indiscutible de la Historia. Nada más lejos de mi intención. Bien es verdad que esta forma de hablar que acompaña a lo que te vengo proponiendo es propia de un mundo que ya no existe, devastado por dos guerras mundiales y su secuela de barbaridades inconmensurables. Sin embargo, como dice Werner Jaeger, “... la Acrópolis del espíritu griego se alza como un símbolo de fe sobre el valle de muerte y destrucción que por segunda vez en la misma generación atraviesa la humanidad doliente. En este libro esa fe de un humanista se ha convertido en contemplación histórica. Observa el gradual desarrollo del ideal cultural griego, que es la raíz de todo humanismo”. Es verdad que lo que hoy en día solo existe lo que se ve, que es lo que nuestros padres y abuelos levantaron sobre las ruinas de aquel mundo desaparecido, y que ese escenario fantasmagórico es desde donde parte y a lo que se atiene el observador del capitalismo digital cuando hace su propuesta de seducción educativa y cultural. Pero hay algo si no del todo peligroso si perfectamente estéril - al menos así me lo parece aupado imaginativamente sobre las ruinas vivificantes de la Acrópolis ateniense, desde donde siguiendo a Jaeger pienso el giro educativo y cultural del nuevo destino del continente europeo - en su iniciativa de conseguir un mas dilatado mundo de consumo y prosperidad educativa y cultural, mediante la búsqueda del agrado de padres y alumnos en el aula, que se transforman en público cuando la abandonan y se entregan al calendario de los eventos donde todo esa seducción se encarna. Bien es verdad también que nuestro seductor cronista desvincula toda esta transformación que imagina, al menos en lo que respecta al ámbito de la cultura, de las subvenciones o canonjías públicas. Lo cual no puedo dejar de verlo como una oportunidad de conversación entre ruinas, a saber, entre las ruinas invisible y mudas desde las que él propone un idea del futuro educativo y cultural europeo, y las ruinas evidentes desde las que un pasado antiguo y más vivo que nunca lo escuchan.
miércoles, 18 de abril de 2018
VIGOR ESPIRITUAL
Cuando al medio día iba a picar algo al comedor escolar era frecuente encontrarme a casi todo el claustro de la escuela pública del municipio haciendo lo mismo que iba a hacer yo. Estaban sentados alrededor de una mesa larga, en cuanto me venía entrar rápidamente se apretaban unos con otros, y entre sonrisas y parabienes me hacían un hueco donde parecía no poder haberlo. Al principio, toda ese despliegue de cortesía me pareció que tenía que ver con, digamos, el alma de la propia institución educativa. Pensaba que era algo sustancial, que iba más allá de las apariencias a que nos obligan habitualmente las normas cívicas de convivencia. Llegue a pensar, incluso, que los alumnos los estaban educando a imagen y semejanza de cómo ellos se comportaban conmigo. Fue más tarde, cuando me contaste tu propia experiencia, cuando me di cuenta de lo que aquella bondad extrema significaba y de su verdadero alcance. Aquella reunión gastronómica de profesores y profesoras no era otra cosa que el intervalo de una jornada laboral como cualquier otra. Por allí no había más vigor espiritual, para entendernos, que el que puede tener C. C. Baxter en la película de “El Apartamento” de Billy Wilder, da igual la cantidad de veces que haya visto la película, ese hombre me parece el logro más acabado de eso que pomposamente algunos llaman la modernidad urbana. Todo lo que le excede a Baxter es un intervalo en ese océano de aburrimiento. Desde el primer día que comí entre aquellos docentes me sorprendió que no hablaran de asuntos relacionados con su trabajo. Uno de los lugares comunes que siempre experimento con algunos de mis amigos docentes es que, cuando se juntan dos o tres de la profesión, todo gira alrededor de las calamidades que experimentan con los alumnos o entre sus propios compañeros. Sin embargo, los profesores a los que acompañaba en el momento de la comida del medio día hablaban de todo menos de ese malestar que en la mayoría de los casos ya se ha hecho crónico. Hablaban de todo lo que tuviera que ver con las necesidades materiales del trabajo, pero nada de como ello les afectaba diariamente. Eso que Jaeger denomina vigor o fuerza espiritual, que era tan propio de la Paideia griega, y cuya ausencia o insatisfacción era lo que más les dolía a aquellos antepasados nuestros. Sin embargo, no es que esa ausencia fuera, sino que nada de lo que alrededor de que aquella mesa se decía me hacia presuponer que pudiera existir sin ser visible. Un día, que fue imposible que me hicieran un hueco, pues se habían quedado a comer más profesores de los habituales, me pregunté mientras comía en un rincón de la cocina, ¿es que yo, como no soy del gremio, me había perdido algo que explicarael giro que creía se había producido? Pues así lo percibía normalmente desde mi asiento mientras daba cuenta de lo que me habían servido en el plato. Y he de reconocer que esta inmejorable atalaya era responsable de que prestara mi atención con más ahínco a las palabras que se intercambiaban mis amables anfitriones. ¿Cómo es posible que la decepción profesional les permitía hablar de recetas de cocina, intercaladas con cuitas domésticas escolares, por poner uno de los temas más recurrentes, que sirva de ejemplo al mismo tiempo de lo que daba de si su estilo? En ese momento era cuando yo me encogía y concentraba mi mirada en lo que estaba comiendo, ya que se apoderaba de mi un temor inesperado de que pudieran recabar mi atención sobre el arte de cocinar, mediante la fórmula ya sabida de tratar de averiguar cuáles eran mis habilidades entre fogones. Al principio disculpaba a mis contertulios eventuales pensando para mi que la de docente, como todas las profesiones, tiene derecho a sus ratos de asueto. Lo que ocurría era que cuando volvía al trajín diario de la biblioteca donde trabajaba, y oía hablar a los lectores adultos, y a los que no lo eran tanto, no podía por menos de asociarlo con esos momentos de relajo que aparentemente disfrutaban aquellos docentes. Esta afición que tenemos a generalizar cuando nos referimos a lo que nos afecta de manera particular, me parece una manera de escurrir el bulto de nuestra ignorancia o nuestra incompetencia respecto a lo que nos pasa. Al final me di cuenta que lo que les pasaba, a quienes me aceptaban en su mesa, era que habían dejado de ser maestros en el sentido noble de la palabra, y se habían convertido, sin ellos mismos darse cuenta pues sus nóminas permanecían intactas, en monitores de día y entre semana, para distinguirse de los que hacían labores de monitoraje por las tardes-noche y los fines de semana. Por fuera, sin embargo, para estar a la altura de la nómina inmutable al final de mes, quieren seguir siendo maestros o profesores, pero en su mundo interior ha desaparecido todo vestigio del vigor espiritual que hizo de esta profesión de enseñar al que no sabe, uno de los fundamentos más sólidos en que ha basado la especie humana su esperanza de perduración civilizada sobre la tierra.
