lunes, 9 de abril de 2018

ARETÉ

¿Piensas que el pensamiento educativo democrático puede aspirar a la excelencia aristocrática que propugna la Areté griega? ¿Sin esa excelencia se le puede llamar pensamiento? Entonces, ¿hemos de aceptar que la prosperidad educativa democrática únicamente se puede imaginar desde la media, ni muy por lo alto ni muy por lo bajo, de sus protagonistas habituales, alumnos, padres y profesores? De otra manera, ¿piensas que aspirar a la excelencia en una sociedad democrática perfectamente alfabetizada e informada es una impertinencia? Te hago esta batería de preguntas porque eres de esos profesores al que todavía se le puede hablar así, sin que se indigne o manifieste su absoluta indiferencia como única respuesta. Repites con frecuencia que no eres de esos que se quejan de que en cierta medida, sin que sean capaces de precisar el alcance de tales dimensiones, la educación que han recibido les ha perjudicado. No dicen las dimensiones pero si señalan a los responsables, prioritariamente alguno de sus progenitores y un par o tres de profesores que anularon parte del entusiasmo por el aprendizaje, que de una forma más o menos secreta fue apareciendo, como aparece en todos los niños, antes de que se lo eliminen. Muy al contrario, tu siempre te has mostrado orgulloso de haber nacido en la familia que te tocó en suerte y, dentro de ella, la figura de tu padre ocupa el papel más relevante e insustituible de lo que fue tu buena educación. Pues de eso no tienes la menor duda, has recibido lo que en términos griegos se denomina, como dice Werner Jaeger, “la plenitud de la areté, aquella unidad suprema de todas las excelencias”, cuya  verdadera perfección solo puede darse en las almas selectas. No veas sorna o cinismo en mis palabras, ya que pienso que son las que mejor le corresponden a tu actitud ante lo educativo y el aprendizaje en un mundo como el que nos ha tocado vivir, en el que dices que ya no tiene cabida. Sin embargo, por eso las traigo a colación de la mano del erudito alemán, pues coincidirás conmigo que son las únicas que pueden indicar la salida del colosal atolladero donde ha caído eso que sea el destino de la educación y el aprendizaje, digámoslo así, en el continente europeo. Son palabras que forman parte del núcleo primordial del mundo que hemos heredado, lo cual no quiere decir que las podamos leer de frente o literalmente. Y pienso que eso es lo que hiciste cuando abandonaste el instituto. Leer las palabras de la excelencia educativa cara cara, como retándolas, porque, a tu entender, habían dejado de hacerte caso. O leerlas de tal manera que te ayudaran a auparte en tu soberbia, tal y como entendemos hoy este sentimiento y no como la entendía el ideal griego de educación, a saber, “El honor es el premio de la areté; es el tributo pagado a la destreza. La soberbia resulta, así, la sublimación de la areté. Pero de ello resulta también que la soberbia y la magnanimidad es lo más difícil para el hombre.” La soberbia está al final, en todo caso, de un largo camino de humildad. Y, sin embargo, desde el momento en que se desató la crisis en el instituto con la llegada del nuevo director, tú te arropaste, como si lo hicieras con una bandera, con ese lado turbio de tu carácter, la mejor manera que encontraste de resistir frente a lo que considerabas intolerable, es decir, que no pudieras continuar con la tradición educativa de tu padre. El fulgor de esas palabras heredadas perdieron brillo e, incluso, se llenaron de migre y grasa respecto a toda su fuerza expresiva de transmisión de lo que debía prevalecer siempre. Todo a cambio de que tú las pudiese manejar mejor como arma arrojadiza contra la fatua presencia y acción de ese director, que os habían impuesto al frente del instituto. De repente, no podías aguantar más, ni siquiera lo que más aprecias y valoras en tu vida, la memoria educativa de tu padre. Un acto de soberbia sin un ápice de excelencia. Las palabras gordas y de frente ocuparon el lugar de la oblicuidad del lenguaje, que durante toda tu vida profesional hasta ese momento habías considerado como la cualidad más adecuada de la comunicación humana, base ineludible de todo aprendizaje educativo que aspire a la areté. Desalojada ya de ese lugar oblicuo del lenguaje donde, como te he dicho, la visión frontal es completamente imposible, y que era desde donde habías impartido admirablemente tus clases, todo lo que hiciste a continuación fue dedicarte a encontrar un sitio que te abasteciera, precisamente, de la visión contraria al ideal educativo que habías practicado. ¿Piensas que podía haber sido de otra manera? Rompiste, no creo que del todo consciente, esa unidad, de la que habla Jaeger en su libro, entre el pensamiento del ideal educativo, que es perdurable, y su desarrollo en los sucesos históricos a los que necesariamente se ha de enfrentar. Traicionando, así, la herencia que te había dejado tu padre, al no ser capaz de encontrar la mejor forma de su despliegue en las condiciones históricas actuales, inéditas en dos aspectos fundamentales. Por un lado, una población perfectamente alfabetizada e informada y, por otro, dando una dimensión cabal de lo que eso está significando en la historia de la humanidad, una población perfectamente desencantada del mundo en el que vive, que es el mejor mundo en términos materiales que haya disfrutado el ser humano desde que posó su mirada de asombro sobre lo que le rodeaba. Si tu padre levantara la cabeza...