Únicamente le pido a la mente humana que sus contradicciones, sus atajos y sus urgencias no conviertan a sus propietarios en unos canallas irredentos. No es poco fardo ser pensionistas del mal, como dice Alexander Kluge, o ,dicho de otra manera, herederos hoy de una banalidad del mal que estamos obligados a administrar, no tanto para conseguir el bien, algo ya fuera de nuestro alcance, sino para que no vuelva a estar entre nosotros la presencia del Mal Absoluto, el que ahora sí, terror nuclear mediante, pude hacernos desaparecer del planeta como especie para siempre. A la tercera (guerra mundial) va la vencida.
Esta especie de libelo, más propio de un francotirador que de un cronista de La Documenta 14, me surge de una asociación mental que ha ido cogiendo forma, y de la que ese libelo forma parte por supuesto, que hice nada más entrar en la sala donde se encontraba la instalación denominada parlamento de los cuerpos. La asociación tiene forma de sincronicidad interrogativa (perdón por la posible petulancia que se haya deslizado) a saber, ¿qué grado de acausalidad puede haber entre la primera instalación que visté, el Partenón de los libros prohibidos, y esta del parlamento de los cuerpos? Y subrayo el término de acausalidad para aludir, tal y como lo definió Carl Gustav Jung, “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal. Así pues, emplearé el concepto general de sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar. Para evitarse malentendidos lo diferenciaré del término sincronismo, que constituye la mera simultaneidad de dos sucesos”. Bien es verdad que tal experiencia de la sincronicidad me reconcilia provisionalmente - lo que al mismo tiempo me hace tomar conciencia de que no puede ser de otra manera - con el arte actual o contemporáneo, al conseguir liberarlo de la cárcel de matriz romántica en que muchos de sus predicadores lo tienen prisionero. Dejando así que sea lo que sea eso algo poderoso y misterioso, a partes iguales, que todo ser humano por el hecho de estar vivo - es decir, tener una vida finita e imperfecta en propiedad - alberga en su intimidad, pueda desplegarlo en el mundo que ha heredado y poder así crear una imagen propia del mismo para poder trasmitirla a sus herederos. No otra razón de ser tiene nuestra presencia en el mundo. Nada de lo cual se hace posible si nos abandonamos a la influencia de los autodenominados artistas. Entendiendo por ello a ese tipo de personas que se siguen relacionando con el Arte, en la medida de que lo escriben únicamente con mayúsculas. Es decir, en la medida que Arte ocupa el altar dejado vacante por Dios, y ellos son, como los apóstoles en la Edad Media, los nuevos evangelizadores de lo que aquel propugna. El que esta idea romántica y sus secuelas Post no hayan podido aniquilar eso algo poderoso y misterioso que todos llevamos dentro, y que se concreta en el templo del alambre que ha imaginado Duarte y mi sincronicidad en el parlamento de los cuerpos, me hace pensar que toda decepción, por muchas ganas que tengamos de entregarnos en sus brazos para a continuación darle candela al peor de los nihilismos, es algo que no pueda aprenderse de forma justificada, para, después, acogerla en nuestra sensibilidad como forma definitiva del sentido de nuestro postrero destino. No quiero acabar esta entrada sin dejar de mencionar al señor del relativismo artístico y vital, que lo volví a ver en el parlamento de los cuerpos. Repantingado en uno de los escaños del parlamento, que tenían todos formas diversas de la imagen que se tiene de una hamaca o una tumbona, parecía, al igual que todos los demás que llenaban a rebosar el, digamos, hemiciclo corporal, haber encontrado su lugar en Documenta 14 y, por extension, en el mundo mundial. De nuevo me vino a la cabeza lo que Richard Ford dijo al comentar la novela Revolucionary Road de Richard Yates, sobre la clase media americana que vive en el extrarradio de las grandes metrópolis, y que son los mismos que se desplazan los fines de semana a ver la última exposición del museo de arte contemporáneo de la ciudad en cuestión. Dice Ford, al comentar ese estilo de vida, que esas personas buscan no tanto lo mejor como lo más cómodo. Tuve la sensación, viendo a aquellos cuerpos tumbados en su parlamento, de que no es que el mundo o el arte fueran relativos, sino que eran planos. Pues afuera el Partenón de los libros, que albergaba detrás del plástico que lo forraba, nos seguía recordando que todos habían sido prohibidos en algún momento de su existencia.