martes, 17 de abril de 2018
DECEPCIÓN INSUPERABLE
Camina por el mundo finito como si todos los caminos fueran infinitos. Se lo dije medio en broma medio en serio, de la misma manera que uno dice algo sobre lo que no sabe que decir, o no sabe como decirlo, ante lo que presiente como un mundo devastado. Efectivamente, minutos antes me había confesado su insuperable malestar - dijo malestar, aunque su rostro trasmitía desesperación - por el fracaso de la enseñanza pública, mejor dicho con palabras que no dijo, por el fracaso de el mismo como docente de la enseñanza pública. Recomponer una de esas vidas dedicadas en cuerpo y alma al fomento y extension de la escuela para todos los demás es una tarea apasionante. Vieja herencia griega. Lo que más me conmueve, y me irrita al mismo tiempo, es que son vidas que no han conocido otra actividad laboral que levantarse cada mañana y dirigirse al encuentro con sus alumnos en el aula. Podría decir, sin riesgo a equivocarme demasiado, que formas parte de la última generación que tuvo un ideal educativo en su cabeza. La escena la he presenciado, o me la han contado, en innumerables ocasiones aunque con diferente atrezzo en los últimos cuarenta años. En todas aparecen un grupo de entusiastas docentes a punto de perder su entusiasmo, donde parece que esa reunión ha sido organizada justo para no llegar a ese extremo. Y esta amenaza de derrumbe de un ideal educativo que nace en un momento histórico impropio para tener ideales fijos, que permitan fundir la paideia y la mayeútica del mundo antiguo con las necesidades e intereses del mundo actual, atenaza el ánimo de los protagonistas de esas escenas recurrentes. Sencillamente no saben nada que hacer a parte de enfadarse ante su injusto destino. Hasta tal punto es así que únicamente con el paso de los años, y ante la evidencia de una jubilación anticipada, he creído detectar en los protagonistas de estas reuniones o encuentros de docentes una cierta alegría en su forma de vivir profesional. Parece que tener a la mano el final de su particular calvario, alienta en su ánimo una revitalización del ideal educativo que saben totalmente arrasado. Com dice Werner Jaeger, “Históricamente no es posible discutir que desde el momento en que los griegos situaron el problema de la individualidad en lo más alto de su desenvolvimiento filosófico comenzó la historia de la personalidad europea. Roma y el cristianismo actuaron sobre ella”. La pregunta no admite demora, ¿como es que con esos gloriosos antecedentes la personalidad europea de la época digital no sea el de su máximo esplendor, sino el del principio de su acabamiento? De lo que se trata, a mi entender, le dije, es saber donde ha arrinconado la época digital, donde habéis arrinconado, el espíritu que le es propio, y que tan grande hizo el suyo al ideal griego, en una época menos propicia para este tipo de refinamientos. En lugar de juntaros entre vosotros para lameros las heridas de vuestras decepciones, ¿por qué no os abrís al mundo? Te lo dije así de sopetón y todavía me acuerdo del enfado que te produjo. Ser docente parece que para vosotros significa únicamente saber moveros dentro del aula, sin tener que necesitar ayuda externa, aunque en el caso de que esto sea necesario siempre está a disposición de cualquier damnificado el centro de recursos pedagógicos o, en su defecto, la baja por depresión. Dos de los inventos más refinados que ha inventado el sistema para proteger vuestro victimismo profesional, que es de momento la respuesta más acabada que habéis producido para responder a aquella pregunta sobre la localización del espíritu que anima el ideal educativo en la época digital en un continente como el europeo, libre afortunadamente de guerras y otras calamidades que sí asolaron a la época griega. Continúa Jaeger, “La espontánea vivacidad, ágil movilidad e íntima libertad, que parecen haber sido la condición para el rápido desenvolvimiento de aquel pueblo en una riqueza inagotable de formas que nos sorprende y nos admira al contacto con todo escritor griego desde los tiempos primitivos hasta los más modernos, no tienen su raíz en el cultivo de la subjetividad, como en los tiempos modernos, sino que pertenecen a su naturaleza.” Tal vez radique ahí el abismo que os separa de vuestros antepasados, fundadores de la paideia, lo cual da también una dimensión cabal de los vértigos que acompañan a vuestras decepciones educativas. ¿O es que la seducción educativa y cultural es el sustituto de la paideia griega en la época digital y los docentes no os habéis enterado? Si fuera así, ¿tiene cabida esta seducción cultural en el mundo de los 3D? A saber, entre ciudadanos desconocidos, distantes y diferentes que quieran formar comunidad a partir de las coordenadas de su atractivo individual. ¿Esa es la naturaleza del ideal espiritual de los tiempos actuales? Solo queda, pues, el tratar de convenceros de que se puede crear una Escuela para uno mismo, creando ahí dentro un alfabeto propicio que de alas a las maneras de expresión más pertinentes para hacerse cargo del tercer acto de vuestras vidas, sin que medie ese espantajo de la jubilación o la baja por depresión.
