miércoles, 4 de abril de 2018

MODORRA EDUCATIVA

Probablemente estoy un poco obcecado. Esta mañana, después de unos días de vacaciones en la Gascuña francesa, cuando me dirijo acompañado por Duarte a tomar el primer café de la mañana, me los vuelvo a encontrar como de costumbre. Ellos están ahí, también como de costumbre, arracimados de distinta manera a las puertas o aledaños del instituto. No faltan los que se arraciman consigo mismos. Es la misma hora y el mismo instituto, pero no todos, encima, quieren estar acompañados. Duarte y yo pasamos a su lado,  a veces, incluso, entre medias de los grupos sorteando como podemos unos cuerpos cuyos movimientos a esas horas parecen imprevisibles y sin destino aparente. Como si fueran a entrar en una discoteca. No tienen la tensión propia de quien se ha de incorporar en breves minutos a una labor de aprendizaje. Y sin esa tensión - me pregunto - ¿no sería más adecuado que se volvieran a su casa por donde han venido? La flaccidez que transmiten los músculos de sus brazos y sus piernas, y el aspecto nebuloso de su mirada, desvelan la nula disponibilidad que tiene su cerebro para enfrentarse a algo que requiera un mínimo de atención y concentración. De repente uno, que es largo y delgado como un junco, pega un respingo a nuestro paso que lo separa del grupo al que estaba adherido y casi tumba en el suelo a Duarte. Perdón, lo siento. No pasa nada, no te preocupes. Podía haber sido peor, podía no haberse disculpado o culpabilizarnos de que en el momento de su respingo nosotros pasáramos por allí. Puede decirse que estamos de suerte, que la modorra que domina a los alumnos del instituto del barrio a esas horas de la mañana, no se deja acompañar por la mala educación. También se puede interpretar como me dice Duarte, que la fuerza de la primera es más grande que la de la segunda y acaba - al menos a esas horas - por imponerse. Bien es verdad que no he tenido la ocasión de comprobar si, por ejemplo, a la hora de la salida, a eso de las tres de la tarde, se produce un vuelco o se acentúa aún más si cabe el estilo dominador que prevalece a la hora de la entrada. Según seguimos nuestro camino hacia la cafetería miro hacia atrás y el tipo del respingo ya ha recuperado la verticalidad perdida, y se ha vuelto a colocar sobre sus cabellos morados la gorra blanca con la visera invertida. Pensé, por decirlo así, que la modorra había recuperado sus ser. Cuando entro en la cafetería me topo de frente con la otra parte de la hastío educativo - su media naranja - la modorra docente. Puede que siempre haya sido así, incluso peor, y que la lente de la abundancia a través de la cual miramos todo lo deforme. Lo pienso así para que la cosa no vaya a más dentro de mí. Luego de tomar el café con Duarte voy a ir a correr al castillo como cada mañana, y no quiero que esas primeras imágenes con que comienzo el día se disparen por los derroteros de lo imposible. Así que lo dejo ahí, puede que siempre haya sido así, y que una modorra busque a la otra. Bien mirado tampoco tengo en mi memoria algo contundente con que pueda refutar esa repetición de lo que, por otra parte, viene sucediendo por estos pagos desde siempre. Unicamente, ahora que me acuerdo, la pertinaz manía que tienen los padres de ahora de llevar en coche a sus hijos adolescentes hasta la puerta del instituto, era algo impensable en aquella época de mis quince a dieciocho años. También era lago insólito ver y escuchar a los profesores en los minutos previos al comienzo de la jornada escolar, apoyados como vaqueros en el mostrador de la cafetería, riéndose a carcajadas y hablando de fútbol o recetas de cocina. Bien mirado eran tiempos más tristes, es lo que habitualmente me responde quien lo hago partícipe de mi desconcierto. Que no viene de que haya o no mas alegría en el ambiente, sino de no saber hasta qué punto y en qué medida la vida educativa y familiar, tanto la de entonces como la de ahora, tiene que ver con el asunto del respeto que se deben mutuamente todos sus protagonistas. Casi estoy a punto de pedirle a Duarte un papel y un lápiz para tomar nota de la manoseada ocurrencia, no por ello más inteligible. A mi cada vez que me viene a la cabeza me parece más oscura. Si la pongo por escrito puede que más tarde la asocie con una imagen, y seguro que adquiere más claridad. Desisto de molestar a Duarte, ya que veo que ha empezado su jornada laboral y tiene la mirada puesta en sus cosas. De todas maneras, y para que no se me olvide, me repito varias veces a mi mismo que el respeto entre los protagonistas de la vida educativa y familiar no tiene que ver con la alegría o tristeza del ambiente de cada época, sino como cada cual se lo gana desde el lugar que ocupa respecto a los otros. Antes de salir de la cafetería me doy cuenta de que se me acabará olvidando, así que le pido a Duarte papel y lápiz, y tomo nota.