domingo, 29 de abril de 2018

NOVELA GRÁFICA

Vincular la lectura de los cómics con la experiencia lectora de los lectores adultos, separándola así de la experiencia infantil de donde procede su prestigio, es un loable intento que, a mi parecer, tiene mucho que ver con la incansable búsqueda de nichos de mercado - así lo dicen los profesionales del ramo - de la industria editorial. Ahora se ha puesto de moda - supongo que para hacerse con todo el mercado, está es mi primera sospecha - el nombre de Novela Gráfica, que pretende competir en ese mundo siempre indolente de las imágenes en su relación con las palabras. El nombre no deja de ser redundante, pues toda novela es gráfica o no es novela, es un ensayo o un sistema filosófico. La novela se construye con imágenes (que son, sino, las metáforas y demás artefactos lingüísticos) mientras que la filosofía y la ciencia se contraen con conceptos e hipótesis. Que la novela gráfica, mediante las habilidades del ilustrador,  haga explícitas las imágenes que hasta ahora era el trabajo primordial del lector adulto, ¿no deja de ser una intromisión en el territorio sagrado de su intimidad? ¿Para qué? ¿A quien le sienta mejor semejante entrometimiento, al alma de cada lector o a las estadísticas de las editoriales? 

Dice Pere Gimferrer respecto al eterno dilema de cuál debe ser la inteligibilidad de un poema (y por extensión de una novela, digo yo) para que se le pueda calificar como tal,
“Yo no pretendo que los lectores me entiendan, me propongo que los poemas gusten y que el lector los capte como sensorialidades y como imágenes yuxtapuestas que apunten a un fondo que, espero, sea perceptible siempre”.