lunes, 16 de abril de 2018
LOS MONSTRUOS QUE VIENEN
Contestando con otra pregunta a la pregunta final del escrito anterior, ¿será la ausencia de toda nobleza el tipo de nobleza que le es propio y, sobre todo, propicio a estos inicios de la época digital en la que hemos entrado? Una de las escenas que te sacaban de quicio, antes de decidir abandonar el aula, era la de los saludos del comienzo del día cuando coincidías con tus jóvenes compañeros bien en el aparcamiento del coche bien en el vestíbulo del instituto. Exactamente no lo calificabas de falta de nobleza, sino más bien de la falta de tensión necesaria que demanda la labor docente de cada día. Una tensión que no tiene nada que ver con la que nos inocula el histerismo del ambiente en el que vivimos, me dices mientras señalas nerviosamente el cielo con las dos manos, sino con el desnivel que debe existir entre quienes se introducen, y se exponen mutuamente, en el camino del aprendizaje. Lo que atañe más aún, si cabe, al profesor que a los alumnos, pues es él que verdaderamente sabe antes que aquellos, como dijo Sócrates, que no sabe nada. La nobleza constante que esta horizontalidad de matriz antigua lleva en sus entrañas, sin embargo, ha llegado hasta nuestra sociedad digital totalmente desdibujada hasta ser prácticamente inexistente, debido, a mi entender, al alto contenido de cinismo que la infecta por parte de quienes la manosean. Frente a tu actitud que es decididamente de enfrentamiento contra un sistema que, a tu entender, ha dejado de interesarse por el aspecto público de la enseñanza, yo pienso que tiene que ver más con la decisión y la voluntad de volver a casa. A la casa matriz de la educación y del aprendizaje que es donde sigue existiendo, como decía, la nobleza de esta labor tan propia y tan irrenunciable de nuestra honorable especie humana. Verdaderamente pienso que hemos llegado a este callejón sin salida, en el que por cierto muchos de los compañeros que te saludan a primera hora de la mañana creen estar a punto de tocar con las manos el reino de los cielos educativos, a base de traicionar, una y otra vez, el ideal del ser humano de acuerdo a un tipo de naturaleza fijo de su formación. El cual tiene su mejor justificación para garantizar se “inmovilidad perenne”, ante el hecho del paso inevitable de las sucesivas generaciones, en la forma de aprender socrática. Aprovechando el indiscutible prestigio que da y tiene la horizontalidad del aprendizaje socrático en estos asuntos, una empresa de software norteamericana - no tengo conocimiento que el acontecimiento forme parte del diseño curricular de ningún plan de estudios estatal o continental - lanzó a uno de sus más prestigiosos predicadores a publicitar sus productos por el mundo de la mano del sabio griego. Y lo hizo con ese impecable estilo del que hacen gala los más conspicuos vendedores de humo, a saber, apoyándose en las más sólidas y canónicas teorías filosóficas. Como si vendieran con semejante arquitectura el más común de los anhelos. Durante la mayor parte de su clase magistral, porque paradójicamente estas apariciones públicas siempre son magistrales aunque no sea esa la imagen que quieran dar, la dedicó el buen predicador a tejer su red de pesca con las mejores alabanza del genio filosófico que tenían los pensadores antiguos. Ese es su más luminoso legado y nuestra más valiosa de las herencias, dijo en un momento para crear un clímax que se pareciera a los del teatro clásico. A continuación, ya más en particular, puso el énfasis sobre la importancia que tenía que los nuevos profesores se confundieran con los alumnos en el proceso de aprendizaje. De tal manera que la preeminencia habitual que el profesor tenía sobre sus alumnos en la educación tradicional, se convirtiera en un presencia más bien ausente. Con ello se conseguía que los alumnos no fueran interrumpidos en el desarrollo de sus ocurrencias creativas, que son continuas y variopintas en los primeros años de la infancia. La horizontalidad del modelo de la empresa norteamericana es indiscutible, pero se diferencia de lo que proponía Sócrates en el desnivel que debe existir siempre entre lo que se quiere aprender y desde donde se aprende, para que el esfuerzo por superarlo tenga algún tipo de beneficio para quienes participan comúnmente en el empeño, tanto sean alumnos como profesores, pues nadie se libra de ello. A punto de acabar su aparición magistral, el predicador en cuestión desveló que las empresas de software de juegos digitales están demandando de forma insistente creadores de contenidos de estos juegos. Y los más competitivos son, al parecer, aquellos diseñadores cuya chispa infantil no ha sido nunca molestada por alguna de las muchas impertinencias adultas a las que se ven sometidos los niños a medida que van creciendo, hasta perderla. Lo que estas empresas piden son tipos que lleguen a los veinte años, por tanto, con la chispa infantil refulgiendo en perfecto estado en su recién estrenado cerebro adulto. Es, según ellos, la condición idónea para producir, tanto en calidad como en cantidad, los juegos digitales que cada vez demanda con más ahínco e impaciencia el mercado de todas las edades. Tú crees que la vieja racionalidad, violenta e impositiva, encarnada en la nueva horizontalidad, hecha sin estridencias ni violencias, ¿produce igualmente sus monstruos?
viernes, 13 de abril de 2018
NOBLEZA, ¿QUÉ NOBLEZA?
