Yo seguía esperando tu llamada telefónica, pero, al parecer, en lo que habías decidido hacer después de que saltara la noticia del asesinato del instituto, no estaba incluido llenar el silencio de mi espera. Por encima de lo cada docente pueda pensar sobre un asunto tan grave estaba la opinión oficial con la que el gremio debía salir al mundo. Así que imaginaba que estabas en ello. En no pocas ocasiones he tratado de sonsacarte lo que tu piensas respecto al rumbo que tiene la educación en la actualidad, vano intento, al final te debes, por decirlo así, a tus superiores. Es decir, al sistema educativo y al virtuosismo eufemista de su lenguaje. Aunque lo más mediático del crimen ya había dejado de producir sangre y, como bien sabes, si no hay sangre no hay noticias, los efectos colaterales de la misma se desplazaron hacia los rincones menos vistosos de espectro informativo. Entre ellos me dediqué a bucear, mientras seguía esperando que me llamaras para decirme la versión oficial del gremio de docentes respecto al crimen del instituto de Barcelona. Ya solo aspiraba a ello, al estilo que le ponías a la impostura. Sin proponérmelo, como me suele suceder cuando navego por el proceloso mar de internet, me topé con un comentario que un tal Carlomagno hacía a un artículo de un docente de Málaga, defensor a ultranza de los beneficios del nuevo pedagogismo que se estaba introduciendo en las aulas. Decía así, “Con el derecho de opinión de los alumnos como derecho fundamental e irrenunciable del proceso de aprendizaje, que el nuevo pedagogismo ha metido de rondón en los diseños curriculares de las escuelas e institutos, pasa lo mismo que con la influencia que el hambre y la pobreza tienen todavía en el ánimo de sus progenitores y profesores. Ya pueden tener de todo y estar gordos como hipopótamos, ya pueden decir lo que les de la gana, donde les de la gana y como les de la gana, que siempre en su fuero interno se creerán unos pordioseros y verán su capacidad de expresión pública amordazada. Ni que decir tiene que este espumarajo se cuela en las aulas porque antes ha esperado pacientemente su oportunidad de invasión en las calles públicas y en los hogares privados”. La expresión espumarajo me pareció lo más acertado del escrito de Carlomagno, no porque detectara en ella una intención despectiva y apresurada por contestarle al representante del nuevo pedagogismo, sino porque me pareció una imagen precisa que evocaba esos restos que siempre devuelven los sumideros cuando se han tragado mas cantidad de sustancia viscosa de la que puede digerir. Y también, como no decirlo, porque era el destino que, al fin y al cabo, le esperaba al crimen del instituto barcelonés. Un breve espumarajo que ha vomitado la trágala en que se iba convirtiendo tan luctuosa experiencia. Hubo un tiempo, sin duda el que coincidió con la plenitud profesional de tu padre, en el que todo parecía encarrilado hacía lo mejor, que todavía se imaginaba dentro de las lecturas de la tradición de la Grecia antigua que hacían los docentes de entonces. El que más sabe que no sabe nada, el profesor, ha de ponerse en cuestión ante los que están aprendiendo, los alumnos. Lo que ocurre es que la trágala del nuevo pedagogismo ha convertido a esta hermosa declaración de intenciones educativas en la letra de un anuncio publicitario. Lo vi el otro día en la televisión adaptado para la ocasión, la música la ponía al final la aparición fulgurante en escena del coche con se quería asociar toda aquella hermosura a que me refería. Acto seguido, y antes de que la cosa se enfriara, se lo comenté a un amigo común, no te diré el nombre para evitar las suspicacias del indignado, que forma parte de una asociación educativa de padres. Me respondió que lo que yo no apreciaba era la fusión entre esos dos mundos, educación y venta de coches, que hasta ahora habían existido como si los usuarios de uno y el otro fueran personan igualmente diferentes, cuanto todos sabemos que son los mismos o en pocos años serán los mismo. Entonces, me preguntó, ¿por qué separar los eslóganes? ¿Por qué recibir una buena educación y comprar un coche tienen que ser acciones y emociones, humanas las dos, que se repelan o se avergüencen la una de la otra? ¿Por qué no pueden estar vinculadas mediante un lenguaje común con vistas al futuro que se avecina? No es mi intención asociar esta discusión que tuve con Jacinto, bueno al final he confesado su nombre, con lo que sé filtró entre los twist que siguieron circulando en las semanas que siguieron al crimen del instituto. Al parecer, la pelea que precedió al fatal desenlace estuvo protagonizada únicamente por dos alumnos, y el motivo que la provocó tuvo que ver con los coches, la petulancia del asesino con que acosaba de forma continuada al muerto, respecto al coche con que se presentaba en el aparcamiento del instituto cada día. Probablemente, le dije a Joaquim antes de despedirnos hasta la próxima, el crimen estaba escrito antes de cometerse, solo faltaba el día y el lugar más conveniente para que fluyera la sangre, y toda la panoplia que siempre la acompaña. Y es que hablar de coches no significa lo mismo hacerlo dentro de un instituto que en la calle. Y eso es lo que nunca quieren señalar los creativos de la publicidad, pues intuyen que en la confusión del lenguaje está el éxito de su negocio