jueves, 5 de abril de 2018

NEGOCIO EDUCATIVO

Dicen los expertos de la neurociencia que los dementes muestran, si los observamos con atención, una mirada consumida porque están perdidos en el tiempo, ya que no son capaces de reconocer puntos de referencia a los que atenerse. Muchos de los alumnos del instituto de mi barrio, que esperan en sus alrededores la hora de entrada a clase a primera hora de la mañana, tienen esa mirada agotada antes de que el profesor les pida prestar su atención al asunto que ese día le corresponda explicar. Con otras palabras, es lo que me dice una profesora con la que me cruzo muchos días, mientras busca con impaciencia madrugadora aparcar su coche. Suelen ser aquellos alumnos que no se arraciman en grupo, sino que lo hacen con su móvil en la mano. Pudiera parecer, viéndolos así de ensimismados, que son la avanzadilla del nuevo modelo de aprendizaje que forma parte del emergente negocio de la educación. ¿Cuanto tiempo crees que dura una apariencia?, le pregunto a Duarte, al tiempo que le aprieto suavemente el brazo para que fije su atención en una chica alta, de piel negra, que apoyada en el dintel de un portal de las viviendas colindantes al instituto, mantiene su mirada fija en la pantalla de su móvil ajena por completo al guirigai que le rodea. ¿Crees que está programando la clase que le espera en unos minutos?, le insisto a Duarte. O muy al contrario, ¿es un bufón o una rareza dentro de la corte estudiantil de chicos y chicas consentidos y mimados que igualmente pululan a esas horas de la mañana en los alrededores del instituto? Me refiero a esos alumnos y alumnas que sus padres los llevan cada día en coche al instituto, para no perder la costumbre adquirida desde los tiempos ya lejanos de la guardería, y que los veo moverse con paso firme y ademanes resolutivos, convencidos de que son un prodigio de la naturaleza. Yo creo que está viendo pasar el tiempo, me contesta Duarte con sorna, aunque en su mirada denota una evidencia insoslayable, que tener la piel negra y ser mujer la convierte de inmediato en una anomalía social. De repente la chica de piel negra alza a la vista y mira, no sin falta de arrogancia, hacia la puerta del instituto, lo que me hace pensar en la fuerza que se oculta bajo la apariencia de esa anomalía que sugiere Duarte. Ahora me parece que sus ademanes hace risibles a los de sus compañeros blancos que acaban de abandonar el coche paterno que los ha acercado al instituto. ¿Que se puede aprender, y que no, bajo el auspicio de esos ademanes instantes antes de que se alojen entre las cuatro paredes del aula? ¿Qué es lo efímero y que importancia tiene respecto al juego de las apariencias que se avecinan? ¿Qué papel juega todo ese cóctel envenenado en el nuevo modelo educativo? Un modelo que es fundamentalmente una oportunidad de negocio para pedagogos y diseñadores informáticos, así lo han visto con ojos de lince y lo han publicitado con criterio de salvadores, en el que el aprendizaje de la programación pretende sustituir al, según ellos, aprendizaje obsoleto de la lectura y la escritura. Todo por conquistar el futuro, visto sin discusión como destino. ¿Le invade la nostalgia a la chica de la piel negra mirando la pantalla de su móvil? ¿Es un sentimiento que la iguala a sus compañeros consentidos y mimados? ¿Si se pusieran de acuerdo, pongamos, en esa forma de sentir, podrían los consentidas acercarse, nada más bajarse del coche, al dintel de la puerta donde se encuentra la de piel negra? El dinamismo calculado de los primeros y la misteriosa quietud de la segunda, no me hace pensar que en su interior las cosas sean tan diferentes como para que pueda producirse un acercamiento. Y menos un acuerdo mínimo respecto a algo. Bien es verdad que los unos y la otra tienen las miradas consumidas a base de hacer cada día lo mismo, entrar y salir del instituto y, al fin y al cabo, no reconocer puntos de referencia a los que aferrarse. Son desterrados del tiempo, pero cada cual lo es a su manera. Lo que les falta, mejor dicho, lo que nunca han tenido, ni los consentidos ni la de piel negra, es lo que subraya Werner Jaeger en su libro, Paideia, a saber, “Así, toda educación es el producto de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana, lo mismo si se trata de la familia, de una clase social o de una profesión, que de una asociación más amplia, como una estirpe o un estado.”