Dice Jaeger, “no es posible imaginar una educación y formación consciente fuera de la clase privilegiada. La educación, considerada como la formación de la personalidad humana mediante el consejo constante y la dirección espiritual, es una característica típica de la nobleza de todos los tiempos y pueblos.” Tengo para mi que cuando dejaste el aula lo hiciste porque ya no era posible llevar a cabo el espíritu que infunde a las palabras del pensador alemán. Sin darte cuenta, quizá, que esa decisión te alejaba a ti también de la nobleza educativa que debe llegar en todos los tiempos y a todos los pueblos, que esas mismas palabras propugnan. Fuera de su influencia te entregaste a la defensa sindical de la educación pública, algo que nadie te había pedido ni creo que sea donde tu debes estar. Pues confundes, como casi todos los del gremio de enseñantes, lo público con lo popular. Por esa puerta falsa se ha colgado, o habéis dejado colar, el pedagogismo de mano de hierro cubierta con guante de seda, que se ha apropiado del hueco que vais dejando. Dicho de otra manera, habéis consentido que el diablo se apropie de la nobleza de la educación. El pastel de la enseñanza y el aprendizaje siempre ha sido un manjar muy apetecible por, como dicen los expertos, es el único que ha visto a Dios, lo que le ha costado el ostracismo y la marginación durante siglos. Pero ahora, ante la falta de carácter de los defensores de esa nobleza, cree que está en condiciones de volver. Una educación laica y popular, interpretada en su estricta literalidad es la manera más rápida de entregarle en bandeja de plata lo que siempre ha rebañado en los basureros de la historia. Cuando las autoridades educativas del distrito donde vivo emitieron en su día un bando, que pegaron en muchas de las paredes y tablones de anuncios, invitando a los padres de los niños a que se sumaran a la nueva campaña de alfabetización que estaban poniendo en marcha, nada más leerlo, en un tablón de anuncios cercano al kiosko donde compro cada día el periódico, me di cuenta de que el tono del escrito me evocaba las antiguas campañas de desratización que, de vez en cuando, organizaba el antiguo régimen. Transmitía con sus palabras, escritas con una caligrafía un tanto campanuda para ser un documento oficial, una alarma respecto a algo inquietante en tanto en cuanto, sin decirlo expresamente, no tenían la solución. De ahí, deduzco, que la llamada de atención a toda la población tuviera, sin embargo, no pocas dosis de honestidad oculta tras el formato propagandístico. Cuando te pregunté el porqué de semejante algaravía me dijiste de forma escueta que las autoridades del distrito se han dado cuenta de que los índices de lectura han descendido de forma alarmante. Tu misma no me hablaste de pérdida de nobleza en la acción educativa, lo cual me desconcertó bastante, sino simplemente todo era cuestión de que el distrito no cumplía la ratio de lectura que marcaban en esos momentos las directrices del ministerio de educación. Continúa Jaeger, “Aquí la educación se convierte por primera vez en formación, es decir, en modelación del hombre completo de acuerdo con un tipo fijo. La importancia de un tipo de esta naturaleza para la formación del hombre estuvo siempre presente en la mente de los griegos. En toda cultura noble juega esta idea un papel decisivo, lo mismo si se trata del καλός κἀγαϑός de los griegos, que de la cortesía de la Edad Media caballeresca, que de la fisonomía social del siglo XVIII tal como nos la ofrecen los retratos convencionales de la época.” Y yo te pregunto, ¿cuál es ese tipo fijo de noble naturaleza para una sociedad democrática como la nuestra en los inicios de su época digital?
jueves, 12 de abril de 2018
NUEVO PEDAGOGISMO
Cuando hablas de enseñanza y aprendizaje pienso que te refieres a nobleza y distancia, aunque luego te guste rodearte con la bandera de lo público y el igualitarismo. Te gusta el estrado, aunque no dejes de dar vueltas entre las mesas de los alumnos o los acompañes a la discoteca en los viajes de fin de curso. Le das mucha importancia a la herencia de los contenidos que has recibido de tus mayores, más en concreto de tu padre, lo que te hace mostrarte tremendamente celosa de la forma de trasmitirlos. La mayoría de tus colegas, con los que he hablado, se han bajado del estrado pero no han abrazado los métodos del nuevo pedagogismo. No pintamos nada, se quejan amargamente. Aunque detectó una creciente satisfacción en su fingida amargura. Ven en ella, aprovechando las condiciones ventajosas de ser funcionarios públicos, un impulso para abandonar la desolación que les ha acabado produciendo su profesión. Les oigo decir con frecuencia, para lo que me queda en este convento me cago dentro. Me dirás, pienso que con razón, que ahí se llega una vez que se ha perdido la nobleza que tiene esta profesión. Es verdad que atacan nuevos tiempos para todos, aunque también lo es que a cada uno lo atacan de manera diferente. Lo que ocurre, a mi entender, es que tú con la obcecación por mantener la nobleza de la profesión y los otros con la de abandonar el barco antes de que todo se hunda, habéis dejado en manos de quienes comandan el ataque de los nuevos tiempos los asuntos educativos de la polis actual. ¿No piensas que hay demasiada fantasía en tu nobleza y un exceso de amargura cínica en la huida de los otros? Los atacantes de los nuevos tiempo ven herrumbre en tu nobleza y cobardía en los fugados. ¿Ven la nueva polis como un escaparate donde tengan cabida todas las oportunidades? Sea como fuere, esa exposición de los nuevos alumnos a todo lo que puedan alcanzar mediante el uso exclusivo de su voluntad y sin intromisiones de su memoria, es prioritario en su ideal educativo a la exposición temprana ante la influencia del lenguaje, que es lo que nos es propio como seres hablantes. Cuando dejo de hablar contigo y escucho a los atacantes de los nuevos tiempos, te veo encerrada en una fortaleza medieval dándole vueltas a