Lo leí en las páginas de sucesos de uno de los diarios digitales que visito cada día, un estudiante de un instituto de los barrios del norte de Barcelona, los barrios de los ricos apuntaba el cronista del periódico, apareció muerto en el aula donde normalmente asistía a sus clases, el mismo día que la dirección del instituto lo había declarado de puertas abiertas de cara a la matriculación del curso siguiente. Rápidamente te llamé por teléfono y sólo me comentaste lo que ya me habías dicho en otras ocasiones, que lo que los expertos nunca incluyen en su teoría sobre las clases de futuro que propugnan, es que el crimen forme parte de ese diseño curricular. O dicho con otras palabras, me dije a mi mismo una vez que colgaste para personarte en la escena del crimen, que la experiencia del asesinato ya no es patrimonio únicamente de las películas o novelas de gánsteres, sino que forma parte de la vida, como lo oyes, y además ocupa para su realización escenarios inimaginables hasta ahora. Cuando leí la noticia te he de confesar, tal fue el grado de mi incredulidad, que retrocedí muy hacia atrás para hacerme una composición sobre lo que estaba leyendo, ni más ni menos me vinieron a la cabeza las historias de Agatha Christie en las que sus cadáveres pueden aparecer en los sitios más inverosímiles. Será luego la perspicacia científica de Hércules Poirot la que dotará de la más absoluta normalidad, limpiando toda ambigüedad sobrante, a esa coincidencia inaudita. Como era fácil deducir las jornadas de puertas abiertas del instituto barcelonés se convirtieron en los días siguientes, por causa del crimen, en una instituto cerrado a cal y canto donde todo el mundo estaba bajo sospecha. Esto también es el futuro, me dije, aunque esté lleno de imperfecciones y adversidades. Cuando en tiempos de paz saltan a la palestra sucesos de esta índole es cuando me fijo más en la naturaleza de la guerra y su relación con nuestra propia naturaleza. Pienso en que medida y hasta cuando la vida que vivimos en el presente no es nada más que una tregua, y el crimen del instituto, por ejemplo, un incómodo emisario de lo que está por volver, pues nunca se fue del todo. ¿Clases de futuro?, pregonan algunos eminentes pedagogos. Dice Jaeger al respecto de este loable propósito, “Resulta, en efecto, difícil representarse a los héroes de la Ilíada de otro modo que en el campo de batalla y en su figura madura y acabada. Pocos lectores de la Ilíada se formularán la pregunta de cómo aquellos héroes crecieron y se desarrollaron y por qué caminos los habrá conducido la sabiduría de sus mayores y maestros desde los días de su infancia hasta el término de su madurez heroica.” Como siempre en estos casos, cuando no suceden en el ámbito educativo norteamericano ni sus protagonistas son negros o chicanos sino que ocurren delante de nuestras narices, la respuesta inmediata es no dar crédito a lo que ha sucedido. Sin daros cuenta que vuestra fe ciega en el sistema educativo al que estáis adscritos os aleja, a medida que cunde la decepción respecto al mismo, de vuestra propia experiencia. Ciegos y sordos entonces, no veis ni oís lo que la realidad de vuestros alumnos guarda entre sus pliegues más oscuros, no porque alguien, pongamos el ministro de turno, trate denodadamente de esconderlo, sino porque sencillamente no le prestáis la más mínima atención. Un día aparece un alumno muerto, descortésmente desangrado en medio del aula donde el día anterior intentasteis inútilmente hacerles entender a él y a sus compañeros el tema del día, y sin previo aviso aparece el futuro. Y aún así seguís sin comprender que no es otra cosa que la continuación del pasado, y que se ha colado en vuestro presente decepcionado únicamente porque lo ha llamado vuestra propia desidia. Se que nada de esto te lo puedo decir a la cara, por eso lo pongo por escrito. No abandonas la creencia de que el futuro es un asunto de la conciencia colectiva, no individual, y que si desaparece esa abstracción también desparecemos todos los seres concretos. Tratar de juntar algo tan inaprensible como la conciencia colectiva con algo siempre inexistente como el futuro, convirtiendo ese matrimonio en algo indisoluble, es matar, no solo el futuro, sino toda posibilidad de imaginación individual, que es, a mi entender, el fundamento de todo ideal educativo. Imaginar es pensar. Puestos a ello, ¿quienes son los progenitores que están detrás del asesino o los asesinos del instituto de Barcelona? ¿Cual es la sabiduría que han trasmitido a sus vástagos? Sin embargo, lo más desconcertante del asunto, según exponen solventes estudios, añadidos a la noticia del crimen, sobre cuál es lo que más preocupa a los padres actuales de la educación de sus hijos, es que esa preocupación, que es ya ansiedad encubierta, tiene que ver con la seguridad en los centros educativos. No se atreven a manifestar de forma explícita su temor a que sus hijos puedan perder la vida dentro del recinto educativo, pero si dicen, según los mencionados estudios, que han perdido gran parte de la confianza que ellos mismos disfrutaron cuando hace años eran ellos lo alumnos que ocupaban las aulas. Cuando me volviste a llamar fue al día siguiente del luctuoso suceso y lo hicisteis desde el despacho de tu asesoría educativa. Tu voz era inapelable, estabas verdaderamente abatida, aunque no logré saber el por qué si me atenía solo a tus palabras haciendo caso omiso de los titulares informativos que parecían eran lo único realmente existente respecto al crimen. Algo se había roto dentro de ti y esos trozos, por primera vez en tu vida, tenían toda la pinta de buscar una urgente sintonía con los que habían quedado hecho añicos y a la intemperie debido al crimen del día anterior. Tal vez tu desasosiego tenía que ver con que no sabias - cielos santo, por primera vez nos sabias - donde acomodar el encuentro de ambas ruinas. O tal vez, mira por donde, porque ello se había convertido no solo en algo apremiante, sino inaplazable.