jueves, 19 de abril de 2018

¿PUEDEN ENSEÑAR LOS COBARDES?

Uno de los observadores más prestigiosos del capitalismo en su etapa digital ha propuesto la fórmula de la seducción cultural y educativa para romper - bueno, ha dicho disolver - el nudo de la cadena trófica a la se encuentra cada vez más atada la estupidez humana - bueno, ha dicho el futuro inmediato de la humanidad - que va desde la guardería hasta los consejos de los diferentes gobiernos públicos de todo tipo o los consejos de administración de las empresas privadas, pasando por las diferentes formas de socialización que en los últimos decenios han ido inventando las nuevas sensibilidades humanas. Lo traigo a colación en este escrito, porque me da que tiene que ver con lo que te decía ayer sobre mis anfitriones docentes en el comedor escolar. Fíjate que el observador de marras ha vinculado con astucia la palabra seducción a las de cultura y educación. Y eso es justamente, ahora lo veo más claro, lo que pretenden los docentes de los que vengo hablando, seducir y ser seducidos entre ellos y a los alumnos, aprovechando la disculpa de la educación reglada y obligatoria. Con este giro el mundo de la cultura y la educación se adaptan al nuevo estilo de los tiempos digitales, vendría a decir el cronista, aunque ya Jung los diagnosticó, antes de que fuera imposible imaginar un ordenador, como los tiempos de la psicología sin alma. Muchos años después de lo que pronosticó el pensador suizo, cabe entender o traducir en positivo, y a eso supongo que se refiere el perspicaz observador de nuestro capitalista, lo de la psicología sin alma como la psicología del cuerpo, entronizándola de paso como la única y verdadera psicología. Pues la seducción con el cuerpo y entre los cuerpos si encaja en la horizontalidad dominante que se va instalando en las aulas, en las que lo importante no es que el alumno aprenda - palabra que evoca sin que ello deba ser entendido de forma literal, la jerarquía, el esfuerzo, la sangre, el sudor, las lágrimas y, en última instancia evoca, esencialmente, el alma o el valor espiritual al que ayer me refería - sino que el alumno sea, ahora sí, literalmente feliz. ¿Pueden enseñar los cobardes? O dicho, de otra manera, ¿pueden enseñar los que han dejado de amar el aprendizaje del alma como auténtico ideal de toda educación verdadera? Nadie está libre de no hacerse valer porque no lo hayan querido sus padres. Pero tu sabes que el amor redime y es más valioso que la cobardía. Con todo, lo peor es que ésta no los lleve a dimitir, pues aman la nómina y el tiempo libre que les proporciona su trabajo con la misma pasión que los convierte en unos cobardes? Pudiera parecer que te estoy llamando medroso, u oportunista, que te estoy afeando que no hubieras aguantado en el aula, el espacio natural de la imaginación que necesita cualquier trabajo docente, las feroces embestidas de los nuevos inquisidores. Pudiera parecer que estoy oponiendo tu abandono del alma a la entrega de un hedonismo corporal, como si se tratara de un necesario choque de trenes en el carril indiscutible de la Historia. Nada más lejos de mi intención. Bien es verdad que esta forma de hablar que acompaña a lo que te vengo proponiendo es propia de un mundo que ya no existe, devastado por dos guerras mundiales y su secuela de barbaridades inconmensurables. Sin embargo, como dice Werner Jaeger, “... la Acrópolis del espíritu griego se alza como un símbolo de fe sobre el valle de muerte y destrucción que por segunda vez en la misma generación atraviesa la humanidad doliente. En este libro esa fe de un humanista se ha convertido en contemplación histórica. Observa el gradual desarrollo del ideal cultural griego, que es la raíz de todo humanismo”. Es verdad que lo que hoy en día solo existe lo que se ve, que es lo que nuestros padres y abuelos levantaron sobre las ruinas de aquel mundo desaparecido, y que ese escenario fantasmagórico es desde donde parte y a lo que se atiene el observador del capitalismo digital cuando hace su propuesta de seducción educativa y cultural. Pero hay algo si no del todo peligroso si perfectamente estéril  - al menos así me lo parece aupado imaginativamente sobre las ruinas vivificantes de la Acrópolis ateniense, desde donde siguiendo a Jaeger pienso el giro educativo y cultural del nuevo destino del continente europeo - en su iniciativa de conseguir un mas dilatado mundo de consumo y prosperidad educativa y cultural, mediante la búsqueda del agrado de padres y alumnos en el aula, que se transforman en público cuando la abandonan y se entregan al calendario de los eventos donde todo esa seducción se encarna. Bien es verdad también que nuestro seductor cronista desvincula toda esta transformación que imagina, al menos en lo que respecta al ámbito de la cultura, de las subvenciones o canonjías públicas. Lo cual no puedo dejar de verlo como una oportunidad de conversación entre ruinas, a saber, entre las ruinas invisible y mudas desde las que él propone un idea del futuro educativo y cultural europeo, y las ruinas evidentes desde las que un pasado antiguo y más vivo que nunca lo escuchan.