los apuntes de tu nobleza y tratando de buscar alguna explicación entre sus líneas que justifique tu encierro y aislamiento. El caso es que los atacantes de la nueva era presentan en sus ademanes un alto grado de civilización e incluso, me atrevería a decir, que tratan de persuadir a quienes se acercan a escucharlos que son los portadores de una manera insuperable de humanidad en su métodos. El otro día, sin ir más lejos, presencié una escena en el centro de la ciudad que ejemplifica esto que te digo. Una nueva pedagogista, con el micrófono inalámbrico convenientemente ajustado a la cabeza para que quedara enfrente de su boca, iba hablando a sus alumnos sobre lo que estaban haciendo, que, si mal no recuerdo, era contemplar y dibujar un edificio de estructura arquitectónica significativa, a un ritmo y con un tono, por decirlo así, más propio de una guía turística que los que tú y yo estamos convencidos deben ser los de una maestra o profesora clásica. Y, sin embargo, a los que presenciaban la escena o perfomance les era difícil sustraerse, tal y como lo delataban sus rostros, a la idea de que aquello tenía sentido y merecimiento suficiente para seguir instalados en el lugar que habían decidido ocupar en la nueva ciudad educadora, tal y como a los atacantes de la nueva era les gusta llamar a polis actual. De todo ello era responsable la manera de mover su cuerpo, digamos, la nueva pedagogista, que se asemejaba más al de una bailarina, con su atención escrupulosa a mantener el equilibro con sus cabriolas mediante el apoyo consciente de los brazos y las piernas. Antes que un domino cuidado y escrupuloso del lenguaje y, por tanto, de las palabras a las que quería se debían enfrentar sus alumnos, lo que la bailarina pedagogista pretendía era trasmitirles la lección mediante el lenguaje no verbal. Dirás desde tu fortaleza que la enseñanza no se inventó para hacer felices a los alumnos, sino para que aprendan cual es su lugar en el mundo. No hay pérdida de humanidad, diría yo, sino un exceso de fantasía o, mejor dicho, de falta de contención al meterse en esos jardines de los que, como desean que se asemejan al paraíso, luego les cuesta muchas encontrar la salida, o, sabiéndolo, lo que les escasean son las fuerzas necesarias para iniciar el camino de vuelta al mundo de carne y hueso. ¿Esa conducta se corresponde con su forma de vida? ¿Esa forma de vida es transmisible, como tú añoras tanto, de padres a hijos? ¿En que medida y cómo? Todas estas interrogantes quedan en una especie de limbo dorado en el nuevo estilo de vida que propugna los nuevos pedagogistas de la época educativa que se avecina, y, por tanto, es imposible discernirlo. Lo cual no deja de producirte la inquietud que me confiesas.
miércoles, 11 de abril de 2018
GURÚS EDUCATIVOS
La primera vez que me di cuenta de que la educación pública había entrado en un callejón de difícil, por no decir de imposible, salida o vuelta atrás, fue el día en el que el director de la escuela primaria donde yo hacía unas practicas de bibliotecario escolar me dijo, ante mi propuesta de organizar un club de lectura infantil, que no hacía falta, pues desde el centro de recursos pedagógicos les iban a enviar a un par de expertos en estos asuntos de estimular el hábito de la lectura entre los alumnos de la escuela.
martes, 10 de abril de 2018
ARETÉ 2
Vestirse cada mañana antes de salir de casa o rezar una oración que no tiene que ser de la religión que uno profesa, son de los pocos gestos cotidianos que se nos permiten y que nos reconcilian con nuestra individualidad. No así lo que haces al entrar en el aula del instituto, donde impartes clase de literatura española a jóvenes de dieciséis años. Con eso lo que haces es cumplir con el protocolo que te impone el sistema al que laboralmente perteneces. No has encontrado todavía el gesto o el hecho que tumbe al sistema al que perteneces. Sencillamente porque no crees que eso sea posible. Te cuesta mucho abandonar el estrado, ese desnivel mental mediante el que te aúpas por encima de tus alumnos nada más entrar el aula. Es la soberbia del sistema que acaba siendo la tuya. ¿O es al revés? Si un gesto como el de la soberbia mantiene en pie al sistema, ¿por qué no otro como el de la humildad puede igualmente hacerlo saltar por los aires? No la humildad entendida como sumisión o derrota, sino como principio fundacional de todo aprendizaje. Quien se propone enseñar es el primero que reconoce y se expone ante su ignorancia. El caso es que siendo buen lector como eres - pienso que no me equivoqué cuando te invité a participar en el club de lectura que coordinaba en la biblioteca del barrio -, pues aceptas con naturalidad que la voz del narrador es la que manda, por decirlo así, en el relato desde la primera página a la última, sin embargo una vez fuera te olvidas - a pesar de que lo hemos comentado un sin fin de veces dentro del ámbito de la conversación literaria del club de lectura - de que antes de que existiera la Historia como Sistema y como Destino, es decir, “Los antiguos tenían la convicción de que la educación y la cultura no constituyen un arte formal o una teoría abstracta, distintos de la estructura histórica objetiva de la vida espiritual de una nación. Esos valores tomaban cuerpo, según ellos, en la literatura, que es la expresión real de toda cultura superior”. Esa metamorfosis es algo que me desconcierta. He llegado a pensar que es una manera de ocultar una pérdida irreparable, a saber, que “toda educación es el producto de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana, lo mismo si se trata de la familia, de una clase social o de una profesión, que de una asociación más amplia, como una estirpe o un estado.” Una vitalidad que no tiene nada que ver con la indignación que pones encima de tus palabras. Unas palabras no se ocultan, pero su fuerza vital no apunta a la comunidad humana que las espera. Como si estuvieran hartas de donde provienen y la intención que las impulsa hacia afuera.
