Cuando hablas de enseñanza y aprendizaje pienso que te refieres a nobleza y distancia, aunque luego te guste rodearte con la bandera de lo público y el igualitarismo. Te gusta el estrado, aunque no dejes de dar vueltas entre las mesas de los alumnos o los acompañes a la discoteca en los viajes de fin de curso. Le das mucha importancia a la herencia de los contenidos que has recibido de tus mayores, más en concreto de tu padre, lo que te hace mostrarte tremendamente celosa de la forma de trasmitirlos. La mayoría de tus colegas, con los que he hablado, se han bajado del estrado pero no han abrazado los métodos del nuevo pedagogismo. No pintamos nada, se quejan amargamente. Aunque detectó una creciente satisfacción en su fingida amargura. Ven en ella, aprovechando las condiciones ventajosas de ser funcionarios públicos, un impulso para abandonar la desolación que les ha acabado produciendo su profesión. Les oigo decir con frecuencia, para lo que me queda en este convento me cago dentro. Me dirás, pienso que con razón, que ahí se llega una vez que se ha perdido la nobleza que tiene esta profesión. Es verdad que atacan nuevos tiempos para todos, aunque también lo es que a cada uno lo atacan de manera diferente. Lo que ocurre, a mi entender, es que tú con la obcecación por mantener la nobleza de la profesión y los otros con la de abandonar el barco antes de que todo se hunda, habéis dejado en manos de quienes comandan el ataque de los nuevos tiempos los asuntos educativos de la polis actual. ¿No piensas que hay demasiada fantasía en tu nobleza y un exceso de amargura cínica en la huida de los otros? Los atacantes de los nuevos tiempo ven herrumbre en tu nobleza y cobardía en los fugados. ¿Ven la nueva polis como un escaparate donde tengan cabida todas las oportunidades? Sea como fuere, esa exposición de los nuevos alumnos a todo lo que puedan alcanzar mediante el uso exclusivo de su voluntad y sin intromisiones de su memoria, es prioritario en su ideal educativo a la exposición temprana ante la influencia del lenguaje, que es lo que nos es propio como seres hablantes. Cuando dejo de hablar contigo y escucho a los atacantes de los nuevos tiempos, te veo encerrada en una fortaleza medieval dándole vueltas a los apuntes de tu nobleza y tratando de buscar alguna explicación entre sus líneas que justifique tu encierro y aislamiento. El caso es que los atacantes de la nueva era presentan en sus ademanes un alto grado de civilización e incluso, me atrevería a decir, que tratan de persuadir a quienes se acercan a escucharlos que son los portadores de una manera insuperable de humanidad en su métodos. El otro día, sin ir más lejos, presencié una escena en el centro de la ciudad que ejemplifica esto que te digo. Una nueva pedagogista, con el micrófono inalámbrico convenientemente ajustado a la cabeza para que quedara enfrente de su boca, iba hablando a sus alumnos sobre lo que estaban haciendo, que, si mal no recuerdo, era contemplar y dibujar un edificio de estructura arquitectónica significativa, a un ritmo y con un tono, por decirlo así, más propio de una guía turística que los que tú y yo estamos convencidos deben ser los de una maestra o profesora clásica. Y, sin embargo, a los que presenciaban la escena o perfomance les era difícil sustraerse, tal y como lo delataban sus rostros, a la idea de que aquello tenía sentido y merecimiento suficiente para seguir instalados en el lugar que habían decidido ocupar en la nueva ciudad educadora, tal y como a los atacantes de la nueva era les gusta llamar a polis actual. De todo ello era responsable la manera de mover su cuerpo, digamos, la nueva pedagogista, que se asemejaba más al de una bailarina, con su atención escrupulosa a mantener el equilibro con sus cabriolas mediante el apoyo consciente de los brazos y las piernas. Antes que un domino cuidado y escrupuloso del lenguaje y, por tanto, de las palabras a las que quería se debían enfrentar sus alumnos, lo que la bailarina pedagogista pretendía era trasmitirles la lección mediante el lenguaje no verbal. Dirás desde tu fortaleza que la enseñanza no se inventó para hacer felices a los alumnos, sino para que aprendan cual es su lugar en el mundo. No hay pérdida de humanidad, diría yo, sino un exceso de fantasía o, mejor dicho, de falta de contención al meterse en esos jardines de los que, como desean que se asemejan al paraíso, luego les cuesta muchas encontrar la salida, o, sabiéndolo, lo que les escasean son las fuerzas necesarias para iniciar el camino de vuelta al mundo de carne y hueso. ¿Esa conducta se corresponde con su forma de vida? ¿Esa forma de vida es transmisible, como tú añoras tanto, de padres a hijos? ¿En que medida y cómo? Todas estas interrogantes quedan en una especie de limbo dorado en el nuevo estilo de vida que propugna los nuevos pedagogistas de la época educativa que se avecina, y, por tanto, es imposible discernirlo. Lo cual no deja de producirte la inquietud que me confiesas.