lunes, 9 de abril de 2018
ARETÉ
¿Piensas que el pensamiento educativo democrático puede aspirar a la excelencia aristocrática que propugna la Areté griega? ¿Sin esa excelencia se le puede llamar pensamiento? Entonces, ¿hemos de aceptar que la prosperidad educativa democrática únicamente se puede imaginar desde la media, ni muy por lo alto ni muy por lo bajo, de sus protagonistas habituales, alumnos, padres y profesores? De otra manera, ¿piensas que aspirar a la excelencia en una sociedad democrática perfectamente alfabetizada e informada es una impertinencia? Te hago esta batería de preguntas porque eres de esos profesores al que todavía se le puede hablar así, sin que se indigne o manifieste su absoluta indiferencia como única respuesta. Repites con frecuencia que no eres de esos que se quejan de que en cierta medida, sin que sean capaces de precisar el alcance de tales dimensiones, la educación que han recibido les ha perjudicado. No dicen las dimensiones pero si señalan a los responsables, prioritariamente alguno de sus progenitores y un par o tres de profesores que anularon parte del entusiasmo por el aprendizaje, que de una forma más o menos secreta fue apareciendo, como aparece en todos los niños, antes de que se lo eliminen. Muy al contrario, tu siempre te has mostrado orgulloso de haber nacido en la familia que te tocó en suerte y, dentro de ella, la figura de tu padre ocupa el papel más relevante e insustituible de lo que fue tu buena educación. Pues de eso no tienes la menor duda, has recibido lo que en términos griegos se denomina, como dice Werner Jaeger, “la plenitud de la areté, aquella unidad suprema de todas las excelencias”, cuya verdadera perfección solo puede darse en las almas selectas. No veas sorna o cinismo en mis palabras, ya que pienso que son las que mejor le corresponden a tu actitud ante lo educativo y el aprendizaje en un mundo como el que nos ha tocado vivir, en el que dices que ya no tiene cabida. Sin embargo, por eso las traigo a colación de la mano del erudito alemán, pues coincidirás conmigo que son las únicas que pueden indicar la salida del colosal atolladero donde ha caído eso que sea el destino de la educación y el aprendizaje, digámoslo así, en el continente europeo. Son palabras que forman parte del núcleo primordial del mundo que hemos heredado, lo cual no quiere decir que las podamos leer de frente o literalmente. Y pienso que eso es lo que hiciste cuando abandonaste el instituto. Leer las palabras de la excelencia educativa cara cara, como retándolas, porque, a tu entender, habían dejado de hacerte caso. O leerlas de tal manera que te ayudaran a auparte en tu soberbia, tal y como entendemos hoy este sentimiento y no como la entendía el ideal griego de educación, a saber, “El honor es el premio de la areté; es el tributo pagado a la destreza. La soberbia resulta, así, la sublimación de la areté. Pero de ello resulta también que la soberbia y la magnanimidad es lo más difícil para el hombre.” La soberbia está al final, en todo caso, de un largo camino de humildad. Y, sin embargo, desde el momento en que se desató la crisis en el instituto con la llegada del nuevo director, tú te arropaste, como si lo hicieras con una bandera, con ese lado turbio de tu carácter, la mejor manera que encontraste de resistir frente a lo que considerabas intolerable, es decir, que no pudieras continuar con la tradición educativa de tu padre. El fulgor de esas palabras heredadas perdieron brillo e, incluso, se llenaron de migre y grasa respecto a toda su fuerza expresiva de transmisión de lo que debía prevalecer siempre. Todo a cambio de que tú las pudiese manejar mejor como arma arrojadiza contra la fatua presencia y acción de ese director, que os habían impuesto al frente del instituto. De repente, no podías aguantar más, ni siquiera lo que más aprecias y valoras en tu vida, la memoria educativa de tu padre. Un acto de soberbia sin un ápice de excelencia. Las palabras gordas y de frente ocuparon el lugar de la oblicuidad del lenguaje, que durante toda tu vida profesional hasta ese momento habías considerado como la cualidad más adecuada de la comunicación humana, base ineludible de todo aprendizaje educativo que aspire a la areté. Desalojada ya de ese lugar oblicuo del lenguaje donde, como te he dicho, la visión frontal es completamente imposible, y que era desde donde habías impartido admirablemente tus clases, todo lo que hiciste a continuación fue dedicarte a encontrar un sitio que te abasteciera, precisamente, de la visión contraria al ideal educativo que habías practicado. ¿Piensas que podía haber sido de otra manera? Rompiste, no creo que del todo consciente, esa unidad, de la que habla Jaeger en su libro, entre el pensamiento del ideal educativo, que es perdurable, y su desarrollo en los sucesos históricos a los que necesariamente se ha de enfrentar. Traicionando, así, la herencia que te había dejado tu padre, al no ser capaz de encontrar la mejor forma de su despliegue en las condiciones históricas actuales, inéditas en dos aspectos fundamentales. Por un lado, una población perfectamente alfabetizada e informada y, por otro, dando una dimensión cabal de lo que eso está significando en la historia de la humanidad, una población perfectamente desencantada del mundo en el que vive, que es el mejor mundo en términos materiales que haya disfrutado el ser humano desde que posó su mirada de asombro sobre lo que le rodeaba. Si tu padre levantara la cabeza...
sábado, 7 de abril de 2018
SOMBRAS DI-VERSAS
Adjunto el libro que reúnes los poemas de las nuevas diosas blancas españolas. Para muestra lea el de Miriam Reyes titulado, Bella durmiente.
No soy dueña de nada
mucho menos podría serlo de alguien.
No deberías temer
cuando estrangulo tu sexo,
no pienso darte hijos ni anillos ni promesas.
Toda la tierra que tengo la llevo en los zapatos.
Mi casa es este cuerpo que parece una mujer
no necesito más paredes y adentro tengo
mucho espacio:
ese desierto negro que tanto te asusta.
No soy dueña de nada
mucho menos podría serlo de alguien.
No deberías temer
cuando estrangulo tu sexo,
no pienso darte hijos ni anillos ni promesas.
Toda la tierra que tengo la llevo en los zapatos.
Mi casa es este cuerpo que parece una mujer
no necesito más paredes y adentro tengo
mucho espacio:
ese desierto negro que tanto te asusta.
viernes, 6 de abril de 2018
EVENTOS EDUCATIVOS
Inesperadamente lo vi corriendo alrededor del castillo, adonde voy cada mañana a hacer lo mismo. Casi ni alzó la vista, solo hizo un gesto con la mano y siguió a lo suyo, que supongo era lo que arrastraba en cada zancada que daba, no la dificultad de la zancada misma. Lo propiamente suyo parecía que no estaba, al menos no estaba en ese momento. Al cabo de unos minutos - diez o quince calculé - nos volvimos a encontrar de frente, pues el itinerario del castillo es circular. Esta vez si se paró. Se quitó los auriculares de las orejas y se disculpó por no haberse detenido en el anterior encuentro. Que tal, como vamos. No utilizó filtros, ni para bienes, ¿para qué servirían cuando uno va arrastrando lo suyo? Lo suyo era: estoy hasta los cojones de la educación. No dijo de los alumnos o de los compañeros, o del sistema, como le he escuchado a otros docentes para justificar el hastío que le provoca su profesión. Golpeó directamente contra lo general, no en balde debió ser, deduzco yo, porque el de las zancadas es profesor de filosofía. Lo veo como un superviviente, mientras que a los que su queja la focalizan sobre lo concreto los veo como actores, diría más, como malos actores. La educación es un relato y como todo relato tiene su parte de misterio y su parte de suspense, nunca a partes iguales. El misterio se esconde detrás de lo invisible y ahí es donde respira el desengaño del profesor superviviente de filosofía, ¿se desengaña solo por eso?, mientras que el suspense se encarna en lo que se ve y ahí es donde se indignan los malos actores de la docencia, ¿se indignan solo por eso? La educación moderna es un relato a la búsqueda de la excelencia para todos los públicos. Visto así, ¿es un relato para ser llevado a la práctica o únicamente para ser oído, como los son los relatos de las oraciones fúnebres o las cartas magnas o constituciones? ¿Tiene más de dique de contención que de instrumento para montar una cabeza de playa, desde la que lanzarse después a tumba abierta sobre lo que haya en tierra firme? Lo que ese “estoy hasta los cojones de la educación” no consigue ocultar es la dualidad mental del profesor de filosofía que la ha pronunciado. Mejor aún, término a término, si te fijas con atención, es toda una oración fúnebre rebozada con una declaración de buenas intenciones. Por un lado se da cuenta de que no hay nada que hacer, pero, por otro, al mediar la testosterona, da la impresión de que todavía hay esperanza, y que el caballero docente de la triste figura está dispuesto a volver de nuevo al aula para resolver los entuertos que sus alumnos tengan a bien ponerle sobre la mesa. Como lo conozco, pues coincidimos hace años en un seminario de escritura y lectura narrativa que di en uno de los centros culturales de la ciudad donde vivimos, sé, después de las conversaciones que tuvimos mientras duró el seminario y en encuentros posteriores a su finalización, que esa dualidad a la que me he referido antes tiene en su biografía mental estructura de una grieta sangrante. Que se mantiene abierta por la tensión que padece entre lo que debería haber sido el proceso espiritual de formación para obtener el ideal de humanidad del ciudadano democrático, en el que, al menos en aquella época, creía a pies juntillas, y lo que ha acabado siendo el proceso histórico educativo de los últimos cuarenta años que ha desembocado en una laguna de aguas sucias y estancadas en la que chapotean con absoluta naturalidad todas las opiniones que quepa imaginarse en la época de dominio de los opinadores. La acción que lo ha hecho posible, llevada a cabo por los diferentes agentes educativos con sus leyes cambiantes, protocolos incumplidos e intereses gremiales enconados, ha mantenido un absoluto divorcio con aquel espíritu formativo que lo inspiró. No me quejo de lo que proponen los nuevos predicadores del asunto (psicólogos, pedagogos, diseñadores informáticos), me diese mientras se seca el sudor de la frente, pues es lo mismo que llevo tratando de hacer desde que estoy en esta profesión, sino por qué, de repente, yo no sirvo para llevarlo a cabo. La enseñanza de la filosofía en lugar de ser ese momento de aprender a intercambiar incertidumbres, como ha sido siempre desde Platón, la han convertido en una colorista gincana en la que los alumnos tienen que desentrañar acertijos trabajando en equipo. La dualidad mental, espiritual e histórica, que debe acompañar a todo proceso de aprendizaje, queda así reducido al rodaje y montaje de un evento cultural, que tiene su cita y exhibición en esa laguna donde todo confluye y todo se mezcla. Esa inevitabilidad con la que parece que todo se nos echa encima, me pregunta, ¿no te parece que remite a una nueva Edad Media, en la que en lugar de estar ebrios de Dios, lo estamos del mercado? Habrá que averiguar, entonces, cuáles son los rincones o huecos donde se aloja el diablo, le respondo al filósofo superviviente. ¿No piensas que esa es una buena función para la nueva filosofía, que ha de subsistir en las catacumbas, fuera de las aulas y de los focos mercantiles y mediáticos? Te dejo que me estoy quedando frío, si quieres nos vemos otro día y charlamos un rato. Vuelve a coger el ritmo de la carrera con menos levedad con que lo dejó al pararse a mi lado. Me da la impresión de que lo suyo había adquirido una densidad impremeditada a esas horas de la mañana, justo cuando su intención era aliviarlo antes de incorporarse a clase. Según lo veo alejarse veo la grieta que lo aflige, y veo también el grumo que lo asfixia.
jueves, 5 de abril de 2018
NEGOCIO EDUCATIVO
Dicen los expertos de la neurociencia que los dementes muestran, si los observamos con atención, una mirada consumida porque están perdidos en el tiempo, ya que no son capaces de reconocer puntos de referencia a los que atenerse. Muchos de los alumnos del instituto de mi barrio, que esperan en sus alrededores la hora de entrada a clase a primera hora de la mañana, tienen esa mirada agotada antes de que el profesor les pida prestar su atención al asunto que ese día le corresponda explicar. Con otras palabras, es lo que me dice una profesora con la que me cruzo muchos días, mientras busca con impaciencia madrugadora aparcar su coche. Suelen ser aquellos alumnos que no se arraciman en grupo, sino que lo hacen con su móvil en la mano. Pudiera parecer, viéndolos así de ensimismados, que son la avanzadilla del nuevo modelo de aprendizaje que forma parte del emergente negocio de la educación. ¿Cuanto tiempo crees que dura una apariencia?, le pregunto a Duarte, al tiempo que le aprieto suavemente el brazo para que fije su atención en una chica alta, de piel negra, que apoyada en el dintel de un portal de las viviendas colindantes al instituto, mantiene su mirada fija en la pantalla de su móvil ajena por completo al guirigai que le rodea. ¿Crees que está programando la clase que le espera en unos minutos?, le insisto a Duarte. O muy al contrario, ¿es un bufón o una rareza dentro de la corte estudiantil de chicos y chicas consentidos y mimados que igualmente pululan a esas horas de la mañana en los alrededores del instituto? Me refiero a esos alumnos y alumnas que sus padres los llevan cada día en coche al instituto, para no perder la costumbre adquirida desde los tiempos ya lejanos de la guardería, y que los veo moverse con paso firme y ademanes resolutivos, convencidos de que son un prodigio de la naturaleza. Yo creo que está viendo pasar el tiempo, me contesta Duarte con sorna, aunque en su mirada denota una evidencia insoslayable, que tener la piel negra y ser mujer la convierte de inmediato en una anomalía social. De repente la chica de piel negra alza a la vista y mira, no sin falta de arrogancia, hacia la puerta del instituto, lo que me hace pensar en la fuerza que se oculta bajo la apariencia de esa anomalía que sugiere Duarte. Ahora me parece que sus ademanes hace risibles a los de sus compañeros blancos que acaban de abandonar el coche paterno que los ha acercado al instituto. ¿Que se puede aprender, y que no, bajo el auspicio de esos ademanes instantes antes de que se alojen entre las cuatro paredes del aula? ¿Qué es lo efímero y que importancia tiene respecto al juego de las apariencias que se avecinan? ¿Qué papel juega todo ese cóctel envenenado en el nuevo modelo educativo? Un modelo que es fundamentalmente una oportunidad de negocio para pedagogos y diseñadores informáticos, así lo han visto con ojos de lince y lo han publicitado con criterio de salvadores, en el que el aprendizaje de la programación pretende sustituir al, según ellos, aprendizaje obsoleto de la lectura y la escritura. Todo por conquistar el futuro, visto sin discusión como destino. ¿Le invade la nostalgia a la chica de la piel negra mirando la pantalla de su móvil? ¿Es un sentimiento que la iguala a sus compañeros consentidos y mimados? ¿Si se pusieran de acuerdo, pongamos, en esa forma de sentir, podrían los consentidas acercarse, nada más bajarse del coche, al dintel de la puerta donde se encuentra la de piel negra? El dinamismo calculado de los primeros y la misteriosa quietud de la segunda, no me hace pensar que en su interior las cosas sean tan diferentes como para que pueda producirse un acercamiento. Y menos un acuerdo mínimo respecto a algo. Bien es verdad que los unos y la otra tienen las miradas consumidas a base de hacer cada día lo mismo, entrar y salir del instituto y, al fin y al cabo, no reconocer puntos de referencia a los que aferrarse. Son desterrados del tiempo, pero cada cual lo es a su manera. Lo que les falta, mejor dicho, lo que nunca han tenido, ni los consentidos ni la de piel negra, es lo que subraya Werner Jaeger en su libro, Paideia, a saber, “Así, toda educación es el producto de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana, lo mismo si se trata de la familia, de una clase social o de una profesión, que de una asociación más amplia, como una estirpe o un estado.”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)